La fotografía del rey delante de un elefante muerto es la imagen de la crueldad, de la ostentación del poder y de la impunidad de la que goza una institución poco comprensible en pleno siglo XXI. De no haber sido por el accidente del rey, no nos hubiéramos enterado de que sigue siendo aficionado a la caza de animales en riesgo de extinción a costa del erario. Tampoco hubiéramos tenido noticias de que la pose de familia ejemplar es, probablemente, una escenificación artificial.
La afición por los cuernos de marfil de los paquidermos africanos nos han permitido descubrir otras interioridades en una familia a la que el Estado español mantiene con los impuestos de todos los ciudadanos para que, al menos, mantenga las apariencias.
De no haber sido por el estallido informativo -en medios de comunicación fuera del establishment- no sabríamos que el rey tiene una amiga, aficionada a la caza de lujo y con contactos con la jet set mundial, que acude con él a más de un acto oficioso, mientras la reina Sofía se encuentra, por ejemplo, en Londres.
Nunca hubiéramos sospechado que Juan Carlos de Borbón no acudió a visitar a su nieto mayor tras el accidente sufrido por jugar a un juego tan de niño de 13 años como son las armas de fuego; tampoco hubiéramos sabido que la reina pasa la mayoría de su tiempo en el extranjero, en compañía de su hermano Constantino; ni que los reyes son, según sostienen varios publicaciones de ámbito nacional e internacional, una pareja que lleva una vida por separado pero que, a juicio de algunos, mantiene las formas para no complicar a Felipe la posible sucesión.
Nadie se podía imaginar que quien ostenta la Jefatura del Estado acudía a países pobres de solemnidad a cazar elefantes, a pesar de que Juan Carlos de Borbón es el presidente de honor de la ONG ambientalista WWF. Quién iba a pensar que la semana en la que la prima de riesgo española estaba desbocada, su majestad no estaría en su despacho del Palacio de la Zarzuela ejerciendo su obligación constitucional.
Quién iba a pensar que la reina no acompañaba a su marido a los viajes privados de éste. Mucho menos, después de que el último acto público de la Familia Real fuera la asistencia a la misa de Pascua, dando una imagen de familia católica ejemplar.
Otra sorpresa, gracias a la afición de Juan Carlos de Borbón a la caza de elefantes, es que el PSOE "no valora" los viajes privados del rey. La verborrea republicana, izquierdista y democrática con la que el PSOE arenga a sus militantes en las Casas del Pueblo ha quedado sepultada con el silencio infame que los socialistas guardan respecto a una actitud tan bochornosa como cruel. Apelan a la "responsabilidad" para no condenar una actitud que en medios extranjeros han calificado de "irresponsable" e, incluso, "inmoral".
Tampoco imaginé nunca que tendría que informarme a través de un periódico venezolano de que al rey se le vincula sentimentalmente con una princesa alemana. Ni que la RTVE fuera a recibir presiones para que no informe “más de la cuenta”. Ni que fuera a imponerme la autocensura al escribir este artículo, dada la condición de “inviolabilidad” de la que disfruta la institución monárquica en el ordenamiento jurídico español.
No obstante, el accidente del monarca español nos deja más dudas que certezas. ¿Cuánto costó el traslado desde Botsuana a España? ¿Qué personas –funcionarios públicos- lo acompañan en sus viajes privados? ¿Qué hay de cierto en los rumores que dicen que la Familia Real es una familia “desestructurada”?
¿A qué extraño motivo se debe que Juan Carlos de Borbón y toda su estirpe acudan a clínicas privadas y no a la sanidad pública? ¿Es cierto, tal como apuntan algunas fuentes, que la Casa Real tiene contratos con la sanidad privada, gracias a los cuales los borbones no pagan la atención sanitaria, a cambio de publicidad gratuita?
Para muchos, el nuevo escándalo de la monarquía española cuestiona el modelo de Estado y pone en entredicho la calidad de una democracia que, por ejemplo, impide a los grupos parlamentarios de la izquierda preguntar, en el Congreso de los Diputados, cuánto, cómo, dónde y de qué manera se gasta el dinero público la Familia Real.
Además, las aventuras de Coronel Tapiocca del jefe de Estado español han vuelto a recordar a los periodistas qué es la autocensura: la peor de todas las censuras. La autoncensura no se produce debido a la incapacidad de ser libre de los profesionales de la información, sino por las presiones políticas y económicas que estos padecen. No hay mayor censura que saber que el tratamiento diligente de una información te puede poner de patitas en la calle.
La monarquía parlamentaria española es un sistema democrático imperfecto porque existe un poder público constitucional que no está sometido a los controles democráticos. Es decir, los ciudadanos no tenemos la capacidad de conocer, controlar y enmendar los comportamientos de esta familia que, a juicio de muchos, adolece de una insuficiencia aguda de transparencia democrática.
La afición por los cuernos de marfil de los paquidermos africanos nos han permitido descubrir otras interioridades en una familia a la que el Estado español mantiene con los impuestos de todos los ciudadanos para que, al menos, mantenga las apariencias.
De no haber sido por el estallido informativo -en medios de comunicación fuera del establishment- no sabríamos que el rey tiene una amiga, aficionada a la caza de lujo y con contactos con la jet set mundial, que acude con él a más de un acto oficioso, mientras la reina Sofía se encuentra, por ejemplo, en Londres.
Nunca hubiéramos sospechado que Juan Carlos de Borbón no acudió a visitar a su nieto mayor tras el accidente sufrido por jugar a un juego tan de niño de 13 años como son las armas de fuego; tampoco hubiéramos sabido que la reina pasa la mayoría de su tiempo en el extranjero, en compañía de su hermano Constantino; ni que los reyes son, según sostienen varios publicaciones de ámbito nacional e internacional, una pareja que lleva una vida por separado pero que, a juicio de algunos, mantiene las formas para no complicar a Felipe la posible sucesión.
Nadie se podía imaginar que quien ostenta la Jefatura del Estado acudía a países pobres de solemnidad a cazar elefantes, a pesar de que Juan Carlos de Borbón es el presidente de honor de la ONG ambientalista WWF. Quién iba a pensar que la semana en la que la prima de riesgo española estaba desbocada, su majestad no estaría en su despacho del Palacio de la Zarzuela ejerciendo su obligación constitucional.
Quién iba a pensar que la reina no acompañaba a su marido a los viajes privados de éste. Mucho menos, después de que el último acto público de la Familia Real fuera la asistencia a la misa de Pascua, dando una imagen de familia católica ejemplar.
Otra sorpresa, gracias a la afición de Juan Carlos de Borbón a la caza de elefantes, es que el PSOE "no valora" los viajes privados del rey. La verborrea republicana, izquierdista y democrática con la que el PSOE arenga a sus militantes en las Casas del Pueblo ha quedado sepultada con el silencio infame que los socialistas guardan respecto a una actitud tan bochornosa como cruel. Apelan a la "responsabilidad" para no condenar una actitud que en medios extranjeros han calificado de "irresponsable" e, incluso, "inmoral".
Tampoco imaginé nunca que tendría que informarme a través de un periódico venezolano de que al rey se le vincula sentimentalmente con una princesa alemana. Ni que la RTVE fuera a recibir presiones para que no informe “más de la cuenta”. Ni que fuera a imponerme la autocensura al escribir este artículo, dada la condición de “inviolabilidad” de la que disfruta la institución monárquica en el ordenamiento jurídico español.
No obstante, el accidente del monarca español nos deja más dudas que certezas. ¿Cuánto costó el traslado desde Botsuana a España? ¿Qué personas –funcionarios públicos- lo acompañan en sus viajes privados? ¿Qué hay de cierto en los rumores que dicen que la Familia Real es una familia “desestructurada”?
¿A qué extraño motivo se debe que Juan Carlos de Borbón y toda su estirpe acudan a clínicas privadas y no a la sanidad pública? ¿Es cierto, tal como apuntan algunas fuentes, que la Casa Real tiene contratos con la sanidad privada, gracias a los cuales los borbones no pagan la atención sanitaria, a cambio de publicidad gratuita?
Para muchos, el nuevo escándalo de la monarquía española cuestiona el modelo de Estado y pone en entredicho la calidad de una democracia que, por ejemplo, impide a los grupos parlamentarios de la izquierda preguntar, en el Congreso de los Diputados, cuánto, cómo, dónde y de qué manera se gasta el dinero público la Familia Real.
Además, las aventuras de Coronel Tapiocca del jefe de Estado español han vuelto a recordar a los periodistas qué es la autocensura: la peor de todas las censuras. La autoncensura no se produce debido a la incapacidad de ser libre de los profesionales de la información, sino por las presiones políticas y económicas que estos padecen. No hay mayor censura que saber que el tratamiento diligente de una información te puede poner de patitas en la calle.
La monarquía parlamentaria española es un sistema democrático imperfecto porque existe un poder público constitucional que no está sometido a los controles democráticos. Es decir, los ciudadanos no tenemos la capacidad de conocer, controlar y enmendar los comportamientos de esta familia que, a juicio de muchos, adolece de una insuficiencia aguda de transparencia democrática.
RAÚL SOLÍS