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Los discos no tienen dos curvas

Dentro de los mercados donde se encuentran las distintas empresas del sector secundario, cada uno va a elaborar un tipo de estrategia para alcanzar a su público objetivo. Estas tácticas pueden pasar desde la reducción de precios, hasta el elevamiento de la calidad de los productos, pasando por el reparto de folletos informativos.

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No obstante, uno de los más viles y, en contrapartida, más prácticos a la hora de vender tales servicios, consiste en la estimulación, la atracción (por aquello de que funciona a un nivel inconsciente del ego).

Las formas de conquistar a un potencial comprador por estimulación pueden ser, a su vez, múltiples y muy variadas. En el mundo de las consolas, una de ellas, es la simpatía levantada por los protagonistas de una saga.

Los coloridos seres de Viva Piñata o Little Big Planet así lo corroboran. Adentrándonos en el campo de minas, tenemos a la violencia, la fiereza. Algunos art books o libros de arte conceptual (donde se demuestra visualmente lo que supondrá el juego) como los de Mad World o Prototype hablan por sí solos.

En esta ocasión hablamos de una exposición prolongada a escenas sangrientas y de matanzas, en ocasiones, completamente desorbitadas e innecesarias. Bien es verdad que ello también se encuentra en el cine con facilidad. Immortals no solo salpicaba un ojo con la sangre derramada, sino que además escupía en el ojo restante gracias a su desprecio por la mitología.

De entre las decenas de mecanismos de convicción existentes, hay uno que prácticamente no se utiliza en la mayoría de los campos, o al menos simple vista (al levantar la alfombra, nos encontramos el polvo). Hablamos de la atracción sexual, y más concretamente la absurda o barata, innecesaria además en casi la totalidad de las ocasiones. De ilustrarnos se encargará el juego Catherine de PS3 y XBOX 360.

La desarrolladora Atlus elaboró un juego cuya trama se basaba en el adulterio, el matrimonio, la madurez, la responsabilidad y en definitiva, aquellos rasgos característicos que definen a un adulto y que deben ser adquiridos en tal etapa de la vida.

La manera de plasmar la infidelidad del protagonista es bien sencilla: se inserta un personaje femenino de tallas y aspecto poco creíbles (en el clímax se dará el motivo de por qué esto es así), que Vincent, el pecador, deberá ocultar a su novia con la que está manteniendo una relación que ocupa el lustro.

El juego, al tratar los asuntos antes expuestos, contiene alguna breve secuencia de desnudo parcial (nunca total ni demasiado provocativo). Y hasta ahí no hay problemas.

El conflicto se ocasiona cuando la carátula del software muestra la insinuante silueta de las dos chicas protagonistas de la historia en discordia, las imágenes conceptuales muestran escenas que fácilmente pueden ser interpretadas o, directamente, se muestra como un producto erótico al usar eslóganes a la altura de: “Lo más divertido que puedes hacer con ropa”. Y de tal categoría tiene bastante poco.

Resulta una auténtica lástima que una experiencia jugable tan innovadora y fresca como es Catherine (la escalada de bloques no se había inventado antes prácticamente) tenga que llegar a ser vendida en todo el globo a través de sucias artimañas.

No se da al público un aspecto de juego nuevo, creativo, original, con tintes adultos que podrán maravillar a los nuevos colectivos que están surgiendo de por encima de los treinta años. Opta por el camino fácil: llamar a la mirada del comprador porque hay una mujer en una imagen. ¿Dónde está aquí la diferencia entre el Sapiens sapiens y el Neandertal?

El sector debe renovar sus esquemas mentales, basados en la conquista fácil de un pueblo a través de los instintos básicos, y en pensamientos retrógrados de dominación sobre la mujer. Pues como todos sabemos, Japón peca precisamente del machismo latente que se vive en sus calles.

No es admisible que se haga uso de tales mecanismos de captación de los compradores. No es aceptable por los consumidores, considerados seres carentes de lóbulo frontal y guiados por sus instintos básicos. Tampoco por las mujeres, utilizadas nuevamente como objeto sexual. ¡Ah, sí!, aún me envuelve el espíritu feminista.

SALVADOR BELIZÓN / REDACCIÓN
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