Una de las principales razones de justificación pragmático-intelectual de los regímenes totalitarios antiguos y modernos es el consabido principio maquiavélico según el cual "el fin justifica los medios". Para un tirano, un fascista o un dictador revolucionario, cualquier método es válido si con él se preservan la integridad y la continuidad de la revolución, el régimen o el Estado.
Ejemplos encontramos a patadas en el mundo de hoy: desde el tristemente popular estos días Bashar Al Assad, el sirio, quien considera justificable descargar toneladas de bombas sobre la población civil, hasta los amiguetes de Amaiur, que encuentran razonable comparar a un idiota que se ha volado a sí mismo al poner una bomba con otras víctimas que no tuvieron la suerte de que su bomba la pusiera un simple imbécil.
Del mismo modo, se están produciendo muestras de lo que les digo en esas manifestaciones presuntamente estudiantiles de Valencia -la semana pasada- o Barcelona, hace apenas dos días.
Gropúsculos de demócratas -entiéndase como sorna irónica- de la izquierda radical se han encargado de hacer lo posible por reventar lo que, seguramente, nació como una protesta legítima, aunque solo fuera por saltarse unas clasecillas, por parte de los chavales del Instituto Luis Vives.
No lo digo yo, lo dicen las imágenes en las que aparecen tíos de veintitantos años que, si acaso fueran aún estudiantes del Instituto, merecerían quizás no los palos, pero desde luego sí quedarse sin Nocilla ni tele el fin de semana.
El caso de anteayer en Barcelona es aún más sangrante: una manifestación que iba discurriendo tranquila se torció cuando a un grupo de estos demócratas revolucionarios -qué contradicción ¿no?- se le ocurrió redecorar algunas oficinas bancarias y el edificio de la Bolsa de Barcelona con pintura, piedras y algún material más.
La cosa no habría sido para tanto, quizás, si además no hubieran tenido la grandiosa idea de hacer la cirugía estética a varios trabajadores de medios de comunicación, como ese cámara de Antena 3 a quien quisieron cambiarle la cara a pedradas después de apañar su cámara para un plano secuencia de película gore.
En cualquier caso, los chicos de Valencia y Barcelona, al fin y al cabo, solo repiten lo que ven hacer a sus mayores. Y no me refiero a los antecedentes de la lucha "estudiantil" del tipo Cojo Manteca -ay, los gloriosos años ochenta- sino a nuestros fantásticos (?) representantes -o candidatos, como es el caso- políticos.
Como ejemplo, el candidato del Partido Andalucista al Parlamento andaluz por Córdoba, Antonio Manuel Rodríguez. Un ejemplo de demócrata que se fue nada más y nada menos que a quemar el BOE de la Reforma Laboral a las puertas del Palacio de la Moncloa.
Aunque reservo para otro día mi sincera opinión sobre las propuestas de este partido trasnochado e incoherente, que siempre quiere hacernos creer que son mucho más de lo que realmente son, no puedo resistirme a calificar de peligrosa fantochada lo que este individuo hizo en Madrid.
Puede disfrazarlo como quiera -que si el simbolismo, que si el significado, bla, bla, bla...- pero este suceso no es más que una soberana estupidez que juega -nunca mejor dicho- con fuego.
La cosa se me antoja mucho más grave cuando resulta que el ínclito es profesor de la Universidad de Córdoba y, nada menos, que profesor de Derecho. Alguien que debería inculcar a sus alumnos el respeto a las leyes que hacen y redactan representantes elegidos democráticamente -exactamente lo mismo que pretende que hagamos con él- y que, sin duda alguna, debería abstenerse de realizar payasadas que, a determinados descerebrados, puede darles ideas muy parecidas a las que se exponen en el terrible lema de Maquiavelo.
Ejemplos encontramos a patadas en el mundo de hoy: desde el tristemente popular estos días Bashar Al Assad, el sirio, quien considera justificable descargar toneladas de bombas sobre la población civil, hasta los amiguetes de Amaiur, que encuentran razonable comparar a un idiota que se ha volado a sí mismo al poner una bomba con otras víctimas que no tuvieron la suerte de que su bomba la pusiera un simple imbécil.
Del mismo modo, se están produciendo muestras de lo que les digo en esas manifestaciones presuntamente estudiantiles de Valencia -la semana pasada- o Barcelona, hace apenas dos días.
Gropúsculos de demócratas -entiéndase como sorna irónica- de la izquierda radical se han encargado de hacer lo posible por reventar lo que, seguramente, nació como una protesta legítima, aunque solo fuera por saltarse unas clasecillas, por parte de los chavales del Instituto Luis Vives.
No lo digo yo, lo dicen las imágenes en las que aparecen tíos de veintitantos años que, si acaso fueran aún estudiantes del Instituto, merecerían quizás no los palos, pero desde luego sí quedarse sin Nocilla ni tele el fin de semana.
El caso de anteayer en Barcelona es aún más sangrante: una manifestación que iba discurriendo tranquila se torció cuando a un grupo de estos demócratas revolucionarios -qué contradicción ¿no?- se le ocurrió redecorar algunas oficinas bancarias y el edificio de la Bolsa de Barcelona con pintura, piedras y algún material más.
La cosa no habría sido para tanto, quizás, si además no hubieran tenido la grandiosa idea de hacer la cirugía estética a varios trabajadores de medios de comunicación, como ese cámara de Antena 3 a quien quisieron cambiarle la cara a pedradas después de apañar su cámara para un plano secuencia de película gore.
En cualquier caso, los chicos de Valencia y Barcelona, al fin y al cabo, solo repiten lo que ven hacer a sus mayores. Y no me refiero a los antecedentes de la lucha "estudiantil" del tipo Cojo Manteca -ay, los gloriosos años ochenta- sino a nuestros fantásticos (?) representantes -o candidatos, como es el caso- políticos.
Como ejemplo, el candidato del Partido Andalucista al Parlamento andaluz por Córdoba, Antonio Manuel Rodríguez. Un ejemplo de demócrata que se fue nada más y nada menos que a quemar el BOE de la Reforma Laboral a las puertas del Palacio de la Moncloa.
Aunque reservo para otro día mi sincera opinión sobre las propuestas de este partido trasnochado e incoherente, que siempre quiere hacernos creer que son mucho más de lo que realmente son, no puedo resistirme a calificar de peligrosa fantochada lo que este individuo hizo en Madrid.
Puede disfrazarlo como quiera -que si el simbolismo, que si el significado, bla, bla, bla...- pero este suceso no es más que una soberana estupidez que juega -nunca mejor dicho- con fuego.
La cosa se me antoja mucho más grave cuando resulta que el ínclito es profesor de la Universidad de Córdoba y, nada menos, que profesor de Derecho. Alguien que debería inculcar a sus alumnos el respeto a las leyes que hacen y redactan representantes elegidos democráticamente -exactamente lo mismo que pretende que hagamos con él- y que, sin duda alguna, debería abstenerse de realizar payasadas que, a determinados descerebrados, puede darles ideas muy parecidas a las que se exponen en el terrible lema de Maquiavelo.
MARIO J. HURTADO