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El silencio de las plazas

Es paradójico que con la que está cayendo en la sociedad, el movimiento 15-M haya pasado a las filas del silencio. A punto de cumplirse un año de su aniversario, los "camorristas y pendencieros" de Esperanza han perdido la fuerza social de su mensaje.

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Hoy, los "descamisados de Dragó", aquellos "perroflautas" cabreados con las élites tóxicas del poder, han abandonado el titular de la mañana en una España castigada por el error de millones de votantes procedentes de la izquierda que vieron en la retórica de las gaviotas la salvación a sus lamentos.

¿Dónde está la válvula de escape que expulse en la calle el descontento social con los ecos del rescate? Es deplorable que las velas de la indignación hayan quedado consumidas ante las promesas incumplidas de políticos alienados a los caprichos merkelianos.

El "circo del Sol", en palabras peyorativas de Dragó, no debería cerrar su taquilla ante las críticas vertidas por las corrientes ideológicas de la derecha. A través de su mensaje, jóvenes y no tan jóvenes de la España reciente consiguieron levantar de los aposentos del "credo americano" la lucha por el cambio social desde los valores cívicos occidentales.

Las plazas públicas de distintas capitales fueron el icono perfecto del descontento de millones de plebeyos contra los abusos de sus cortesanos. El grito del desahuciado y la ira del mileurista crearon las sinergias oportunas para que en la tribuna de los leones sonaran con fuerza los sables de la calle. El indignado de ayer se convirtió en el héroe abstracto de una sociedad frustrada con la incoherencia de sus élites y anclada en los barrotes de la depresión.

Desde la crítica civil es momento de reflexionar sobre el silencio de las plazas. La falta de correlación entre tijeretazos marianistas y la indignación manifiesta deja el cielo despejado para el vuelo carroñero de las gaviotas.

En días como hoy, es urgente que las tesis de Hessel recobren el poder de las acampadas preelectorales del mayo evaporado. El movimiento 15-M debería institucionalizar su mensaje y pasar el testigo a fuerzas políticas sensibles a sus reivindicaciones.

El simbolismo de la Primavera árabe debería servir a la "España tercermundista" de Rajoy, para tomar conciencia cívica de su problema y frenar la tiranía indiscriminada de los mercados. Solamente desde la pancarta y la unión podremos recuperar aquello que estamos perdiendo desde el asiento cómodo de la butaca.

ABEL ROS
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