Zapatero tenía razón. Los dictámenes de Merkel pusieron contra las cuerdas la senda socialdemócrata marcada por la rosa. La traición de José Luis a la marca ideológica de su partido sepultó su corona en beneficio de las capas azules de las gaviotas.
Hoy, el volante de Mariano ha radicalizado el giro a la derecha iniciado por la izquierda. La insistencia exacerbada de una maquinaria oxidada (llamada España) por querer rendir al compás de un Ferrari (llamado Europa) ha debilitado los troncos de nuestro Estado del Bienestar en pro de las aguas turbulentas de los mercados.
El dibujo oculto de una Hispania arruinada por sus múltiples púas y su ejército de reserva in crescendo día a día pone el acento en el fracaso político de la integración económica como panacea de su salvación.
Hoy, lamentablemente, ya no somos la península de ayer. El efecto llamada de la inmigración como síntoma de riqueza del España va bien” ha sido reciclado por corrientes de emigrantes similares al “vente para Alemania, Pepe” de las películas de Landa.
Las grúas de El Pocero en las afueras de Madrid dejan la huella de un paisaje fantasmagórico decorado por millones de ladrillos hacinados entre los bastidores de una función que finalizó con la ira de su espectador.
Los ninots de Valencia han trazado la burla satírica de una tierra manchada por los olores de la corrupción y los silencios del despilfarro. Huele la Comunitat la cremá de sus Fallas con el estruendo de fondo de miles de adolescentes indignados por su educación.
El lienzo visible de España está pintado por las pinceladas gruesas del paro y las curvas nefastas de su deuda. La asfixia económica de sus Administraciones marcan los nubarrones oscuros en un cielo azul cuyo sol es el mismo para los lobos y para los corderos.
La selva de Hobbes ha resistido los azotes de la civilización. Hoy volvemos al estado salvaje de ayer. El renacimiento de las teorías de Charles muestran el fracaso de Marx en su intento por salvar a la humanidad de tanta desigualdad.
La Europa de hoy, dominada por el neoliberaliberalismo y las teorías utilitaritas de Mill, ha derribado la estructura social en pro de la radicalidad. Hoy somos, como decía aquel, más pobres que ayer. La clase media, la misma gente que no vislumbró Mark en El capital, sufre su agonía en una Europa deshumanizada y aferrada a la aritmética de sus mercados.
Desde la crítica intelectual cabe preguntarse si es inteligente seguir así. ¿Nos beneficia callar en lugar de decirle a Merkel la verdad de nuestra casa? ¿Seremos la segunda Grecia y el patito feo de un aula llamada Europa? Probablemente sí. Sí por la debilidad de nuestras estructuras y por la crisis ideológica de la socialdemocracia.
Seguir las directrices de la canciller alemana implica nadar contracorriente y reinventar el discurso obsoleto de la izquierda. Continuar en este capítulo negro de la historia implica a la sociedad civil renunciar a la calidad de sus servicios públicos en pro los mercados.
Decir "soy de Europa" en la España de Rajoy lleva implícito aceptar la devaluación de nuestra mano de obra y el desmantelamiento del bienestar con tal de mantener a raya el déficit marcado por los de arriba. Desde la indignación civil debemos ponderar entre llevar euros en la cartera y ser pobres en derechos, o pagar con pesetas y volver a resurgir de las cenizas.
Hoy, el volante de Mariano ha radicalizado el giro a la derecha iniciado por la izquierda. La insistencia exacerbada de una maquinaria oxidada (llamada España) por querer rendir al compás de un Ferrari (llamado Europa) ha debilitado los troncos de nuestro Estado del Bienestar en pro de las aguas turbulentas de los mercados.
El dibujo oculto de una Hispania arruinada por sus múltiples púas y su ejército de reserva in crescendo día a día pone el acento en el fracaso político de la integración económica como panacea de su salvación.
Hoy, lamentablemente, ya no somos la península de ayer. El efecto llamada de la inmigración como síntoma de riqueza del España va bien” ha sido reciclado por corrientes de emigrantes similares al “vente para Alemania, Pepe” de las películas de Landa.
Las grúas de El Pocero en las afueras de Madrid dejan la huella de un paisaje fantasmagórico decorado por millones de ladrillos hacinados entre los bastidores de una función que finalizó con la ira de su espectador.
Los ninots de Valencia han trazado la burla satírica de una tierra manchada por los olores de la corrupción y los silencios del despilfarro. Huele la Comunitat la cremá de sus Fallas con el estruendo de fondo de miles de adolescentes indignados por su educación.
El lienzo visible de España está pintado por las pinceladas gruesas del paro y las curvas nefastas de su deuda. La asfixia económica de sus Administraciones marcan los nubarrones oscuros en un cielo azul cuyo sol es el mismo para los lobos y para los corderos.
La selva de Hobbes ha resistido los azotes de la civilización. Hoy volvemos al estado salvaje de ayer. El renacimiento de las teorías de Charles muestran el fracaso de Marx en su intento por salvar a la humanidad de tanta desigualdad.
La Europa de hoy, dominada por el neoliberaliberalismo y las teorías utilitaritas de Mill, ha derribado la estructura social en pro de la radicalidad. Hoy somos, como decía aquel, más pobres que ayer. La clase media, la misma gente que no vislumbró Mark en El capital, sufre su agonía en una Europa deshumanizada y aferrada a la aritmética de sus mercados.
Desde la crítica intelectual cabe preguntarse si es inteligente seguir así. ¿Nos beneficia callar en lugar de decirle a Merkel la verdad de nuestra casa? ¿Seremos la segunda Grecia y el patito feo de un aula llamada Europa? Probablemente sí. Sí por la debilidad de nuestras estructuras y por la crisis ideológica de la socialdemocracia.
Seguir las directrices de la canciller alemana implica nadar contracorriente y reinventar el discurso obsoleto de la izquierda. Continuar en este capítulo negro de la historia implica a la sociedad civil renunciar a la calidad de sus servicios públicos en pro los mercados.
Decir "soy de Europa" en la España de Rajoy lleva implícito aceptar la devaluación de nuestra mano de obra y el desmantelamiento del bienestar con tal de mantener a raya el déficit marcado por los de arriba. Desde la indignación civil debemos ponderar entre llevar euros en la cartera y ser pobres en derechos, o pagar con pesetas y volver a resurgir de las cenizas.
ABEL ROS