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El iris del espantapájaros

Soy el espantapájaros que da bocados con la sonrisa de espada. Los pájaros borrachos me odian. Me cortejan con prismáticos, así se atascan en la báscula de los árboles muertos. Amanezco con el machetazo seco del sol. Se ciñe a mi frente como el verdugo a la larva, mancha de desorden los campos y aparece sutil como el ama de llaves.


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Las tijeras del sol patalean la escarcha, se tornan tarántulas en cuclillas cuando detectan el aguacate del diablo. Yo no soy más que un hombre abreviado como un cigarrillo. Nada más. Y mi catarro arrebata el biberón a los cuervos. Sonrío al patrono como la más puta de todas las Chitas.

Él ni osa mirarme. Se rodea de conversación con sus perros, que vigilan las pepitas y muerden el hielo de las amapolas. El amo tiene un mosquete muy guapo sobre el capó. Tiene una buena paliza sobre el capó. Yo tengo un champú que es una tromba.

También poseo un iris inmenso. De poco ruedo, pero inmenso. Vosotros, humanos, muchos lobos matándose entre sí. Os buscáis con denuedo para mataros, para empacharos, para encañonaros. Es vuestra razón de lo que llamáis "vida". Es la ceguera de quienes buscan sendas como quien busca arañazos, de los que mascan todos los grises antes que ponerle nombre al color del agua.

Una aguja picante coloreó dos equis, dos pétalos marengos, que uso como aguarrás si aparecen las chancletas del Amo. Me hicieron los ojos a cuchillo, mi boca es una rebanada con mantequilla de poeta. Por eso os veo en trincheras, en el flux que nadie sabe lo que es. Por eso os sonrío cuando un niño me ofrece su azul celeste.

Pero tengo un iris inmenso, del tamaño de una bala jurándome los mares. Una vez tuve botones de un traje galés. Con dos colores veía caballerías asomadas a un tablero de ajedrez. También las preciosas pistolas líquidas de doncellas cantando al lago. Veía hombres lastimados, engañados, colgando de los árboles, amarrados a la ballesta asesina. Y las montañas boca abajo.

El Hombre inventó a las brujas cuando los frailes barrieron a sus ligues a golpe de friega y tirachinas, el día que una sola reina de sus hijos decidió mear donde se le antojó. Ahí que decidieron daros correa, hijas mías, y os vistieron como ellos quisieron, con esmeraldas puestas a horcajadas sobre la caldera.

Siempre ha ansiado el Hombre con minúsculas el coño sin embrollo. Es suyo y de nadie más. No se dieron cuenta los muy rinocerontes lo especiales que sois, vosotras, parientes del Sol y de la Luna. Que vuestro oro, vuestra gema caída de ojos es el perfecto balcón de las montañas. Es el castor que gobierna los buzones.

Los Hombres aún no le habéis quitado el precinto a la sangre. Eso sí, habéis inventado los nichos que nievan. Y las lágrimas de azulejo. Vuestra finca de acero está repleta de moratones. Sois nuevos en Humanidad; os refugiáis en castillos desiertos, vacíos, rodeados de cientos de velas, encendiendo una a una con vanidad, temerosos de marearos en la oscuridad que os aterra.

Yo os observo desde hace cientos de años, he visto quinientas quinielas con sus quinientas muertes; condes, duques, señoritos, aparceros, braceros, civilones y logotipos en cada ventana y en cada pincho. Sois todos iguales, romanos, vikingos, cristianos y almohades, puesto que el terrón, el trigo y el maíz son para vosotros el runrún de todo tiempo, y por ello os hacéis filetes y os dejáis pudrir desde tiempos inmemoriables.

Vivís en los riscos, in fraganti, rodando a lo largo y ancho de la moca que funde el vaso. Andáis con la piqueta, amáis a gritos los mechones, con la broma de las armas que os carcomen.

No sois diferentes a mí porque las princesas no llegan a obispos aunque la rasca las haga tupidas. Estoy completado de vuestra iniquidad, rehecho con las pajas que abandonáis en un kleenex... No sois más que yo porque me visto con vuestro ojeo, con la prisa de los ratones. Los muslos os mandan un recado.

Soy el carisma que cabe en una cesta. Porque yo no lloro con los coitos cuando el hormigón se calza a la hormigona bajo el colocón del arroz tostado. O cuando la hormigona relincha mientras le hace aeróbic al imbécil.

Podría hablar, proponer un ménage à trois, un threesome, un trío de calaveras, meterle música a una mariposa; sin embargo, hablaría con la coca de los muertos en mi paladar.

Los cuervos me miran, se consumen sequerones, así se peinan como un Nenuco y se ponen chulos como el Cavallino Rampante de Fernando Alonso. Me miran como a una estúpida morsa en La Maestranza. ¡Qué más me da!

No entienden que soy prisionero hecho como los arrendajos, como los pedorreros, hecho para asustar, para repeler, para dar el tostón. Soy la falda larga de quien intuye un coño humoso y no sabe pescar con mosca del Pirineo Aragonés. Pues no. Meted a los muertos en el teatro y con ese orden tan vuestro y humano, a los reptiles ponedles lentillas.

Quiero ser alguien, quiero y deseo que los gorriones en el recreo se posen en mí y me revelen lo poco que les importa la fusión nuclear. Quiero enamorarme. Lo hice una vez... de una muñeca pertiguista que huía de los niños cabrones, más tarde gritones. Lo hice una vez, tras años y años observando a las tropas, más tropas, más tropas y más ingles pisándome el huerto.

Me crearon así, mientras cortaban una aspirina con cuchillo carnicero. Me crearon para proteger lo que no le pertenece a nadie. Y soy monstruo de una sola capa, soy estúpido y confiado delfín, abierto de morcillas como Jesucristo.

Ambos somos cancilleres de mala leche, aspavientos de un suéter talla pequeña. Somos cavilosos y todos nos llaman al porterillo automático: "Hola… ¿Jesús? ¿Dios?... Hola... ¿Espantapájaros?".

Todos son raciones de abogados rebobinando la sartén. "Somos frutos posbélicos", me dijo Jesús. Nos quieren para pecorear, para vivir con algún horario digno. Y es que no conozco más palabras que letras porque mi Amo me fabricó mientras cortaba una aspirina.

Él era así cuando me metió en el microondas, se puso majareta e hizo la gracia: "Tú espantarás a los cuervos, que aman a los juaneles, a los macabeos y a los pecosos... por judíos".

Soy Dios, Alá, Yhavé, Buda. Soy el Universo, la sustancia viscosa, el mercurio volátil que da voces y también susurra. Soy el palco y el escenario. Tan solo algunos Hombres, figurantes en una obra sin personajes; tan solo algunos Niños, conectan mi emisora y colorean las cerraduras. Tan solo algunos Humanos optan por vivir tirando de la cadena y sin querer meterme un palo por el culo.

Soy yo, miradme. Soy yo.

A mi amigo Sergio, arroz tres delicias nominado al Nobel del Buenismo. Gracias, compañero.
A mi hermano Nilo: fuimos cachorros juntos por aquellos campos y has sido el perro más parecido a una vaca.

J. DELGADO-CHUMILLA
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