El 20 por ciento de votos a la candidata ultraderechista Marine Le Pen en las elecciones presidenciales francesas se suma al avance imparable de la extrema derecha en Europa. La ultraderecha ha encontrado en la desesperanza, el desencanto y el miedo instalado en las clases populares su mejor aliado electoral.
El Gobierno de coalición entre el centro-derecha y los ultraderechistas holandeses ha caído por la negativa de los ultras a aceptar la política económica germánica. Su salida del Ejecutivo holandés los sitúa al lado de los ciudadanos más castigados por las consecuencias de la crisis económica y la disciplina fiscal europea. Los sondeos le auguran más apoyo ciudadano.
El fantasma de la ultraderecha recorre Europa y repite consignas: "no al euro"; "no a la UE"; "no a la inmigración"; "no a los rescates bancarios"... Todo ello sazonado con actitudes propias de la islamofobia, con una defensa a ultranza de la identidad nacional para dividir y con grandes dosis de populismo para convencer. Incluso ha llegado a renovar su imagen de antimodernidad y ha logrado un eje discursivo que conecta con la sociedad urbana.
Marine Le Pen no tiene reparos en defender el matrimonio entre personas del mismo sexo y en incluir a franceses procedentes de la inmigración como primeras espadas dentro del Frente Nacional. La ultraderecha gala es la formación a la que más votan los jóvenes, por encima del Partido Socialista, y su núcleo discursivo es compartido por exvotantes de la izquierda.
Nos equivocamos si pensamos que el renacer de la ultraderecha es gracias a un electorado sociológicamente xenófobo o ultraconservador. Los trabajadores de baja cualificación, los medianos funcionarios, los habitantes de barrios populares y los jóvenes no votan a la ultraderecha pensando en exterminar a la población extranjera. Lo hacen porque ven en los extremistas un mensaje desvergonzado, de odio contra la clase política y contra los dictados económicos de Bruselas y del tándem Merkozy (Merkel y Sarkozy).
El renacer de la ultradererecha está directamente imbricado con las decisiones políticas de Bruselas. Una ciudadanía perdida, condenada a la pobreza, sin esperanza laboral y desconcertada ante un mundo que se desmorona, solo es capaz de encontrar chivos expiatorios para poner orden a su desconcierto mental y anímico.
Las identidades asesinas de la ultraderecha son la respuesta a un proyecto europeísta que naufraga y que ha olvidado que nació para proteger a los europeos del fantasma de la ultraderecha, no para alentar el populismo.
El fantasma de la ultraderecha no se circunscribe exclusivamente a Francia. En Alemania, 12 escaños de los landers están ocupados por radicales de derecha; en Bélgica, los xenófobos de Vlaams Belang tienen una docena de diputados en el Parlamento Federal belga y ganaron las elecciones en la ciudad flamenca de Amberes (500.000 habitantes); en Cataluña, Josep Anglada estuvo a unos pocos votos de obtener representación en la Cámara catalana.
En Holanda, la extremaderecha tuvo un 15 por ciento de sufragios en las legislativas de hace 18 meses. En Hungría, son tercera fuerza parlamentaria; en Finlandia, los Auténticos Finlandeses tienen un 20 por ciento de apoyos.
En Italia, la extremaderecha es una institución en el norte; en Dinamarca, cuentan con 22 diputados y son tercer grupo parlamentario; en Grecia, los sondeos pronostican su irrupción parlamentaria en las próximos comicios helenos; y, en Suecia, la ultraderecha rompió el límite para acceder al legislativo sueco en 2010 y sentó a 20 parlamentarios.
La ultraderecha europea habla más idiomas que el francés. En medio de esta deriva ultraderechista, la UE tiene que preguntarse por qué el proyecto político que nació para convertir a Europa en un oasis democrático, de paz, igualdad y bienestar se está convirtiendo en el mejor aliado para el avance de la ultraderecha.
El renacer de los populistas tiene más vinculación con la dictadura de los mercados, con el dogmatismo económico inhumano del neoliberalismo y con el déficit democrático de las instituciones europeas que con la xenofobia militante.
Los analistas franceses apuntan que más del 30 por ciento de los franceses que han votado a Marine Le Pen, en la primera vuelta, lo harán por Francois Hollande, candidato socialista, y otra gran parte del pastel, del voto ultraderechista, se quedará en casa y no votará a nadie.
La ortodoxia germánica y la incapacidad política de la UE no solo está desmantelando los Estados del Bienestar, la felicidad de los ciudadanos y el sueño primitivo de la construcción europea.
Además, está contribuyendo a poner en peligro la convivencia, los valores democráticos y está alentando el renacer de la ultraderecha europea gracias al voto de las clases más castigadas y que han visto en la ultraderecha algo más que xenofobia.
El Gobierno de coalición entre el centro-derecha y los ultraderechistas holandeses ha caído por la negativa de los ultras a aceptar la política económica germánica. Su salida del Ejecutivo holandés los sitúa al lado de los ciudadanos más castigados por las consecuencias de la crisis económica y la disciplina fiscal europea. Los sondeos le auguran más apoyo ciudadano.
El fantasma de la ultraderecha recorre Europa y repite consignas: "no al euro"; "no a la UE"; "no a la inmigración"; "no a los rescates bancarios"... Todo ello sazonado con actitudes propias de la islamofobia, con una defensa a ultranza de la identidad nacional para dividir y con grandes dosis de populismo para convencer. Incluso ha llegado a renovar su imagen de antimodernidad y ha logrado un eje discursivo que conecta con la sociedad urbana.
Marine Le Pen no tiene reparos en defender el matrimonio entre personas del mismo sexo y en incluir a franceses procedentes de la inmigración como primeras espadas dentro del Frente Nacional. La ultraderecha gala es la formación a la que más votan los jóvenes, por encima del Partido Socialista, y su núcleo discursivo es compartido por exvotantes de la izquierda.
Nos equivocamos si pensamos que el renacer de la ultraderecha es gracias a un electorado sociológicamente xenófobo o ultraconservador. Los trabajadores de baja cualificación, los medianos funcionarios, los habitantes de barrios populares y los jóvenes no votan a la ultraderecha pensando en exterminar a la población extranjera. Lo hacen porque ven en los extremistas un mensaje desvergonzado, de odio contra la clase política y contra los dictados económicos de Bruselas y del tándem Merkozy (Merkel y Sarkozy).
El renacer de la ultradererecha está directamente imbricado con las decisiones políticas de Bruselas. Una ciudadanía perdida, condenada a la pobreza, sin esperanza laboral y desconcertada ante un mundo que se desmorona, solo es capaz de encontrar chivos expiatorios para poner orden a su desconcierto mental y anímico.
Las identidades asesinas de la ultraderecha son la respuesta a un proyecto europeísta que naufraga y que ha olvidado que nació para proteger a los europeos del fantasma de la ultraderecha, no para alentar el populismo.
El fantasma de la ultraderecha no se circunscribe exclusivamente a Francia. En Alemania, 12 escaños de los landers están ocupados por radicales de derecha; en Bélgica, los xenófobos de Vlaams Belang tienen una docena de diputados en el Parlamento Federal belga y ganaron las elecciones en la ciudad flamenca de Amberes (500.000 habitantes); en Cataluña, Josep Anglada estuvo a unos pocos votos de obtener representación en la Cámara catalana.
En Holanda, la extremaderecha tuvo un 15 por ciento de sufragios en las legislativas de hace 18 meses. En Hungría, son tercera fuerza parlamentaria; en Finlandia, los Auténticos Finlandeses tienen un 20 por ciento de apoyos.
En Italia, la extremaderecha es una institución en el norte; en Dinamarca, cuentan con 22 diputados y son tercer grupo parlamentario; en Grecia, los sondeos pronostican su irrupción parlamentaria en las próximos comicios helenos; y, en Suecia, la ultraderecha rompió el límite para acceder al legislativo sueco en 2010 y sentó a 20 parlamentarios.
La ultraderecha europea habla más idiomas que el francés. En medio de esta deriva ultraderechista, la UE tiene que preguntarse por qué el proyecto político que nació para convertir a Europa en un oasis democrático, de paz, igualdad y bienestar se está convirtiendo en el mejor aliado para el avance de la ultraderecha.
El renacer de los populistas tiene más vinculación con la dictadura de los mercados, con el dogmatismo económico inhumano del neoliberalismo y con el déficit democrático de las instituciones europeas que con la xenofobia militante.
Los analistas franceses apuntan que más del 30 por ciento de los franceses que han votado a Marine Le Pen, en la primera vuelta, lo harán por Francois Hollande, candidato socialista, y otra gran parte del pastel, del voto ultraderechista, se quedará en casa y no votará a nadie.
La ortodoxia germánica y la incapacidad política de la UE no solo está desmantelando los Estados del Bienestar, la felicidad de los ciudadanos y el sueño primitivo de la construcción europea.
Además, está contribuyendo a poner en peligro la convivencia, los valores democráticos y está alentando el renacer de la ultraderecha europea gracias al voto de las clases más castigadas y que han visto en la ultraderecha algo más que xenofobia.
RAÚL SOLÍS