País maldito, que deja una película maravillosa en las pupilas de todo aquel que la contempla. Montilla, todo el oro insustancial de la cerveza emerge en el travieso relámpago de sus vinos con los aires decanos y los trabucos con sabor a beso. Y es así, agua sencilla con puntos de cobre y comas sin tinieblas.
Si de algo me enorgullezco en esta mi única vida vivida es de haberme creado a mí mismo en el hongo sudoroso de Montilla, en sus últimos huesos corteja ndo el cierre de las puertas, en ese algodón poliédrico donde se agarra el puñal de la Historia.
De Montilla me fascinan las quemaduras de sus hierros viejos, sus dédalos de pasillos ocultos, sus muros de mampostería donde las ventanas tienen el sarro de los tiempos.
Montilla debería apropiarse de los dos metros que le sobran al Everest, y con el pesar de que no se haya convertido más que en pueblo grande de tercios viejos y no en un gran solar industrial, tenemos ese tándem de las grandes mesetas: sorbito viejo de oro y el azar goteante de las canoas que acaban siempre llegando. Porque es una fantasía viva que atrae a los buitres y a los que aman su cuchillo campesino. Atrae a los gramos de fantasma y a quien mece la música.
A veces nos enfadamos con nuestro pueblo, con sus gentes. Eso es de perogrullo. Sin embargo, su tocadiscos mágico zarandea por encima de la crisma, nos otorga una caricia familiar.
A trote vivo, como la mordedura de un oso a una cucharilla, se aproxima esa máquina neumática que es traje de su tiempo, ese traje sabido y recogido, la semana de semanas, cuando Cristo, con tiro tambaleante, se envalentona y llega en esquife al barro común.
Pondremos derechos los relojes, a nuestra hora montillana, haremos cremallera como bailarines de colorín y un año más, el desentierro brillante de nuestro señorío, la hinchazón dorada de nuestros campos.
Dejaremos de buscar otros jardines, de lamer las costuras, picaremos más en el grano de café y Munda dejará de ser cápsula, dejará de arar con los búfalos que trajeron los latinos y será lo que fue con El Gran Capitán: una batalla zancuda, el armillo que supo acojinar Cervantes, una carita mona en la colonia de las flores.
Montilla se reencontrará con la idea sobrepujada de las coronas y los brocados; Montilla concluirá su semana como si fuese esmalte, haciendo el puchero al aire libre en esta tierra enclenque donde la franela predicará descalza y las caderas harán campo con ese vino que hornea lámparas en los cráneos.
Aún me sobrecoge que en este dominó deslucido, este tiempo maldito que nos vendió tanto champán y nos empujó a la cabina del sex-shop, los hechos violentos, el hierro batido, hinquen sus dientes como niebla amontonada.
Un buen amigo vio la señal de ese pirulí siniestro que, por momentos, lo convirtió en fanega que echa el ancla. Le pincharon, le apuñalaron las hormigas la capucha, fue un bizcocho helado en una noche que lo quiso mandar a una siesta en el rancho de la luna. El cuchillo te marraneó y buscó ser verruga.
Por fortuna, Carlos, te quedaste con un puñado de tierra en los ojos y el caballo te atropelló por encima de las cortinas. Bienvenido al sombrero redondo, al vapor del diablo, al cartoon porno de la alegría. Bienvenido, Carlos. Brindo con absenta, me hago nido de ratas para que regreses como siempre, como una yegua cachonda esperando una limonada fría.
Sinceramente no creo que haya en Montilla un problema latente con la seguridad ciudadana. No más que en otros reventaderos que conozcamos. Más bien es un rumor glaciar. Hay espantajos que acechan con su asma de asesinos, cañones esmirriados y alguna que otra delicatessen muy cafre, que tratan de buscar su propia seguridad tropezando con los mojones de perro. Para ello recurren a la mano del gato, a la piratería del pulgoso con demasiada saliva.
Cierto es que las circunstancias económicas se arriman histéricas a unos más que a otros; que mucha gente se ha quedado en matrícula de socorros. Cierto es que el patio va vestido de azafrán y nos esperan canteras para pegarnos de lleno en todos los piños. Cierto es que los políticos no cesan de dar rodeos estrafalarios y son hierbas secas oliéndose los huevos.
Por lo demás, apuntamos a los mismos garbanzos, a la misma mirada carnívora que otras poblaciones. Montilla necesita recuperar el rango que merece, por cultura, por Historia. Necesita agarrar el volante de su propio futuro. Montilla es un pequeño fósforo, un ataúd de plomo frío bailando el Aserejé, las cuerdas mudas de un violín.
Pero seremos lo que queramos ser. Seremos el callo de las vacas o las rosquillas preferidas de los nubarrones. Yo apuesto porque la cooperación de todos, el ingenio de unos pocos y la casta de unos muchos hagan de esta ciudad una planta de vainilla creciendo en los linderos.
Señores políticos, Montilla tiene momias sin dientes, célebres encriptados a los que convocaría a un café en Las Camachas para que nos sacaran de este mapa tan muerto. Montilla necesita que sus representantes políticos y sociales agoten la munición sin rendirse. Y ante sus propios ojos. Que se dejen de copla y cencerros.
Propongo que el Gobierno de nuestra ciudad coopere con los parados, busque con ellos la ingeniería de un nuevo comienzo, le pegue besos a la acuarela de este pueblo y deje de llorar por dos. Hay algo más que gravilla bajo los pies, señores políticos. Dejen de peinarse los copos ante el espejo y saquen la espada de una vez por todas.
Señor alcalde, reúna a todos los parados, a los comerciantes, a los industriales, haga las presentaciones oportunas, busque la entrepierna de toda economía y fomente la gran empresa de Montilla, Sociedad Común.
Tenemos universitarios deseando pegarle una tajada a la vida, deseando hacerle un chequeo completo a los saquillos del culo de nuestra sociedad. Comencemos a ser montillanos...
A los conserveros a los que a veces obviamos como regaliz chupeteado, esto es, a nuestros conservacionistas, garantes, promotores de la cultura montillana. A vosotros, que lo hacéis con esmero y con las agallas cocinadas. Especialmente a Manuel Ruiz Luque.
A la artista montillana Susana Berral: la autopista te espera para que regreses sana y salva de entre las sombras. Ánimo.
A Juan David Gómez Laguna, excelente arquitecto y mejor persona.
Si de algo me enorgullezco en esta mi única vida vivida es de haberme creado a mí mismo en el hongo sudoroso de Montilla, en sus últimos huesos corteja ndo el cierre de las puertas, en ese algodón poliédrico donde se agarra el puñal de la Historia.
De Montilla me fascinan las quemaduras de sus hierros viejos, sus dédalos de pasillos ocultos, sus muros de mampostería donde las ventanas tienen el sarro de los tiempos.
Montilla debería apropiarse de los dos metros que le sobran al Everest, y con el pesar de que no se haya convertido más que en pueblo grande de tercios viejos y no en un gran solar industrial, tenemos ese tándem de las grandes mesetas: sorbito viejo de oro y el azar goteante de las canoas que acaban siempre llegando. Porque es una fantasía viva que atrae a los buitres y a los que aman su cuchillo campesino. Atrae a los gramos de fantasma y a quien mece la música.
A veces nos enfadamos con nuestro pueblo, con sus gentes. Eso es de perogrullo. Sin embargo, su tocadiscos mágico zarandea por encima de la crisma, nos otorga una caricia familiar.
A trote vivo, como la mordedura de un oso a una cucharilla, se aproxima esa máquina neumática que es traje de su tiempo, ese traje sabido y recogido, la semana de semanas, cuando Cristo, con tiro tambaleante, se envalentona y llega en esquife al barro común.
Pondremos derechos los relojes, a nuestra hora montillana, haremos cremallera como bailarines de colorín y un año más, el desentierro brillante de nuestro señorío, la hinchazón dorada de nuestros campos.
Dejaremos de buscar otros jardines, de lamer las costuras, picaremos más en el grano de café y Munda dejará de ser cápsula, dejará de arar con los búfalos que trajeron los latinos y será lo que fue con El Gran Capitán: una batalla zancuda, el armillo que supo acojinar Cervantes, una carita mona en la colonia de las flores.
Montilla se reencontrará con la idea sobrepujada de las coronas y los brocados; Montilla concluirá su semana como si fuese esmalte, haciendo el puchero al aire libre en esta tierra enclenque donde la franela predicará descalza y las caderas harán campo con ese vino que hornea lámparas en los cráneos.
Aún me sobrecoge que en este dominó deslucido, este tiempo maldito que nos vendió tanto champán y nos empujó a la cabina del sex-shop, los hechos violentos, el hierro batido, hinquen sus dientes como niebla amontonada.
Un buen amigo vio la señal de ese pirulí siniestro que, por momentos, lo convirtió en fanega que echa el ancla. Le pincharon, le apuñalaron las hormigas la capucha, fue un bizcocho helado en una noche que lo quiso mandar a una siesta en el rancho de la luna. El cuchillo te marraneó y buscó ser verruga.
Por fortuna, Carlos, te quedaste con un puñado de tierra en los ojos y el caballo te atropelló por encima de las cortinas. Bienvenido al sombrero redondo, al vapor del diablo, al cartoon porno de la alegría. Bienvenido, Carlos. Brindo con absenta, me hago nido de ratas para que regreses como siempre, como una yegua cachonda esperando una limonada fría.
Sinceramente no creo que haya en Montilla un problema latente con la seguridad ciudadana. No más que en otros reventaderos que conozcamos. Más bien es un rumor glaciar. Hay espantajos que acechan con su asma de asesinos, cañones esmirriados y alguna que otra delicatessen muy cafre, que tratan de buscar su propia seguridad tropezando con los mojones de perro. Para ello recurren a la mano del gato, a la piratería del pulgoso con demasiada saliva.
Cierto es que las circunstancias económicas se arriman histéricas a unos más que a otros; que mucha gente se ha quedado en matrícula de socorros. Cierto es que el patio va vestido de azafrán y nos esperan canteras para pegarnos de lleno en todos los piños. Cierto es que los políticos no cesan de dar rodeos estrafalarios y son hierbas secas oliéndose los huevos.
Por lo demás, apuntamos a los mismos garbanzos, a la misma mirada carnívora que otras poblaciones. Montilla necesita recuperar el rango que merece, por cultura, por Historia. Necesita agarrar el volante de su propio futuro. Montilla es un pequeño fósforo, un ataúd de plomo frío bailando el Aserejé, las cuerdas mudas de un violín.
Pero seremos lo que queramos ser. Seremos el callo de las vacas o las rosquillas preferidas de los nubarrones. Yo apuesto porque la cooperación de todos, el ingenio de unos pocos y la casta de unos muchos hagan de esta ciudad una planta de vainilla creciendo en los linderos.
Señores políticos, Montilla tiene momias sin dientes, célebres encriptados a los que convocaría a un café en Las Camachas para que nos sacaran de este mapa tan muerto. Montilla necesita que sus representantes políticos y sociales agoten la munición sin rendirse. Y ante sus propios ojos. Que se dejen de copla y cencerros.
Propongo que el Gobierno de nuestra ciudad coopere con los parados, busque con ellos la ingeniería de un nuevo comienzo, le pegue besos a la acuarela de este pueblo y deje de llorar por dos. Hay algo más que gravilla bajo los pies, señores políticos. Dejen de peinarse los copos ante el espejo y saquen la espada de una vez por todas.
Señor alcalde, reúna a todos los parados, a los comerciantes, a los industriales, haga las presentaciones oportunas, busque la entrepierna de toda economía y fomente la gran empresa de Montilla, Sociedad Común.
Tenemos universitarios deseando pegarle una tajada a la vida, deseando hacerle un chequeo completo a los saquillos del culo de nuestra sociedad. Comencemos a ser montillanos...
A los conserveros a los que a veces obviamos como regaliz chupeteado, esto es, a nuestros conservacionistas, garantes, promotores de la cultura montillana. A vosotros, que lo hacéis con esmero y con las agallas cocinadas. Especialmente a Manuel Ruiz Luque.
A la artista montillana Susana Berral: la autopista te espera para que regreses sana y salva de entre las sombras. Ánimo.
A Juan David Gómez Laguna, excelente arquitecto y mejor persona.
J. DELGADO-CHUMILLA