Los periodistas de TVE están haciendo público su rechazo al reparto de tiempos que la Junta Electoral les impone con respecto a la información que deban dar sobre los partidos políticos durante la campaña de las elecciones andaluzas y asturianas. Afirman los integrantes del Telediario, en sus diferentes emisiones, que este reparto debe hacerse con criterios exclusivamente periodísticos. Y aquí es donde surge el problema.
Hoy en día, el periodismo -salvo raras excepciones en las que el periodista es el propio editor del medio en el que participa- está al servicio de la empresa periodística, de su línea editorial, debiéndose mover en unos márgenes de libertad de expresión ciertamente limitados.
Ello parece lógico cuando la empresa periodística es privada y sigue a un capital con indudables connotaciones e intereses políticos. Nadie dudará de las notables diferencias existentes entre Antena 3 y La Sexta o entre Intereconomía y Telecinco. Está claro que a cada una de ellas le mueven los hilos un capital claramente ideologizado que no va a renunciar a sus intereses en aras de la libertad de expresión.
Tampoco cabe la duda entre El País o el ABC y La Razón o los medios del Grupo Zeta. Está claro que son manos distintas las que los mueven y, además, van dirigidos a lectores diferentes que buscan leer lo que realmente quieren leer y no aquello que se aparte de sus postulados.
¿Qué sucede en el caso de la empresa periodística privada? Pues que o bien se escogen para sus redacciones a profesionales que sintonicen con la línea ideológica del medio, o bien se les “recicla” para que se adapten a la misma.
En el caso de los medios públicos la situación debiera ser bien distinta, lo que en la más estricta realidad no ocurre por mucho que haya periodistas que se rasguen las vestiduras. El medio público debiera ser exquisitamente independiente, al servicio de una sociedad plural, plasmando la realidad informativa desde todos los ángulos posibles.
Y digo "debiera" porque realmente no lo es. Observamos cómo, desgraciadamente, las televisiones y radios públicas están manipuladas al servicio del poder político que en cada momento decide quiéenes las deben dirigir, quiénes han de ser los responsables de programación e informativos y, en último término, quiénes las voces y caras que den la noticia y con qué sesgo se den estas.
Quien opine lo contrario es que está del lado del manipulador que, a su vez, es quien ostenta el poder en dicho momento. Por ello, cuando los periodistas de informativos solicitan "criterios periodísticos" para la distribución de tiempos, no crean ustedes que uno no se echa a temblar. Porque ¿qué periodistas piden ello? ¿Los realmente independientes o quienes siguen al servicio del antiguo poder establecido -que, en el caso de TVE, aún no ha cambiado-?
Está claro que la objetividad periodística daría más valor a la noticia electoral de mayor relevancia, pero ¿estamos seguros de que dicha objetividad estaría garantizada en unos informativos que padecen la rémora de ocho años de influencia política?
Ante esa duda fundamentada, tal vez resulte mejor que sea el criterio de representatividad parlamentaria el que marque los tiempos informativos, por mucho que ello vaya en detrimento de la calidad y de la pluralidad de la información que podría producirse si contásemos con medios de comunicación públicos realmente independientes. Y después hablamos de democracia…
Hoy en día, el periodismo -salvo raras excepciones en las que el periodista es el propio editor del medio en el que participa- está al servicio de la empresa periodística, de su línea editorial, debiéndose mover en unos márgenes de libertad de expresión ciertamente limitados.
Ello parece lógico cuando la empresa periodística es privada y sigue a un capital con indudables connotaciones e intereses políticos. Nadie dudará de las notables diferencias existentes entre Antena 3 y La Sexta o entre Intereconomía y Telecinco. Está claro que a cada una de ellas le mueven los hilos un capital claramente ideologizado que no va a renunciar a sus intereses en aras de la libertad de expresión.
Tampoco cabe la duda entre El País o el ABC y La Razón o los medios del Grupo Zeta. Está claro que son manos distintas las que los mueven y, además, van dirigidos a lectores diferentes que buscan leer lo que realmente quieren leer y no aquello que se aparte de sus postulados.
¿Qué sucede en el caso de la empresa periodística privada? Pues que o bien se escogen para sus redacciones a profesionales que sintonicen con la línea ideológica del medio, o bien se les “recicla” para que se adapten a la misma.
En el caso de los medios públicos la situación debiera ser bien distinta, lo que en la más estricta realidad no ocurre por mucho que haya periodistas que se rasguen las vestiduras. El medio público debiera ser exquisitamente independiente, al servicio de una sociedad plural, plasmando la realidad informativa desde todos los ángulos posibles.
Y digo "debiera" porque realmente no lo es. Observamos cómo, desgraciadamente, las televisiones y radios públicas están manipuladas al servicio del poder político que en cada momento decide quiéenes las deben dirigir, quiénes han de ser los responsables de programación e informativos y, en último término, quiénes las voces y caras que den la noticia y con qué sesgo se den estas.
Quien opine lo contrario es que está del lado del manipulador que, a su vez, es quien ostenta el poder en dicho momento. Por ello, cuando los periodistas de informativos solicitan "criterios periodísticos" para la distribución de tiempos, no crean ustedes que uno no se echa a temblar. Porque ¿qué periodistas piden ello? ¿Los realmente independientes o quienes siguen al servicio del antiguo poder establecido -que, en el caso de TVE, aún no ha cambiado-?
Está claro que la objetividad periodística daría más valor a la noticia electoral de mayor relevancia, pero ¿estamos seguros de que dicha objetividad estaría garantizada en unos informativos que padecen la rémora de ocho años de influencia política?
Ante esa duda fundamentada, tal vez resulte mejor que sea el criterio de representatividad parlamentaria el que marque los tiempos informativos, por mucho que ello vaya en detrimento de la calidad y de la pluralidad de la información que podría producirse si contásemos con medios de comunicación públicos realmente independientes. Y después hablamos de democracia…
ENRIQUE BELLIDO