En dos artículos anteriores (¿Dónde está Yemen? y AIDA) utilicé unas experiencias desarrolladas en las clases con mis alumnos de Psicopedagogía para abrir debates sobre la situación de la enseñanza e, indirectamente, de cómo se encuentra la actual Universidad.
Debo aclarar, de entrada, que esto lo he realizado con uno de los cuatro grupos que estudian la licenciatura y que opté por ellos dado que ya han superado los estudios de Magisterio y se encuentran en mejores condiciones para debatir que los estudiantes de esta titulación. Por otro lado, indiqué en la clase que estos debates me servirían para realizar artículos con el fin de ser publicados en Montilla Digital, tal como lo había hecho en el curso anterior.
La experiencia creo que ha sido de gran interés, aunque haya habido algún caso que lo ha interpretado de modo equivocado, pensando que yo utilizaba estos artículos para dejarlos mal parados. En absoluto: si hay algo que me anima a continuar en las aulas es precisamente el deseo de transmitir conocimientos y estar en contacto con las nuevas generaciones, con sus “pros” y “contras”, pues, lógicamente, cada una a lo largo de la historia ha dado pasos adelante, pero también ha sido necesaria la crítica para que los avances se produzcan.
Cierto que es un riesgo trasladar las experiencias surgidas en el aula a la prensa digital, ya que comporta escollos que son necesarios conocer para saber que nos movemos dentro de una nueva cultura, en la que Internet y las redes sociales han adquirido un enorme protagonismo.
Aceptando, pues, el riesgo que comporta esta experiencia, el jueves pasado abrí de nuevo un debate en la segunda hora de clase, puesto que habían sido varios de los presentes los que habían participado, algunos firmando con su nombre y otros de manera anónima.
Quisiera indicar que fui impulsado a ello tras recibir el escrito anónimo que me remitió el editor de la página y que no le había dado paso, puesto que consideraba que excedía las normas que tiene Montilla Digital para que sean publicados.
Había realizado un/a alumno/a descalificando tanto a la asignatura como a mí mismo. El escrito lo leí en la clase, con la intención de hacernos conscientes del daño que uno puede hacer, escudándose en ese anonimato, sobre una cuestión que, en todo caso, tendría que ser debatida en la propia clase o en el despacho del profesor; pero no en un foro en el que entran cientos de lectores y que no tiene relación con los artículos indicados.
Creo de suma importancia la reflexión que debe llevarse a cabo sobre los criterios éticos que deben prevalecer cuando se escribe de manera anónima en los medios de comunicación, dada la gran potencialidad de difusión que poseen y en los que, si no existe un control, se puede hacer un enorme daño, con dificultades de reparación.
Una vez que expuse esta cuestión que me parecía de gran importancia, se animó la clase y, lo que iba a ser unos minutos, se convirtió en una hora de debate abierto y que fue necesario cerrarlo pues se terminaba la clase.
Por mi parte, no quisiera cerrar toda esta controversia simplemente indicando que acabé trasladándola al aula, sino que me gustaría continuar este interesante debate haciendo algunas reflexiones y tomando como base de ellas algunos de los comentarios recibidos.
De este modo, extraigo algunas líneas firmadas por Eleazar en las que dice: “Estoy tanto a favor como en contra de lo que dice Aureliano. Por una parte, es cierto que el nivel cultural ha disminuido en cuanto a adolescentes/jóvenes. En una sociedad digitalizada donde la música moderna, series de televisión, videojuegos, teléfonos de última generación, etc., ejercen la mayor parte de la influencia que recibimos…”.
Este alumno apunta de manera directa a un factor que condiciona enormemente el tiempo libre de los jóvenes, y de una generación que se aleja cada vez más del libro (aunque esto no lo apunte en su escrito).
Continúa diciendo: “la cual se ve enfrentada inevitablemente con el sistema educativo, con sus clases monótonas, llenas de contenidos sin sentido, en ciertas ocasiones, un profesorado que carece de motivación y que es incapaz de suscitar interés por la materia que imparte…”.
¿Se puede decir más claro lo que piensa la mayoría del alumnado que pisa las aulas universitarias? Tristemente le tengo que dar la razón a este estudiante, pues llevo más de tres décadas en la Universidad y siento que es minoría el profesorado que cumple esos deseos mínimos de gran parte del estudiantado.
Creo que un factor esencial en la enseñanza es la motivación, que conviene analizar detenidamente en otro artículo dedicado exclusivamente a ella.
Discrepa en cuanto que los jóvenes no tengan cultura. En esto estoy de acuerdo, y lamento que de los artículos se pudiera llegar a esta conclusión, puesto que el término "cultura" es muy amplio y puede entenderse de distintos modos. Por otro lado, el haber tomado dos preguntas, que no tenían respuesta en la clase, para mí fue el punto de partida con el que reflexionar sobre los aprendizajes que se producen en el aula y los que se reciben por los medios de comunicación.
Sobre las formas de enseñanza en las aulas, un lector indica: “Soy universitario y doy fe de todo lo que se ha escrito en este artículo. Pocos han sido los profesores que en mis años de enseñanza hayan dejado de lado los contenidos teóricos para dedicar un poco de tiempo a la búsqueda de la iniciativa personal del alumno. Es un lástima que hoy en día un buen alumno sea aquel capaz de memorizar un gran temario en poco tiempo y ‘vomitarlo’ el día del examen…”.
Si fuera esta una opinión compartida por la mayor parte de los estudiantes, ¿no sería acaso una respuesta descorazonadora para el profesorado que sí amamos nuestro trabajo y vemos cómo se perpetúan unas formas estériles de enseñanza, que no motivan en absoluto a los estudiantes y que no cambian con el paso de los años?
Mi experiencia me dice que gran parte del profesorado vive en una especie de “torre de marfil”, sin conexión con el mundo real, con sus alumnos y con el convencimiento de que es “magnífico”. Atribuye la mayoría de los problemas al nivel que tienen los estudiantes, sin pararse a pensar ni un momento a hacerse la más mínima autocrítica.
Por otro lado, desconoce cómo verdaderamente es visto por los estudiantes. Se encuentra en la creencia de que por haber logrado un puesto en la Universidad han alcanzado un verdadero estatus científico, cultural y cognitivo.
Continuando con los escritos, llama la atención la sinceridad de Andrés Serrano cuando dice: “Soy uno de los estudiantes que estaba en esa clase, además soy uno de los diplomados en Educación Musical y no tenía ni idea de lo que estaba hablando Aureliano. Sin embargo, la reflexión que yo hago es que aunque tenga poca cultura musical, me intereso por aprender cosas nuevas. Cuando algo no se sabe se aprende y qué mejor maneras que dándote de bruces…”.
Me parece que esta es una excelente postura, ya que, por un lado, se encuentra el deseo de conocer como fundamento de una formación, independientemente de si “eso va a entrar o no en el examen”, pregunta que escucho con bastante asiduidad; por otro, no hay que tener miedo a mostrar que uno tiene carencias en sus conocimientos, ya que esto nos pasa a todo el mundo; y, como actitud ante la vida, creo que es muy sano saber aceptar las críticas que a uno le puedan llegar.
Para cerrar en esta ocasión, pues creo conveniente continuar con las reflexiones compartidas, no viene mal esa frase que le escuché a un amigo que es catedrático de Pedagogía, cuando ironizaba sobre la falta de crítica del profesorado. Con bastante gracia, e imitando a quien tiene toda la razón del mundo, decía: “Yo por supuesto que me gusta que mis alumnos me critiquen, aunque ello les conduzca al suspenso”.
Debo aclarar, de entrada, que esto lo he realizado con uno de los cuatro grupos que estudian la licenciatura y que opté por ellos dado que ya han superado los estudios de Magisterio y se encuentran en mejores condiciones para debatir que los estudiantes de esta titulación. Por otro lado, indiqué en la clase que estos debates me servirían para realizar artículos con el fin de ser publicados en Montilla Digital, tal como lo había hecho en el curso anterior.
La experiencia creo que ha sido de gran interés, aunque haya habido algún caso que lo ha interpretado de modo equivocado, pensando que yo utilizaba estos artículos para dejarlos mal parados. En absoluto: si hay algo que me anima a continuar en las aulas es precisamente el deseo de transmitir conocimientos y estar en contacto con las nuevas generaciones, con sus “pros” y “contras”, pues, lógicamente, cada una a lo largo de la historia ha dado pasos adelante, pero también ha sido necesaria la crítica para que los avances se produzcan.
Cierto que es un riesgo trasladar las experiencias surgidas en el aula a la prensa digital, ya que comporta escollos que son necesarios conocer para saber que nos movemos dentro de una nueva cultura, en la que Internet y las redes sociales han adquirido un enorme protagonismo.
Aceptando, pues, el riesgo que comporta esta experiencia, el jueves pasado abrí de nuevo un debate en la segunda hora de clase, puesto que habían sido varios de los presentes los que habían participado, algunos firmando con su nombre y otros de manera anónima.
Quisiera indicar que fui impulsado a ello tras recibir el escrito anónimo que me remitió el editor de la página y que no le había dado paso, puesto que consideraba que excedía las normas que tiene Montilla Digital para que sean publicados.
Había realizado un/a alumno/a descalificando tanto a la asignatura como a mí mismo. El escrito lo leí en la clase, con la intención de hacernos conscientes del daño que uno puede hacer, escudándose en ese anonimato, sobre una cuestión que, en todo caso, tendría que ser debatida en la propia clase o en el despacho del profesor; pero no en un foro en el que entran cientos de lectores y que no tiene relación con los artículos indicados.
Creo de suma importancia la reflexión que debe llevarse a cabo sobre los criterios éticos que deben prevalecer cuando se escribe de manera anónima en los medios de comunicación, dada la gran potencialidad de difusión que poseen y en los que, si no existe un control, se puede hacer un enorme daño, con dificultades de reparación.
Una vez que expuse esta cuestión que me parecía de gran importancia, se animó la clase y, lo que iba a ser unos minutos, se convirtió en una hora de debate abierto y que fue necesario cerrarlo pues se terminaba la clase.
Por mi parte, no quisiera cerrar toda esta controversia simplemente indicando que acabé trasladándola al aula, sino que me gustaría continuar este interesante debate haciendo algunas reflexiones y tomando como base de ellas algunos de los comentarios recibidos.
De este modo, extraigo algunas líneas firmadas por Eleazar en las que dice: “Estoy tanto a favor como en contra de lo que dice Aureliano. Por una parte, es cierto que el nivel cultural ha disminuido en cuanto a adolescentes/jóvenes. En una sociedad digitalizada donde la música moderna, series de televisión, videojuegos, teléfonos de última generación, etc., ejercen la mayor parte de la influencia que recibimos…”.
Este alumno apunta de manera directa a un factor que condiciona enormemente el tiempo libre de los jóvenes, y de una generación que se aleja cada vez más del libro (aunque esto no lo apunte en su escrito).
Continúa diciendo: “la cual se ve enfrentada inevitablemente con el sistema educativo, con sus clases monótonas, llenas de contenidos sin sentido, en ciertas ocasiones, un profesorado que carece de motivación y que es incapaz de suscitar interés por la materia que imparte…”.
¿Se puede decir más claro lo que piensa la mayoría del alumnado que pisa las aulas universitarias? Tristemente le tengo que dar la razón a este estudiante, pues llevo más de tres décadas en la Universidad y siento que es minoría el profesorado que cumple esos deseos mínimos de gran parte del estudiantado.
Creo que un factor esencial en la enseñanza es la motivación, que conviene analizar detenidamente en otro artículo dedicado exclusivamente a ella.
Discrepa en cuanto que los jóvenes no tengan cultura. En esto estoy de acuerdo, y lamento que de los artículos se pudiera llegar a esta conclusión, puesto que el término "cultura" es muy amplio y puede entenderse de distintos modos. Por otro lado, el haber tomado dos preguntas, que no tenían respuesta en la clase, para mí fue el punto de partida con el que reflexionar sobre los aprendizajes que se producen en el aula y los que se reciben por los medios de comunicación.
Sobre las formas de enseñanza en las aulas, un lector indica: “Soy universitario y doy fe de todo lo que se ha escrito en este artículo. Pocos han sido los profesores que en mis años de enseñanza hayan dejado de lado los contenidos teóricos para dedicar un poco de tiempo a la búsqueda de la iniciativa personal del alumno. Es un lástima que hoy en día un buen alumno sea aquel capaz de memorizar un gran temario en poco tiempo y ‘vomitarlo’ el día del examen…”.
Si fuera esta una opinión compartida por la mayor parte de los estudiantes, ¿no sería acaso una respuesta descorazonadora para el profesorado que sí amamos nuestro trabajo y vemos cómo se perpetúan unas formas estériles de enseñanza, que no motivan en absoluto a los estudiantes y que no cambian con el paso de los años?
Mi experiencia me dice que gran parte del profesorado vive en una especie de “torre de marfil”, sin conexión con el mundo real, con sus alumnos y con el convencimiento de que es “magnífico”. Atribuye la mayoría de los problemas al nivel que tienen los estudiantes, sin pararse a pensar ni un momento a hacerse la más mínima autocrítica.
Por otro lado, desconoce cómo verdaderamente es visto por los estudiantes. Se encuentra en la creencia de que por haber logrado un puesto en la Universidad han alcanzado un verdadero estatus científico, cultural y cognitivo.
Continuando con los escritos, llama la atención la sinceridad de Andrés Serrano cuando dice: “Soy uno de los estudiantes que estaba en esa clase, además soy uno de los diplomados en Educación Musical y no tenía ni idea de lo que estaba hablando Aureliano. Sin embargo, la reflexión que yo hago es que aunque tenga poca cultura musical, me intereso por aprender cosas nuevas. Cuando algo no se sabe se aprende y qué mejor maneras que dándote de bruces…”.
Me parece que esta es una excelente postura, ya que, por un lado, se encuentra el deseo de conocer como fundamento de una formación, independientemente de si “eso va a entrar o no en el examen”, pregunta que escucho con bastante asiduidad; por otro, no hay que tener miedo a mostrar que uno tiene carencias en sus conocimientos, ya que esto nos pasa a todo el mundo; y, como actitud ante la vida, creo que es muy sano saber aceptar las críticas que a uno le puedan llegar.
Para cerrar en esta ocasión, pues creo conveniente continuar con las reflexiones compartidas, no viene mal esa frase que le escuché a un amigo que es catedrático de Pedagogía, cuando ironizaba sobre la falta de crítica del profesorado. Con bastante gracia, e imitando a quien tiene toda la razón del mundo, decía: “Yo por supuesto que me gusta que mis alumnos me critiquen, aunque ello les conduzca al suspenso”.
AURELIANO SÁINZ