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Ídolos con pies de barro

¿Qué puede aprender alguien que no es deportista de grandes campeones como Nadal, Messi, Michael Jordan o Gassol? ¿Esfuerzo, control sobre su vida pública y privada, sacrificio o solo fama? La fama apaga y apagará a muchas estrellas. ¿Ídolos o mascotas?

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Ídolo: fetiche, imagen, figura, tótem, amuleto, mascota, imagen, icono. El ídolo, según la RAE, es una “persona o cosa amada o admirada con exaltación”. Nuestro entorno está plagado de fetiches tanto humanos como materiales. En el Olimpo de deidades humanas brillan con luz propia una amplia retahíla de deportistas, cantantes y famosos admirados como tales.

Si rastreamos en la palabra "ídolo" o "idolatría" siempre nos remite a una manifestación religiosa de adoración y religación. “Re-ligare” es el origen profundo del vocablo "religión" y vendría a significar “atar fuertemente” con lo representado por medio de la figura idolatrada.

Modernamente, la palabra "ídolo" ha transmutado su significado a un ser viviente, actual y de actualidad que los medios de información, la televisión y la publicidad han introducido dentro de nuestra esfera más íntima: el propio hogar.

El modelo es ejemplo a seguir e imitar. Este aspecto tiene mucha importancia en la personalidad de nuestros jóvenes, y no tan jóvenes. Nos manifestamos como lo hace nuestro ídolo; se imita su forma de aparecer ante los demás, de vestir, de caminar… Las prendas que usa el modelo son objeto de veneración, de mimesis y, por ello, las usamos en nuestro vivir diario.

La figura idolatrada conforma, de alguna manera, la personalidad del adorador que, a su vez, intenta mimetizarse con él o con ella. ¿Esto es malo? No, si el imitador sabe marcar límites y no deja de ser él mismo; sí, si el emulador sorbe la forma de ser y de aparecer de dicho modelo.

Indudablemente, no se puede marcar frontera exacta entre una mimesis absoluta y una imitación superficial o no profunda. Pero la personalidad del imitador es la que podrá decidir hasta qué punto se deja arrastrar y se convierte en el otro o hasta qué momento sigue siendo él mismo.

El imitador puede llegar literalmente a robar la personalidad del modelo y, por tanto, dejar de ser él. Es decir, puede quedar anulado por el prototipo al que imita ciegamente.

Los arquetipos a los que remedar no son un invento de la Modernidad. Han existido siempre y, normalmente, se ceñían al ámbito más próximo al sujeto: progenitores, maestros, figuras señeras dentro de la sociedad en la que nos movíamos...

Pero será modernamente, y sobre todo con la globalización, cuando los modelos traspasen las fronteras e irrumpan a veces bruscamente en nuestras vidas. Cine, televisión y medios de comunicación en general son de gran importancia a la hora de absorber patrones.

Y queremos ser y parecer como Ronaldo, Alonso, Justin Bieber o Harry Potter los chicos y como Madonna, Lady Gaga, Selena Gómez o Bar Rafaeli las chicas. El efecto fan, con toda su manifestación de histeria colectiva, no deja de mostrarse como una adoración pública de dichos especímenes.

El guiarse por marcas en el vestir es una ostentación clara de dicha adoración, seguida e imitada por todos ellos a la par. Paradójicamente, si a esos jóvenes se les propone ir al instituto con un uniforme, se negarán en redondo por no querer, bajo ningún concepto, ir todos iguales. ¿Ironía? No, cruda realidad.

Y no dejo de alucinar cuando leo declaraciones como las hechas por Daniel Radcliffe, el actor que encarna a Harry Potter, que admite sin rubor que “cuando eres un adolescente inglés lo normal es emborracharse”. Este sujeto, está claro -y digo esto para sus adoradores- que es de carne y hueso y que, por tanto, tiene sus virtudes y vicios como cualquier humano.

Fue capaz de presentarse a rodar unas escenas totalmente borracho. Las imágenes han salido en prensa "normal". Matizo lo de "normal", es decir, diarios, para distinguirla de la prensa del corazón, exponente, en la mayoría de casos, de pura carroña.

Daniel Radcliffe ha librado una dura batalla contra el alcohol y parece que ganó. ¡Enhorabuena! Pero ¿hasta cuándo? Este tipo de información no la lee casi nadie o digamos que pasó inadvertida para la mayoría del público, sobre todo de sus huestes de fans.

Pero lo que quizás no sepa él o tal vez sí, es que representa un modelo a imitar. Y si dice que cuando eres un adolescente inglés “lo normal es emborracharse” pues empiezan a patinar las meninges.

Para un adulto formado y con personalidad más o menos definida, esta afirmación no pasa de ser una frase sin mayor trascendencia. Para un joven, bisoño seguidor, admirador e imitador de Harry Potter, esta afirmación es casi el Padrenuestro.

El caso más reciente de una diosa abatida por diversas dependencias lo tenemos en la cantante Whitney Houston que sufrió numerosos reveses en su carrera por la adicción a las drogas junto con el alcohol, sustancias que, al final, han acabado con ella. Escándalos, drogas, depresiones..., es la desgraciada constante en muchos de estos ídolos con pies de barro. Quedamos huérfanos de una magnífica voz. ¡Descanse en paz!

Y el alcohol corre por nuestras plazas los fines de semana. No hay pueblo de la ancha geografía peninsular que no tenga su campus alcoholicus en el que ¿se aprende a ser mayores? ¿A experimentar nuevas sensaciones hasta llegar al delirum tremens? ¿Se trata de olvidar una situación de opresión familiar, social, escolar? Puede que un poco de todo.

No me refiero al consumo de alcohol como dependencia, ya lo haré en otra ocasión. Me refiero al valor, al peso, a la presión soterrada que ejerce y se le da a los modelos a imitar y al gregarismo existente en estas edades.

Porque ser famoso es, posiblemente, el deporte favorito de mucha gente joven y no tan joven: saltar a la popularidad al precio que sea. Y si no que se lo digan a Aris, que pagó 69.100 euros por pasar una semana en la casa de Gran Hermano. Notoriedad, aplausos, dinero fácil…

La popularidad puede dar dinero, compañía -que no amistades-, éxitos, poder vivir del cuento de tertulia en tertulia televisiva, representando situaciones vivenciales -unas veces falsas y otras desastrosamente verdaderas-... Es el precio de “lo que cuesta la fama y lo que vale”.

Vida fácil, dinero momio, halagos por doquier y siempre la soledad del corredor de fondo. En el caso de Daniel Radcliffe, la gloria desmesurada le llevó a entregarse a una vida de juerga y desenfreno.

Harry Potter lo puede asesinar aunque, afirma, por fin lo “ha matado él”. La pena es que aún es muy joven y puede verse atrapado en el atajo, antes de que llegue a ser un adulto, como le ha pasado a Whitney Houston. Vanitas vanitatis et omnia vanitas!

Recordemos, como dice el proverbio árabe, que “el hombre no puede saltar fuera de su sombra”. Y mientras tanto, el sendero va engullendo de forma inmisericorde a una buena cantidad de gente.

PEPE CANTILLO
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