Sobre todo esto ya se ha escrito mucho, tanto que a muchos les parecerá un tema que ralla ya en la más insoportable y aburrida de las pesadeces de los que queremos hacer algo por la Naturaleza. Y aunque no es mi pretensión principal ser repetitivo ni caer en los típicos tópicos que todo ecologista debe intentar subrayar antes de morir, sí que considero el tema de la suficiente importancia como para añadirle una página más de mi Cuaderno de campo.
Por todo ello, os recomiendo que os sentéis y analicéis cada una de las siguientes palabras con suma atención, ya que, como se suele decir a menudo, no es el león tan fiero como lo pintan, y creo que cuando la mayor parte de la gente habla de los lobos (pastores y prensa incluidos), hay tantas cosas que se dicen y no son, y tantas otras que son y no se dicen, que bien merece la pena invertir unos cuantos minutos de nuestras vidas en documentarnos un poco sobre lo que tanto nos gusta criticar.
Desde tiempos ancestrales, siempre hemos sido educados (yo incluido) y hemos educado a nuestros hijos (y ahí ya no entro yo ni entraré) en base a una cultura que, desde hace miles de años, siempre ha procurado mantener a ciertos animales, como por ejemplo los sapos, las serpientes y los lobos, lejos de todo contacto con el ser humano.
Estamos, no obstante, ante uno de los seres más perfectos que ha podido crear naturaleza alguna, en todos los sentidos. Tan perfecto es este animal, fíjense ustedes, que ha sabido aprender a evitar al hombre. Es el recuerdo de mil encuentros con el ser humano lo que ha metido en la cabeza de estos seres que no les conviene meterse con nosotros.
Puedo afirmar sin equivocarme que si paseamos en solitario por una zona donde habiten lobos en estado salvaje jamás sufriremos su ataque, aunque tengan hambre, durmamos al raso o, incluso, cojamos a sus crías. No lo digo yo, los datos están ahí.
Y quien quiera afirmar lo contrario, tal como dice David Nieto (autoridad en la conducta del Canis lupus signatus), es que no conoce en profundidad ni los fundamentos de la depredación de los cánidos ni otras particularidades etológicas de esta bella especie.
No sabemos cuando hablamos de lobos, por ejemplo, que muchos ataques de lobos a personas fueron realmente protagonizados por perros asilvestrados criados y posteriormente abandonados por el hombre. Así mismo, hace muchos años era habitual enmascarar oscuros crímenes humanos usando a los lobos como supuestos asesinos. Pero aquellos eran otros tiempos.
Los lobos, o mejor dicho, los cánidos, no cazan cuando tienen hambre. Dicho de otra forma, no es el hambre en sí lo que lleva a una manada de lobos a perseguir a un muflón. Digamos que poseen un instinto de depredación que los lleva a dar caza (o intentar dar caza) a todo animal que se encuentran en su camino que sea lo suficientemente grande como para poder compensar y recuperar la energía que se pierde en cazarlos, tengan hambre o no. Y enseguida lo explico.
No es habitual que una manada de lobos cace a la primera. De hecho, lo raro es que tengan éxito en todos sus ataques a posibles presas. Cada vez que pierden un lance, va mermando su interés en seguir cazando, hasta que, de alguna manera, “sacian” su “apetito cazador”, momento que suele coincidir, estadísticamente hablando, con el lance definitivo, o sea, cuando pierden a la vez su hambre (al poder comer ya por fin la presa cazada) y sus ganas de cazar.
Si tienen mucha suerte y sacian su hambre con una presa cazada demasiado pronto, seguirán cazando aún sin hambre, hasta que vean colmado su estímulo de caza. Recordad estas últimas palabras, porque serán de utilidad más adelante.
Se ha podido comprobar, en las zonas donde conviven lobos con ganado doméstico, que si se mantiene a estos cánidos con una relativa abundancia de sus presas naturales, jamás atacarán al ganado, puesto que para ello tienen que entablar más contacto con el hombre que el que quisieran, lo que les obliga a darse media vuelta e intentar depredar sobre otras especies como ciervos, gamos, jabalís o muflones.
Pero si el hombre, en su afán de cazador, acaba con estas potenciales presas en las monterías (muy importantes, por el contrario, para la nutrición del buitre negro y otros necrófagos), los lobos no van a tener más remedio que buscar su comida a través de la única alternativa que les hemos dejado nosotros mismos: el ganado doméstico.
Para un cazador experimentado como el lobo, las ovejas son presas demasiado débiles, demasiado fáciles. No pueden huir, y además el lobo que entra en un establo siempre se encuentra con demasiadas cabezas de ganado juntas, a menudo formando rebaños de varios centenares de ejemplares.
Cuando una manada de lobos alcanza a uno de estos rebaños, se encuentra con que da caza demasiado pronto y sin apenas esfuerzo a una presa demasiado fácil, sin todavía haber colmado su estímulo de caza. Digamos que, aunque estos lobos ya tengan asegurado su alimento, como dijimos anteriormente, su instinto lleva a estos animales a seguir cazando, para lo cual no pierden el tiempo.
Los lobos saben que el hombre anda cerca del ganado, por eso en cuanto consuman su instinto predatorio comen raudos de donde pueden y abandonan a toda prisa el lugar, dejándolo todo lleno de cadáveres de ovejas.
Pero aunque explicando la base de la depredación de estos cánidos quizá podamos defender la conducta de los lobos desde el punto de vista etológico, sí que es cierto que nunca podremos justificar las consecuencias de este tipo de comportamiento desde la base del interés antropocéntrico que caracteriza a nuestra especie.
Mucho antes de que la mano del hombre descompensara el orden trófico que mantenía el equilibrio ecológico que imperaba en todas las latitudes de la Tierra, los lobos podían autoabastecerse suficientemente con sus presas naturales.
Desde el momento en que la actividad humana tomó la voz de mando de una Naturaleza que no entendía y empezó a provocar la escasez estas presas, los lobos no tuvieron más remedio que enfrentarse al hombre para poder nutrirse de su ganado doméstico.
Ancestralmente, tradicionalmente diría yo, tanto los lobos como la ganadería extensiva de montaña siempre han sido imprescindibles en nuestra Naturaleza por unos motivos o por otros, y lo más curioso de todo es que estos dos elementos siempre han convivido en armonía mientras hemos sabido compatibilizar a ambos en su medio, pero eso es algo que por desgracia ya no sabemos hacer como antes.
Estamos ante uno de los principales retos actuales en cuanto a conservación de especies, y si no ponemos todos de nuestra parte, nunca llegaremos a recuperar con la Naturaleza esa simbiosis que perdimos con ella hace ya mucho tiempo.
Yo no me he criado en tierra de lobos, no he sido pastor en tierra de lobos, y tampoco me he puesto una corbata en una reunión burocrática con el lobo como tema principal. Al contrario de lo que me puede pasar con otras especies animales, casi todo lo que sé de lobos es porque lo he leído, me ha informado algún entendido en cánidos o lo he consultado en algún documental especializado.
Por tanto, no puedo decir que sea un experto en lobos. Como decía al principio de este texto, sobre todas estas cosas ya se ha escrito mucho, y se seguirá escribiendo. No obstante, creo que las palabras en favor de algo que se nos hace necesario nunca sobran.
Sabias palabras sobre el lobo son las que se encuentran a veces en algunos libros como, por ejemplo, el titulado Etología del lobo y del perro, de David Nieto Maceín que, como dijimos anteriormente, es una autoridad lobera y, además, una persona que aún habiendo trabajado como pastor en tierra de lobos, supo amarlos como debía, precisamente porque conocía al lobo tal y como es en realidad, con sus cosas buenas y sus cosas malas. Es un libro que recomiendo a todo aquel que quiera saber algo más sobre la conducta y la conservación del lobo en la Naturaleza.
No debemos olvidar que los lobos, igual que otros tantos animales, están aquí desde mucho antes que nosotros. Poco a poco hemos ido colonizando sus territorios en pro de nuestros intereses, y es ahora cuando estamos pagando las consecuencias. Es muy importante, si vamos a criticar algo, saber de lo que estamos hablando. No vale la excusa de que “lo tuve que matar por si me atacaba”. El peor enemigo del lobo es la ignorancia.
Por todo ello, os recomiendo que os sentéis y analicéis cada una de las siguientes palabras con suma atención, ya que, como se suele decir a menudo, no es el león tan fiero como lo pintan, y creo que cuando la mayor parte de la gente habla de los lobos (pastores y prensa incluidos), hay tantas cosas que se dicen y no son, y tantas otras que son y no se dicen, que bien merece la pena invertir unos cuantos minutos de nuestras vidas en documentarnos un poco sobre lo que tanto nos gusta criticar.
Desde tiempos ancestrales, siempre hemos sido educados (yo incluido) y hemos educado a nuestros hijos (y ahí ya no entro yo ni entraré) en base a una cultura que, desde hace miles de años, siempre ha procurado mantener a ciertos animales, como por ejemplo los sapos, las serpientes y los lobos, lejos de todo contacto con el ser humano.
Estamos, no obstante, ante uno de los seres más perfectos que ha podido crear naturaleza alguna, en todos los sentidos. Tan perfecto es este animal, fíjense ustedes, que ha sabido aprender a evitar al hombre. Es el recuerdo de mil encuentros con el ser humano lo que ha metido en la cabeza de estos seres que no les conviene meterse con nosotros.
Puedo afirmar sin equivocarme que si paseamos en solitario por una zona donde habiten lobos en estado salvaje jamás sufriremos su ataque, aunque tengan hambre, durmamos al raso o, incluso, cojamos a sus crías. No lo digo yo, los datos están ahí.
Y quien quiera afirmar lo contrario, tal como dice David Nieto (autoridad en la conducta del Canis lupus signatus), es que no conoce en profundidad ni los fundamentos de la depredación de los cánidos ni otras particularidades etológicas de esta bella especie.
No sabemos cuando hablamos de lobos, por ejemplo, que muchos ataques de lobos a personas fueron realmente protagonizados por perros asilvestrados criados y posteriormente abandonados por el hombre. Así mismo, hace muchos años era habitual enmascarar oscuros crímenes humanos usando a los lobos como supuestos asesinos. Pero aquellos eran otros tiempos.
Los lobos, o mejor dicho, los cánidos, no cazan cuando tienen hambre. Dicho de otra forma, no es el hambre en sí lo que lleva a una manada de lobos a perseguir a un muflón. Digamos que poseen un instinto de depredación que los lleva a dar caza (o intentar dar caza) a todo animal que se encuentran en su camino que sea lo suficientemente grande como para poder compensar y recuperar la energía que se pierde en cazarlos, tengan hambre o no. Y enseguida lo explico.
No es habitual que una manada de lobos cace a la primera. De hecho, lo raro es que tengan éxito en todos sus ataques a posibles presas. Cada vez que pierden un lance, va mermando su interés en seguir cazando, hasta que, de alguna manera, “sacian” su “apetito cazador”, momento que suele coincidir, estadísticamente hablando, con el lance definitivo, o sea, cuando pierden a la vez su hambre (al poder comer ya por fin la presa cazada) y sus ganas de cazar.
Si tienen mucha suerte y sacian su hambre con una presa cazada demasiado pronto, seguirán cazando aún sin hambre, hasta que vean colmado su estímulo de caza. Recordad estas últimas palabras, porque serán de utilidad más adelante.
Se ha podido comprobar, en las zonas donde conviven lobos con ganado doméstico, que si se mantiene a estos cánidos con una relativa abundancia de sus presas naturales, jamás atacarán al ganado, puesto que para ello tienen que entablar más contacto con el hombre que el que quisieran, lo que les obliga a darse media vuelta e intentar depredar sobre otras especies como ciervos, gamos, jabalís o muflones.
Pero si el hombre, en su afán de cazador, acaba con estas potenciales presas en las monterías (muy importantes, por el contrario, para la nutrición del buitre negro y otros necrófagos), los lobos no van a tener más remedio que buscar su comida a través de la única alternativa que les hemos dejado nosotros mismos: el ganado doméstico.
Para un cazador experimentado como el lobo, las ovejas son presas demasiado débiles, demasiado fáciles. No pueden huir, y además el lobo que entra en un establo siempre se encuentra con demasiadas cabezas de ganado juntas, a menudo formando rebaños de varios centenares de ejemplares.
Cuando una manada de lobos alcanza a uno de estos rebaños, se encuentra con que da caza demasiado pronto y sin apenas esfuerzo a una presa demasiado fácil, sin todavía haber colmado su estímulo de caza. Digamos que, aunque estos lobos ya tengan asegurado su alimento, como dijimos anteriormente, su instinto lleva a estos animales a seguir cazando, para lo cual no pierden el tiempo.
Los lobos saben que el hombre anda cerca del ganado, por eso en cuanto consuman su instinto predatorio comen raudos de donde pueden y abandonan a toda prisa el lugar, dejándolo todo lleno de cadáveres de ovejas.
Pero aunque explicando la base de la depredación de estos cánidos quizá podamos defender la conducta de los lobos desde el punto de vista etológico, sí que es cierto que nunca podremos justificar las consecuencias de este tipo de comportamiento desde la base del interés antropocéntrico que caracteriza a nuestra especie.
Mucho antes de que la mano del hombre descompensara el orden trófico que mantenía el equilibrio ecológico que imperaba en todas las latitudes de la Tierra, los lobos podían autoabastecerse suficientemente con sus presas naturales.
Desde el momento en que la actividad humana tomó la voz de mando de una Naturaleza que no entendía y empezó a provocar la escasez estas presas, los lobos no tuvieron más remedio que enfrentarse al hombre para poder nutrirse de su ganado doméstico.
Ancestralmente, tradicionalmente diría yo, tanto los lobos como la ganadería extensiva de montaña siempre han sido imprescindibles en nuestra Naturaleza por unos motivos o por otros, y lo más curioso de todo es que estos dos elementos siempre han convivido en armonía mientras hemos sabido compatibilizar a ambos en su medio, pero eso es algo que por desgracia ya no sabemos hacer como antes.
Estamos ante uno de los principales retos actuales en cuanto a conservación de especies, y si no ponemos todos de nuestra parte, nunca llegaremos a recuperar con la Naturaleza esa simbiosis que perdimos con ella hace ya mucho tiempo.
Yo no me he criado en tierra de lobos, no he sido pastor en tierra de lobos, y tampoco me he puesto una corbata en una reunión burocrática con el lobo como tema principal. Al contrario de lo que me puede pasar con otras especies animales, casi todo lo que sé de lobos es porque lo he leído, me ha informado algún entendido en cánidos o lo he consultado en algún documental especializado.
Por tanto, no puedo decir que sea un experto en lobos. Como decía al principio de este texto, sobre todas estas cosas ya se ha escrito mucho, y se seguirá escribiendo. No obstante, creo que las palabras en favor de algo que se nos hace necesario nunca sobran.
Sabias palabras sobre el lobo son las que se encuentran a veces en algunos libros como, por ejemplo, el titulado Etología del lobo y del perro, de David Nieto Maceín que, como dijimos anteriormente, es una autoridad lobera y, además, una persona que aún habiendo trabajado como pastor en tierra de lobos, supo amarlos como debía, precisamente porque conocía al lobo tal y como es en realidad, con sus cosas buenas y sus cosas malas. Es un libro que recomiendo a todo aquel que quiera saber algo más sobre la conducta y la conservación del lobo en la Naturaleza.
No debemos olvidar que los lobos, igual que otros tantos animales, están aquí desde mucho antes que nosotros. Poco a poco hemos ido colonizando sus territorios en pro de nuestros intereses, y es ahora cuando estamos pagando las consecuencias. Es muy importante, si vamos a criticar algo, saber de lo que estamos hablando. No vale la excusa de que “lo tuve que matar por si me atacaba”. El peor enemigo del lobo es la ignorancia.
MANUEL CRUZ