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Suavemente me matas…

La primavera ha entrado suavemente: con algo de agua (¡ya era hora!), con nieve y con un poco de frio. Políticamente está caliente y apunta algunos brotes verdes que debemos tener en consideración, relacionados con la corrupción que se viene dando en diversos ámbitos de nuestro país. La Justicia parece que se mueve muy lentamente, pero camina contra viento y marea.

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El caso Nóos está en la cuerda floja y esperemos que la Ley le deje caer con arreglo a la importancia de los malhechos amasados que le circundan. A Matas parece que se le ha caído el pelo y, poco a poco, la Justicia le va acorralando inmisericorde. Y el caso de los ERE se aborda por lo más bajo de la pendiente pero empieza a dar frutos, aunque deben ser bastante amargos para los imputados. Dura lex, sed lex!

El caso Matas parece que no hay por dónde meterle mano: malversación, prevaricación, fraude a la Administración, falsedad documental y tráfico de influencias son algunos de los cargos que se le imputan.

De momento, penden sobre su cabeza seis años de condena, lo que puede suponer entrar en el talego y ser inhabilitado. La cárcel, la inhabilitación, son revulsivos bastante importantes. Pero ¿alguna vez será efectiva la restitución de todo lo defraudado?

El deseo de gloria, la soberbia de sobresalir por encima de los demás y así pasar a la posteridad como un prohombre de la vida insular le han conducido a un fondo de saco del que ya no saldrá. Hacerse un nombre cuesta mucho trabajo y esfuerzo. Tirarlo todo por la borda es cuestión de segundos. En este caso, ha tenido tiempo para cavar su fosa.

Dice el refrán que “el oro hace soberbios, y la soberbia, necios”. En el caso de Matas llega a pagar una “soberbia cantidad de dinero” (650.000 euros) -del erario, por supuesto- para que un periodista gorjeara sus méritos al más puro estilo juglaresco.

El soberbio necesita de un público ante el que poder alardear de sus dotes, de su poder o de su influencia. Precisa de alguien a quien mostrar lo grande, lo importante, lo rico o lo inteligente que es. Vivía obsesionado con su imagen pública, hasta el punto de recibir al personal que le pedía audiencia sentado en un sillón sobre levado para que los demás tuvieran que mirarle desde abajo. Vieja táctica psicológica que humilla aún más, si ello es posible, al pedigüeño.

Ciertamente, quería que su tierra emergiera a la primera plana de la palestra nacional como la mejor dotada en infraestructuras, emblemáticos edificios. Quería aupar a las islas a las más altas cotas de celebridad y bienestar.

La idea, siendo encomiable, le arrastró en un torbellino de irregularidades. Y el coloso calló por tierra. Adjuntos a su megalomanía han ido creciendo los problemas judiciales que ya le han saltado a la cara. Hace muchos años, el filósofo Séneca decía que “el tiempo siempre descubre la verdad”. En este caso, no podía ser menos.

El currículum vitae de este señor era cuanto más brillante: licenciado en Económicas, ingresó en Hacienda como inspector y luego fue director general de Presupuestos del Gobierno insular.

Consejero de Economía y Hacienda, presidente del Gobierno de Baleares. Fue ministro estatal de Medio Ambiente y, de nuevo, retornó a la Presidencia de las islas. Su soberbia fue creciendo a lo largo de este frondoso camino de poder ¿Qué posee la política para que muchos de los que pasan por ella se tiznen? En este momento tiene numerosas causas abiertas. Sic transit gloria mundi!

Los problemas judiciales del caso Palma Arena matan dos pájaros de un tiro. El caso Nóos está íntimamente relacionado y engancha de lleno a sus orquestadores. Todos los implicados en segundo plano están por la labor de “colaborar con la Justicia para así conseguir una rebaja en sus penas”. ¡Cuando las barbas de tu vecino veas mojar…! Pero el caso Nóos tiene cola por los daños colaterales a que ha dado lugar.

En el tema de los ERE parece ser que lo que más aflora es la necedad engomada con una sobredosis de vanidad. “El “guerrero” administraba veleidosamente su cortijo con una copa en la mano, al más puro estilo caciquil. Fue muy generoso con lo que no era suyo. Hasta la suegra fue beneficiada. La vanidad le hizo sentirse importante. Cocaína, fiestas, copas... Guerrero ha sido condenado, y el chofer, también.

A Trujillo se le acusa de obtención indebida de subvenciones, falsedad en documento mercantil, cohecho, tráfico de influencias, inducción a la prevaricación, malversación y falsedad en documento oficial. El monto total da la suma de once delitos.

Como consecuencia del desmadre producido, en el caso de los ERE concurren ya medio centenar de imputados. En la cárcel están Guerrero y su chofer, de momento las cabezas más visibles de esta tramoya. En ambos confluye, según la juez, posible riesgo de fuga.

Guerrero, según describen los diarios, mostraba un sentimiento de superioridad frente a los demás, una altanería y arrogancia propias del que se siente por encima del bien y el mal. Ni siquiera le daba prestancia al hecho de repartir favores a quien él quisiera y, por dicha razón, citaba a los pedigüeños en un bar de copas, digo yo. Era su forma de mostrar lo poderoso que era. El despacho se le quedaba pequeño. Vanitas vanitatis…!

Nunca debemos olvidar quiénes somos ni de dónde venimos. La vida es una ruleta que gira y gira y nos puede dar un mal trago. Ascender es bonito pero siempre con los pies en el suelo; caso contrario, el batacazo puede ser fatal. Lo importante es poder regresar siempre con la cabeza alta, al lugar de donde partimos.

Este artículo sale a la luz pasadas las elecciones andaluzas. Podía haberse editado antes, pero no me pareció oportuno, no porque fuera novedoso e influyente, que no lo es, sino porque prefería no enmarañar más el panorama.

Quien gane estas elecciones se mostrará contento y quien pierda, compungido. El panorama está sobradamente embrollado y no le arriendo las ganancias a ninguno. Mi deseo es que gane Andalucía para que, cada día, sea más importante y tenida en cuenta dentro del ruedo común.

La novedad de la semana pasada fue el anuncio de una Ley de Transparencia que pretende fortalecer la democracia de nuestro país. Dicha ley ya estuvo ante la puerta de su posible aprobación en las dos últimas legislaturas, pero al final no fue presentada en sociedad. Nuestro país es bastante opaco en lo que se refiere al uso que se hace del dinero público, sea en sueldos, ayudas, gastos diversos. ¿Saldremos en algún momento de dicha opacidad?

Esperemos que el paso dado en ese sentido sirva efectivamente para rendir cuentas de cara al “buen gobierno” y, sobre todo, que ataje de una vez por todas la corrupción en la que estamos inmersos. La falta de transparencia es un mal endémico en nuestra política.

¿Realmente pasaremos a ser un país transparente o, como siempre, todo quedará en agua de borrajas? Habrá que hacer un acto de fe sociopolítica y esperar resultados. Admito que no soy muy optimista en este asunto.

PEPE CANTILLO
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