Recientemente he tenido el placer de acudir a unas jornadas donde se trataba a la mujer y su situación, en líneas generales, en los diversos ámbitos de las posibles formas de comunicación. Si mis conocimientos previos ya vaticinaban un descalabro grotesco, tras mi asistencia me quedó más claro que nunca que la situación es realmente preocupante.
Nos encontramos en un patriarcado donde se ahorca y se masacra por asfixia la dignidad de la mujer, sus derechos y aptitudes entre otros tantos aspectos. Me parece vergonzante que, a estas alturas, se comience a debatir en Argentina si las mujeres violadas deben tener el pleno derecho de abortar o no. Anteriormente, esta opción era monopolio para las dementes y las idiotas, según se recoge en varios medios. Triste, francamente triste, y no exclusivamente por tales posturas políticas sino por el trato informativo que se le dan a semejantes noticias.
En la tesitura en la que se desarrolla nuestro entorno, todo aquello que emane del mismo va a llevar impresa tal marca de superioridad masculina. Invirtiendo nuestros esfuerzos en los juegos electrónicos, podemos observar dos formas distintas de sacar a relucir tal injusticia. Ambas, igual de deleznables.
Podemos situar, por una parte, a la mujer en tanto que jugadora. A pesar de ser un target cada vez con más aforo, no está representado o no al menos de la manera idónea. Que los nipones saquen una nueva portátil de color rosa se antoja pobre. Que la mayoría de juegos se enfocan al público masculino, se torna innecesario.
Lo peor de todo es cuando se toma a risa, a puro cachondeo, a las jugadoras. ¿Qué significa si no, que los juegos dedicados a tal sector se centren en cuidar de animales o que su avatar salga de compras? Lo primero que se viene a la mente es que se legitiman prejuicios y posturas sociales con respecto a la mujer.
Lo segundo es que se intenta sacar dinero con una forma de proceder usurera, pues mucho me temo que un número de padres y niñas elevadísimo sigue cayendo en semejantes artimañas. Por último, en el punto que realmente supone el agravio, que los altos ejecutivos (en su conjunto hombres, ¿qué iban a ser?) se toman a la mujer por el pito del sereno.
Partiendo de la saga Imganina ser…, nos topamos con profesiones de la talla de diseñadora de moda, veterinaria, mamá (¡cuán original!). ¿Dónde se quedaron Imagina ser arquitecta, profesora, ejecutiva, jardinera, científica...? No obstante, las desgracias nunca vienen solas.
Si todo se quedase ahí, podríamos entenderlo como una especie de humor negro un tanto irónico, un acto eventual y no premeditado. Pero resulta que si analizamos, en segundo lugar, la situación de los personajes de los videojuegos, hay que taparse la cara y agacharla.
Si se tiene un mínimo de decencia, no se puede ir con la cabeza alta al contemplar a las mujeres que aparecen y lo que implica su presencia dentro de los juegos. Detenerse a explicar que son usadas como reclamo para el público masculino sería gastar líneas de la exposición.
Desde siempre, en todos los ámbitos, la mujer ha sido tratada como objeto sexual. Contemplar a Ivy, la luchadora de Soul Calibur, resulta más ilustrativo.
Inquietante hasta extremos alarmantes es la utilización del papel de mujer dependiente o vulnerable. Este rol no supone más que colocar a una mujer, anciana y/o niña que necesita ser protegida por el protagonista que, ¡oh, sorpresa!, es un apuesto hombre con pose de héroe.
Y las escasas mujeres con protagonismo quedan relegadas a un segundo plano por el anteriormente citado caballero. Una pena que grandes personajes como Emmy de la saga de El Profesor Layton o Trish de Infamous queden relegados a apariciones esporádicas y poco gratificantes.
Si en los videojuegos la mujer no se merece tal representación, en cualquier ámbito de la vida menos aún si cabe. No son pocas las mujeres de nuestro alrededor que aman con la misma pasión las consolas tanto o más como los hombres, y todos tenemos el mismo cerebro y articulaciones para ser partícipes de tal entretenimiento.
No de forma casual, irónicamente, mi introducción a este tipo de ocio fue llevada a cabo por mi hermana, una acérrima fan del legendario Battle City de la NES, al que a día de hoy no he logrado superarla.
Para ejecutar una actividad financiera, hace falta cerebro. Para correr cien metros lisos, hace falta un físico ejercitado. Para girar un joystick y apretar el botón “start”, un par de ágiles dedos. Así pues, ¿qué importa, para hacer todo ello, la longitud de las uñas?
Nos encontramos en un patriarcado donde se ahorca y se masacra por asfixia la dignidad de la mujer, sus derechos y aptitudes entre otros tantos aspectos. Me parece vergonzante que, a estas alturas, se comience a debatir en Argentina si las mujeres violadas deben tener el pleno derecho de abortar o no. Anteriormente, esta opción era monopolio para las dementes y las idiotas, según se recoge en varios medios. Triste, francamente triste, y no exclusivamente por tales posturas políticas sino por el trato informativo que se le dan a semejantes noticias.
En la tesitura en la que se desarrolla nuestro entorno, todo aquello que emane del mismo va a llevar impresa tal marca de superioridad masculina. Invirtiendo nuestros esfuerzos en los juegos electrónicos, podemos observar dos formas distintas de sacar a relucir tal injusticia. Ambas, igual de deleznables.
Podemos situar, por una parte, a la mujer en tanto que jugadora. A pesar de ser un target cada vez con más aforo, no está representado o no al menos de la manera idónea. Que los nipones saquen una nueva portátil de color rosa se antoja pobre. Que la mayoría de juegos se enfocan al público masculino, se torna innecesario.
Lo peor de todo es cuando se toma a risa, a puro cachondeo, a las jugadoras. ¿Qué significa si no, que los juegos dedicados a tal sector se centren en cuidar de animales o que su avatar salga de compras? Lo primero que se viene a la mente es que se legitiman prejuicios y posturas sociales con respecto a la mujer.
Lo segundo es que se intenta sacar dinero con una forma de proceder usurera, pues mucho me temo que un número de padres y niñas elevadísimo sigue cayendo en semejantes artimañas. Por último, en el punto que realmente supone el agravio, que los altos ejecutivos (en su conjunto hombres, ¿qué iban a ser?) se toman a la mujer por el pito del sereno.
Partiendo de la saga Imganina ser…, nos topamos con profesiones de la talla de diseñadora de moda, veterinaria, mamá (¡cuán original!). ¿Dónde se quedaron Imagina ser arquitecta, profesora, ejecutiva, jardinera, científica...? No obstante, las desgracias nunca vienen solas.
Si todo se quedase ahí, podríamos entenderlo como una especie de humor negro un tanto irónico, un acto eventual y no premeditado. Pero resulta que si analizamos, en segundo lugar, la situación de los personajes de los videojuegos, hay que taparse la cara y agacharla.
Si se tiene un mínimo de decencia, no se puede ir con la cabeza alta al contemplar a las mujeres que aparecen y lo que implica su presencia dentro de los juegos. Detenerse a explicar que son usadas como reclamo para el público masculino sería gastar líneas de la exposición.
Desde siempre, en todos los ámbitos, la mujer ha sido tratada como objeto sexual. Contemplar a Ivy, la luchadora de Soul Calibur, resulta más ilustrativo.
Inquietante hasta extremos alarmantes es la utilización del papel de mujer dependiente o vulnerable. Este rol no supone más que colocar a una mujer, anciana y/o niña que necesita ser protegida por el protagonista que, ¡oh, sorpresa!, es un apuesto hombre con pose de héroe.
Y las escasas mujeres con protagonismo quedan relegadas a un segundo plano por el anteriormente citado caballero. Una pena que grandes personajes como Emmy de la saga de El Profesor Layton o Trish de Infamous queden relegados a apariciones esporádicas y poco gratificantes.
Si en los videojuegos la mujer no se merece tal representación, en cualquier ámbito de la vida menos aún si cabe. No son pocas las mujeres de nuestro alrededor que aman con la misma pasión las consolas tanto o más como los hombres, y todos tenemos el mismo cerebro y articulaciones para ser partícipes de tal entretenimiento.
No de forma casual, irónicamente, mi introducción a este tipo de ocio fue llevada a cabo por mi hermana, una acérrima fan del legendario Battle City de la NES, al que a día de hoy no he logrado superarla.
Para ejecutar una actividad financiera, hace falta cerebro. Para correr cien metros lisos, hace falta un físico ejercitado. Para girar un joystick y apretar el botón “start”, un par de ágiles dedos. Así pues, ¿qué importa, para hacer todo ello, la longitud de las uñas?
SALVADOR BELIZÓN / REDACCIÓN