Hace unos meses pudimos leer que había caído un meteorito en la parte norte del estado de Sinaloa, en los límites con Chihuahua, en México. La prensa no aclaró luego si lo que cayó en el país azteca fue, realmente, un meteorito o una etapa de un satélite. En cualquier caso, la caída de meteoritos de gran tamaño afortunadamente no es un fenómeno muy frecuente, pero la Historia está plagada de sucesos similares.
Uno de los meteoritos más famosos del mundo es la Piedra Negra que los musulmanes adoran en la Kaaba y al que se orientan cinco veces al día para rezar sus oraciones. Pero hay cráteres de impacto por meteoritos en todo el planeta.
En Europa, el mejor conservado se encuentra en la isla estona de Saarema. Allí, el impacto formó un cráter de 110 metros de diámetro que ahora contiene un pequeño lago. Se calcula que el impacto tuvo lugar hace unos 4.000 años y en el Kalevala, que recoge las tradiciones finlandesas, se hace referencia a esta "tumba del Sol". Y es que los testigos de esta magnífica colisión pudieron pensar que era el mismo Sol el que se precipitaba a la Tierra.
Estamos muy acostumbrados a pensar que del cielo caen piedras: lo hemos visto en películas como Deep Impact. Pero una idea tan aparentemente lógica tardó mucho tiempo en ser aceptada por la comunidad científica.
Durante mucho tiempo, se pensó que los cráteres lunares tenían origen volcánico. Con todo, algunos científicos discrepaban. El problema es que no había algo equivalente en la Tierra. ¿Por qué tendría que haber cráteres de impacto en la Luna si en nuestro planeta no había ninguno?
En 1960, el geólogo norteamericano Eugene Shoemaker escribió una tesis doctoral en la que demostraba que el Cráter Barringer de Arizona no era de origen volcánico, como se especulaba entonces, sino que fue producido por el colosal impacto de un asteroide de 300 metros de diámetro ocurrido hace unos 50.000 años. Desde entonces, se le llamó "Meteor Crater".
Al cráter de Arizona siguieron muchos otros. En nuestro planeta, la erosión tiene una capacidad inigualable para ocultar pruebas, algo que no ocurre en la Luna. La mayoría de los cráteres de impacto de la Tierra han sido modificados por la acción de los elementos.
La búsqueda de otros ejemplos condujo a Eugene Shoemaker hasta la Depresión de Ries, en Alemania, que, hasta ese momento, se suponía que eran los restos erosionados de un antiguo volcán.
Las evidencias necesarias para determinar su origen las encuentra en las piedras de los muros de la iglesia de Saint George, en la localidad de Nürtingen. La abundante presencia de cohesita confirma que la zona se originó por el impacto de un asteroide veinte veces mayor que el del cráter de Arizona.
La confirmación de la existencia de cráteres de impacto en la Tierra tuvo un efecto inmediato sobre las teorías que explicaban el origen de los cráteres lunares. En una época en la que la mayoría de los científicos creía que los numerosos cráteres que cubren la Luna eran de origen volcánico, Shoemaker aseguraba que eran las huellas de innumerables impactos registrados desde su formación: “La Luna es una pizarra que nadie ha borrado”, sentenció.
Uno de los meteoritos más famosos del mundo es la Piedra Negra que los musulmanes adoran en la Kaaba y al que se orientan cinco veces al día para rezar sus oraciones. Pero hay cráteres de impacto por meteoritos en todo el planeta.
En Europa, el mejor conservado se encuentra en la isla estona de Saarema. Allí, el impacto formó un cráter de 110 metros de diámetro que ahora contiene un pequeño lago. Se calcula que el impacto tuvo lugar hace unos 4.000 años y en el Kalevala, que recoge las tradiciones finlandesas, se hace referencia a esta "tumba del Sol". Y es que los testigos de esta magnífica colisión pudieron pensar que era el mismo Sol el que se precipitaba a la Tierra.
Estamos muy acostumbrados a pensar que del cielo caen piedras: lo hemos visto en películas como Deep Impact. Pero una idea tan aparentemente lógica tardó mucho tiempo en ser aceptada por la comunidad científica.
Durante mucho tiempo, se pensó que los cráteres lunares tenían origen volcánico. Con todo, algunos científicos discrepaban. El problema es que no había algo equivalente en la Tierra. ¿Por qué tendría que haber cráteres de impacto en la Luna si en nuestro planeta no había ninguno?
En 1960, el geólogo norteamericano Eugene Shoemaker escribió una tesis doctoral en la que demostraba que el Cráter Barringer de Arizona no era de origen volcánico, como se especulaba entonces, sino que fue producido por el colosal impacto de un asteroide de 300 metros de diámetro ocurrido hace unos 50.000 años. Desde entonces, se le llamó "Meteor Crater".
Al cráter de Arizona siguieron muchos otros. En nuestro planeta, la erosión tiene una capacidad inigualable para ocultar pruebas, algo que no ocurre en la Luna. La mayoría de los cráteres de impacto de la Tierra han sido modificados por la acción de los elementos.
La búsqueda de otros ejemplos condujo a Eugene Shoemaker hasta la Depresión de Ries, en Alemania, que, hasta ese momento, se suponía que eran los restos erosionados de un antiguo volcán.
Las evidencias necesarias para determinar su origen las encuentra en las piedras de los muros de la iglesia de Saint George, en la localidad de Nürtingen. La abundante presencia de cohesita confirma que la zona se originó por el impacto de un asteroide veinte veces mayor que el del cráter de Arizona.
La confirmación de la existencia de cráteres de impacto en la Tierra tuvo un efecto inmediato sobre las teorías que explicaban el origen de los cráteres lunares. En una época en la que la mayoría de los científicos creía que los numerosos cráteres que cubren la Luna eran de origen volcánico, Shoemaker aseguraba que eran las huellas de innumerables impactos registrados desde su formación: “La Luna es una pizarra que nadie ha borrado”, sentenció.
PACO BELLIDO