Hasta el día 12 de marzo se mantendrá abierto el plazo para que decenas de miles de opositores se inscriban en el proceso selectivo de este año. Desde su instauración, el sistema de acceso a la función pública docente ha demostrado su inutilidad como sistema de selección de los mejores preparados.
Exceptuando los magisterios, el resto de carreras universitarias válidas para el acceso a la plaza de profesor de Secundaria no cuentan, ni siquiera como optativas, con asignaturas de didáctica específica; este desfase en la adquisición de habilidades docentes se intenta paliar con el actual Máster del Profesorado o el antiguo Certificado de Aptitud Pedagógica (CAP).
Con una matrícula de 2.500 euros, este curso pedagógico exprés es una cara pantomima burocrática destinada a la consecución de un título llave que permite presentarse a las oposiciones.
Recuerdo con cariño mi CAP: una amable inspectora de Educación hablando sobre útiles leyes educativas que pretendía que nos aprendiésemos de memoria; un simpático psicólogo descubriéndonos lo conflictiva que podía llegar a ser la adolescencia de cualquier muchacho (por aquel entonces solo de muchachos, aún le quedaban unos años al muchachos/-as; lo mismo que las APA aún no se habían pasado al mundo del AMPA) y enseñándonos que el vello púbico es rizado porque, a diferencia del de la cabeza, es más plano. Además de una hora de práctica, una, en la que tuve que explicar la diferencia entre el Arte Mayor y el arte menor. Me equivoqué encima. Aprobé el CAP con sobresaliente.
En el examen de oposiciones prima el mismo principio inútil que en todo el sistema educativo español: la memoria. Un tema escogido al azar entre casi ochenta determina en gran parte tu validez para ponerte delante de 30 alumnos.
Tras superar el tema y, este año, de nuevo, una prueba específica del tipo comentario de texto para Lengua y Literatura, se pasa a otra prueba más absurda si cabe: la defensa, delante de un tribunal, de una programación hecha para un curso completo y una unidad didáctica entre quince que se han debido elaborar, al más puro estilo libro de texto infumable de la ESO.
En plena era de las comunicaciones, en plena Legislatura donde la Junta de Andalucía presume de haber invertido varios millones de euros en el programa Escuela Tic 2.0, dotando a las aulas de pizarras digitales sin manuales de instrucciones y regalando a los alumnos miniportátiles de a kilo en una inversión absurda que no redunda en beneficio alguno para el sistema educativo (porque el alumno, cuando acaba su etapa educativa, abandona el instituto al cumplir los 16, lo rompe o lo vende en el mercadillo, se queda el miniordenador en propiedad, obligando, año tras año, a realizar una nueva inversión para la generación siguiente), en esta era telemática donde es "deber del profesorado" estar al día en los últimos avances en tecnología de la información y comunicación, te dan una tiza y una pizarra para explicar, sin poder usar ningún otro material, la programación y la unidad. Muy coherente.
El tribunal que valora a los aspirantes está compuesto por profesores en activo que estudiaron hace décadas (si tienes la suerte de que lo hubieran estudiado en su carrera) el tema que te corrigieron en la prueba memorística; pero es que, además, van a valorar una programación cuando en los institutos nadie hace ya programaciones: simplemente se copia y se pega de las que facilitan las editoriales. Ni hablemos ya de las unidades didácticas. ¿Por qué? Tres palabras: libro de texto.
Pero si, a pesar de todo, apruebas con plaza, ya puedes respirar tranquilo. Ya estás dentro. El periodo de prácticas es tan burocrático como el CAP. Nadie te va a despedir y, en unos cinco o seis años, a base de ensayo y error, ya sabrás por fin cómo hay que darle clase a treinta alumnos adolescentes; aunque siempre te quedará la vía rápida de hacer que saquen los ordenadores o alargar la lírica medieval de septiembre a marzo tocando la guitarra en clase.
Si usted lleva trabajando varios años sin plaza y osa fallar en la prueba memorística, ha de saber que no estaba preparado para dar clase, con lo que considere la seria posibilidad de que esos años que se ha llevado delante de sus alumnos hayan sido un sueño al más puro estilo Antonio Resines.
Si usted, por el contrario, es un perturbado con gran capacidad memorística, está de suerte, no existen pruebas psicotécnicas que determinen la aptitud mental de los aspirantes a profesores como sí ocurre, por ejemplo, en las oposiciones al cuerpo de Policía. Sea discreto y las locuras, en el campo.
No obstante, lo mismo que a Humphrey Bogart le quedaba París, siempre le quedará la enseñanza privada, que no hace oposiciones o, por qué no, cargo público. Todo es probar.
Exceptuando los magisterios, el resto de carreras universitarias válidas para el acceso a la plaza de profesor de Secundaria no cuentan, ni siquiera como optativas, con asignaturas de didáctica específica; este desfase en la adquisición de habilidades docentes se intenta paliar con el actual Máster del Profesorado o el antiguo Certificado de Aptitud Pedagógica (CAP).
Con una matrícula de 2.500 euros, este curso pedagógico exprés es una cara pantomima burocrática destinada a la consecución de un título llave que permite presentarse a las oposiciones.
Recuerdo con cariño mi CAP: una amable inspectora de Educación hablando sobre útiles leyes educativas que pretendía que nos aprendiésemos de memoria; un simpático psicólogo descubriéndonos lo conflictiva que podía llegar a ser la adolescencia de cualquier muchacho (por aquel entonces solo de muchachos, aún le quedaban unos años al muchachos/-as; lo mismo que las APA aún no se habían pasado al mundo del AMPA) y enseñándonos que el vello púbico es rizado porque, a diferencia del de la cabeza, es más plano. Además de una hora de práctica, una, en la que tuve que explicar la diferencia entre el Arte Mayor y el arte menor. Me equivoqué encima. Aprobé el CAP con sobresaliente.
En el examen de oposiciones prima el mismo principio inútil que en todo el sistema educativo español: la memoria. Un tema escogido al azar entre casi ochenta determina en gran parte tu validez para ponerte delante de 30 alumnos.
Tras superar el tema y, este año, de nuevo, una prueba específica del tipo comentario de texto para Lengua y Literatura, se pasa a otra prueba más absurda si cabe: la defensa, delante de un tribunal, de una programación hecha para un curso completo y una unidad didáctica entre quince que se han debido elaborar, al más puro estilo libro de texto infumable de la ESO.
En plena era de las comunicaciones, en plena Legislatura donde la Junta de Andalucía presume de haber invertido varios millones de euros en el programa Escuela Tic 2.0, dotando a las aulas de pizarras digitales sin manuales de instrucciones y regalando a los alumnos miniportátiles de a kilo en una inversión absurda que no redunda en beneficio alguno para el sistema educativo (porque el alumno, cuando acaba su etapa educativa, abandona el instituto al cumplir los 16, lo rompe o lo vende en el mercadillo, se queda el miniordenador en propiedad, obligando, año tras año, a realizar una nueva inversión para la generación siguiente), en esta era telemática donde es "deber del profesorado" estar al día en los últimos avances en tecnología de la información y comunicación, te dan una tiza y una pizarra para explicar, sin poder usar ningún otro material, la programación y la unidad. Muy coherente.
El tribunal que valora a los aspirantes está compuesto por profesores en activo que estudiaron hace décadas (si tienes la suerte de que lo hubieran estudiado en su carrera) el tema que te corrigieron en la prueba memorística; pero es que, además, van a valorar una programación cuando en los institutos nadie hace ya programaciones: simplemente se copia y se pega de las que facilitan las editoriales. Ni hablemos ya de las unidades didácticas. ¿Por qué? Tres palabras: libro de texto.
Pero si, a pesar de todo, apruebas con plaza, ya puedes respirar tranquilo. Ya estás dentro. El periodo de prácticas es tan burocrático como el CAP. Nadie te va a despedir y, en unos cinco o seis años, a base de ensayo y error, ya sabrás por fin cómo hay que darle clase a treinta alumnos adolescentes; aunque siempre te quedará la vía rápida de hacer que saquen los ordenadores o alargar la lírica medieval de septiembre a marzo tocando la guitarra en clase.
Si usted lleva trabajando varios años sin plaza y osa fallar en la prueba memorística, ha de saber que no estaba preparado para dar clase, con lo que considere la seria posibilidad de que esos años que se ha llevado delante de sus alumnos hayan sido un sueño al más puro estilo Antonio Resines.
Si usted, por el contrario, es un perturbado con gran capacidad memorística, está de suerte, no existen pruebas psicotécnicas que determinen la aptitud mental de los aspirantes a profesores como sí ocurre, por ejemplo, en las oposiciones al cuerpo de Policía. Sea discreto y las locuras, en el campo.
No obstante, lo mismo que a Humphrey Bogart le quedaba París, siempre le quedará la enseñanza privada, que no hace oposiciones o, por qué no, cargo público. Todo es probar.
PABLO POÓ