Ciertamente, la cuestión de la legitimidad es uno de los debates que están más en boga. Sobre todo, desde que los integrantes del movimiento 15-M gritaran eso de “¡Que no, que no, que no nos representan!”. El actual sistema político, económico y social en el que nos encontramos –el sistema de libre mercado- teóricamente en su modalidad de Estado del Bienestar, se sustenta sobre un pilar básico: las elecciones.
De acuerdo con las teorías políticas clásicas, la soberanía de las naciones reside en su población. Esta población no puede llevar por sí mismo los asuntos de la res publica. Por tanto, se ve obligado a delegar. He ahí la cuestión.
Teóricamente, la población delega la función que en principio le pertenece a favor de una serie de personas a las que eligen. Tales políticos deben de estar al servicio de la población. Finalmente, esta cesión legitima al poder político para regular al resto de poderes y al resto de estructuras.
Incluso el liberalismo económico clásico –reticente a toda intervención estatal en la economía- reconoce el papel del Estado a la hora de formar el marco dentro del que se deben hacer los movimientos comerciales y financieros.
Primeramente, una parte importante de los ciudadanos se plantea si la ceremonia electoral es moralmente legítima –por supuesto que, jurídicamente, sí- con una abstención del 28,31 por ciento. En segundo lugar, si el sistema electoral es el adecuado. ¿Cuál es el problema? Un poder político no legítimo no legitima al resto de poderes y estructuras. Por tanto, la legitimidad del sistema entero se va al traste.
En tercer lugar, se cuestiona si realmente estos representantes están al servicio de los ciudadanos o al servicio de la economía. Los lazos entre la política y la economía son evidentes y necesarios.
Sin embargo, el movimiento 15-M se planteó seriamente si la soberanía sigue en manos de la ciudadanía o se encuentra en manos de los mercados. La importancia de este matiz es que todo el sistema cambia de fundamentos con ese cambio, y es la diferencia entre la "democracia moderna" y el ya denominado "totalitarismo financiero".
En cuarto lugar, está la lacra de la corrupción. ¿Puede gobernar alguien acusado de corrupción? En último lugar, en el caso español, hay quien se plantea si la Constitución de 1978, que sirve de marco y contrato social, es legítima en la actualidad. Al fin y al cabo, fue votada hace décadas. Jurídicamente será legítimo, ¿pero lo es moralmente? La sociedad ha cambiado y hay quien se plantea que, tal vez, sea necesario un nuevo referéndum.
Es necesario abrir un debate poco tocado en los medios por su connivencia con el poder político-económico. La crisis de valores en la que nos encontramos hace necesario poner las bases de qué es legítimo y qué no lo es para que los ideólogos y pensadores sean capaces de levantar nuevas ideologías y teorías que, a su vez, sirvan a la práctica. Si el sistema no es legítimo, entonces podríamos encontrarnos en un contexto de caos social o, peor, de ilusión social y manipulada.
Anarcoecologismo, neoliberalismo, nuevas interpretaciones del marxismo… Nuevas teorías que tratan de cambiar un sistema por otro, pero que no logran convencer a una mayoría o, al menos, una minoría importante. Otra opción más extendida: cambiar el sistema desde dentro a través de reformas. Sea como sea, lo más importante es que haya una conciencia del problema. Después vendrá la solución. ¡Que empiece el debate!
De acuerdo con las teorías políticas clásicas, la soberanía de las naciones reside en su población. Esta población no puede llevar por sí mismo los asuntos de la res publica. Por tanto, se ve obligado a delegar. He ahí la cuestión.
Teóricamente, la población delega la función que en principio le pertenece a favor de una serie de personas a las que eligen. Tales políticos deben de estar al servicio de la población. Finalmente, esta cesión legitima al poder político para regular al resto de poderes y al resto de estructuras.
Incluso el liberalismo económico clásico –reticente a toda intervención estatal en la economía- reconoce el papel del Estado a la hora de formar el marco dentro del que se deben hacer los movimientos comerciales y financieros.
Primeramente, una parte importante de los ciudadanos se plantea si la ceremonia electoral es moralmente legítima –por supuesto que, jurídicamente, sí- con una abstención del 28,31 por ciento. En segundo lugar, si el sistema electoral es el adecuado. ¿Cuál es el problema? Un poder político no legítimo no legitima al resto de poderes y estructuras. Por tanto, la legitimidad del sistema entero se va al traste.
En tercer lugar, se cuestiona si realmente estos representantes están al servicio de los ciudadanos o al servicio de la economía. Los lazos entre la política y la economía son evidentes y necesarios.
Sin embargo, el movimiento 15-M se planteó seriamente si la soberanía sigue en manos de la ciudadanía o se encuentra en manos de los mercados. La importancia de este matiz es que todo el sistema cambia de fundamentos con ese cambio, y es la diferencia entre la "democracia moderna" y el ya denominado "totalitarismo financiero".
En cuarto lugar, está la lacra de la corrupción. ¿Puede gobernar alguien acusado de corrupción? En último lugar, en el caso español, hay quien se plantea si la Constitución de 1978, que sirve de marco y contrato social, es legítima en la actualidad. Al fin y al cabo, fue votada hace décadas. Jurídicamente será legítimo, ¿pero lo es moralmente? La sociedad ha cambiado y hay quien se plantea que, tal vez, sea necesario un nuevo referéndum.
Es necesario abrir un debate poco tocado en los medios por su connivencia con el poder político-económico. La crisis de valores en la que nos encontramos hace necesario poner las bases de qué es legítimo y qué no lo es para que los ideólogos y pensadores sean capaces de levantar nuevas ideologías y teorías que, a su vez, sirvan a la práctica. Si el sistema no es legítimo, entonces podríamos encontrarnos en un contexto de caos social o, peor, de ilusión social y manipulada.
Anarcoecologismo, neoliberalismo, nuevas interpretaciones del marxismo… Nuevas teorías que tratan de cambiar un sistema por otro, pero que no logran convencer a una mayoría o, al menos, una minoría importante. Otra opción más extendida: cambiar el sistema desde dentro a través de reformas. Sea como sea, lo más importante es que haya una conciencia del problema. Después vendrá la solución. ¡Que empiece el debate!
RAFAEL SOTO