Tengo que reconocer, aunque me cueste e intente disimularlo parafraseando a autores de renombre, que no entiendo de economía –al igual, me temo, que les ocurre a los expertos que nos guían, cual lazarillos, por la senda de la austeridad suicida-.
Con esta reconocida ignorancia afronté la jornada presupuestaria intentado asimilar las cifras ofrecidas de la manera más racional posible, que no es poco, y me di cuenta de que la cosa estaba, seguramente, en pensar qué era más accesible y qué más necesario.
Como ocurre en las mudanzas: el jarrón que te regaló tu tía de Barcelona tiene pocas posibilidades de pisar tu casa nueva y, en cambio, muchas de acabar en el cubo de la basura; sin embargo, a tu colección de vinilos de Queen le has comprado hasta una estantería propia en Ikea; en definitiva, hay cosas sin las que puedes vivir y cosas sin las que no.
Así que para apretarnos el cinturón y poder dedicar al pago de los acreedores lo que nuestra Carta Magna recoge, que para algo la modificamos en dos semanas, hemos decidido (plural mayestático democrático) que para cooperación al desarrollo bastante tienen ya con las huchas del Domund que, oiga, euro a euro parece que no, pero se recauda.
Los socavones de esa carretera que coge todos los días pueden esperar, para algo han puesto una señal que te recuerda, como si no te hubieras dado suficientemente cuenta después de llevar 3 kilómetros dudando si estabas en tu coche o atravesando unas turbulencias aéreas, que la carretera está en mal estado.
Todos sabemos que hay mucho listo suelto en España, así que en Educación también podemos recortar. De todas formas, no se preocupen, siempre podrán inventarse una carrera por aquí o un doctorado por allá y terminar de secretario de Estado de la Seguridad Social, que no está mal pagado del todo para estos tiempos que corren.
Pero para terminar de cuadrar el círculo, y como les he dicho más arriba, hay cosas sin las que no podemos vivir, por eso mejor no recortar en el presupuesto de la Casa Real, no vaya a ser que se enfaden como los controladores aéreos y nos dejen el país patas arriba: un 2 por ciento y aquí paz y después, gloria. Entiéndanlo: residir en varios palacios según la estación debe ser costosísimo.
Una vez solucionado el tema de la realeza nos queda aún el de la evasión fiscal, que no es que estén relacionados, pero como cerrando los ojos y poniendo la mano no vamos a saber si ese dinero proviene de la trata de blancas o del tráfico de armas, pues nada, danos un 10 por ciento y, si me preguntan, diré que no hemos visto nada. Y a la Iglesia… de la Iglesia mejor ni hablamos. ¿Recuerdan la pirámide feudal de la Edad Media? Qué poco hemos cambiado.
Con esta reconocida ignorancia afronté la jornada presupuestaria intentado asimilar las cifras ofrecidas de la manera más racional posible, que no es poco, y me di cuenta de que la cosa estaba, seguramente, en pensar qué era más accesible y qué más necesario.
Como ocurre en las mudanzas: el jarrón que te regaló tu tía de Barcelona tiene pocas posibilidades de pisar tu casa nueva y, en cambio, muchas de acabar en el cubo de la basura; sin embargo, a tu colección de vinilos de Queen le has comprado hasta una estantería propia en Ikea; en definitiva, hay cosas sin las que puedes vivir y cosas sin las que no.
Así que para apretarnos el cinturón y poder dedicar al pago de los acreedores lo que nuestra Carta Magna recoge, que para algo la modificamos en dos semanas, hemos decidido (plural mayestático democrático) que para cooperación al desarrollo bastante tienen ya con las huchas del Domund que, oiga, euro a euro parece que no, pero se recauda.
Los socavones de esa carretera que coge todos los días pueden esperar, para algo han puesto una señal que te recuerda, como si no te hubieras dado suficientemente cuenta después de llevar 3 kilómetros dudando si estabas en tu coche o atravesando unas turbulencias aéreas, que la carretera está en mal estado.
Todos sabemos que hay mucho listo suelto en España, así que en Educación también podemos recortar. De todas formas, no se preocupen, siempre podrán inventarse una carrera por aquí o un doctorado por allá y terminar de secretario de Estado de la Seguridad Social, que no está mal pagado del todo para estos tiempos que corren.
Pero para terminar de cuadrar el círculo, y como les he dicho más arriba, hay cosas sin las que no podemos vivir, por eso mejor no recortar en el presupuesto de la Casa Real, no vaya a ser que se enfaden como los controladores aéreos y nos dejen el país patas arriba: un 2 por ciento y aquí paz y después, gloria. Entiéndanlo: residir en varios palacios según la estación debe ser costosísimo.
Una vez solucionado el tema de la realeza nos queda aún el de la evasión fiscal, que no es que estén relacionados, pero como cerrando los ojos y poniendo la mano no vamos a saber si ese dinero proviene de la trata de blancas o del tráfico de armas, pues nada, danos un 10 por ciento y, si me preguntan, diré que no hemos visto nada. Y a la Iglesia… de la Iglesia mejor ni hablamos. ¿Recuerdan la pirámide feudal de la Edad Media? Qué poco hemos cambiado.
PABLO POÓ