Las promesas de don Mariano han caído en el saco roto de las palabras. Con tan solo cien días en el sillón de la Moncloa, el desmantelamiento del Estado del Bienestar es solo un aperitivo de lo que queda todavía por llegar. La ignorancia de un millón de votantes procedentes de la izquierda ha legitimado el ruido urbano del presente.
Hoy, con la rosa en el puño de la derecha, la izquierda de este país llora la culpa de su sumisión ante el guante blanco de sus derechos. La contrarreforma -o mejor dicho, el empobrecimiento social de la clase media en contraposición con la dolce vita de los pudientes- deja patente la trampa que durante meses anticipamos en las humildes líneas de esta columna.
Después de cien días en el poder, la escoba ha vuelto a barrer para las capas de la nobleza. El rodillo azul de la derecha ha tapado los aciertos rojos de Zapatero. La involución, o dicho de otro modo, la resistencia al cambio como rasgo distintitivo del conservadurismo occidental, ha quedado patente durante estos tres meses gobernados por Rajoy.
La eliminación de Educación para la Ciudadanía, la vuelta con la ley de plazos del aborto, los toros como “ingrediente de la marca España” -en palabras de Wert-, el abaratamiento del despido, el aumento de poder de las corbatas en detrimento de los cuellos azules de la balanza, la subida del IRPF con la consiguiente pérdida de poder adquisitivo, la vuelta con las teorías de la conspiración como instrumento de la derecha para legitimar sus medidas basadas en la desigualdad y la sumisión a los dictados de Merkel para “sacar la barriga” en las calles de Europa, son una pequeña muestra de la contrarreforma de la derecha en sus cien días de Moncloa.
El último error de ZP ha sido el mayor favor que las filas socialistas han hecho al nefasto Gobierno de don Mariano. Con Rubalcaba a la cabeza, el discurso progresista ha perdido la credibilidad necesaria para recuperar el millón de desencantados que votaron cambio y se han encontrado con la vuelta a su pasado.
La figura de Alfredo es el recuerdo constante de las políticas neoliberales de Zapatero. Las mismas decisiones que le costaron el cetro a José Luis por traicionar sus principios socialdemócratas y romper con la identidad política de sus votantes.
La mesa democrática sin la pata de una oposición crítica y alternativa es la causante de buena parte de los abusos de poder de las mayorías. La disputas internas por conseguir el sillón en la casa de Ferraz ha dejado huérfanos de voz a millones de votantes que, convencidos de la despolitización de la crisis, votaron a la rosa como la mejor opción para evitar el vuelo bajo de las gaviotas.
La involución que decíamos atrás y una oposición desacreditada son la combinación perfecta para que miles de ciudadanos afectados por las “élites tóxicas del poder” salgan a la calle para manifestar su descontento con sus elegidos.
Es precisamente el cabreo social con el poder el lubricante que une a nuestros manifestantes con los millones de ciudadanos que un año atrás perdieron su vida en diferentes plazas de corte musulmán. La #primaveravalenciana deja en las pantallas del televisor la huella crónica de una España herida que vive angustiada por la asfixia de su presente, ante la incapacidad de sus élites para poner remedio a lo irremediable.
Hoy, con la rosa en el puño de la derecha, la izquierda de este país llora la culpa de su sumisión ante el guante blanco de sus derechos. La contrarreforma -o mejor dicho, el empobrecimiento social de la clase media en contraposición con la dolce vita de los pudientes- deja patente la trampa que durante meses anticipamos en las humildes líneas de esta columna.
Después de cien días en el poder, la escoba ha vuelto a barrer para las capas de la nobleza. El rodillo azul de la derecha ha tapado los aciertos rojos de Zapatero. La involución, o dicho de otro modo, la resistencia al cambio como rasgo distintitivo del conservadurismo occidental, ha quedado patente durante estos tres meses gobernados por Rajoy.
La eliminación de Educación para la Ciudadanía, la vuelta con la ley de plazos del aborto, los toros como “ingrediente de la marca España” -en palabras de Wert-, el abaratamiento del despido, el aumento de poder de las corbatas en detrimento de los cuellos azules de la balanza, la subida del IRPF con la consiguiente pérdida de poder adquisitivo, la vuelta con las teorías de la conspiración como instrumento de la derecha para legitimar sus medidas basadas en la desigualdad y la sumisión a los dictados de Merkel para “sacar la barriga” en las calles de Europa, son una pequeña muestra de la contrarreforma de la derecha en sus cien días de Moncloa.
El último error de ZP ha sido el mayor favor que las filas socialistas han hecho al nefasto Gobierno de don Mariano. Con Rubalcaba a la cabeza, el discurso progresista ha perdido la credibilidad necesaria para recuperar el millón de desencantados que votaron cambio y se han encontrado con la vuelta a su pasado.
La figura de Alfredo es el recuerdo constante de las políticas neoliberales de Zapatero. Las mismas decisiones que le costaron el cetro a José Luis por traicionar sus principios socialdemócratas y romper con la identidad política de sus votantes.
La mesa democrática sin la pata de una oposición crítica y alternativa es la causante de buena parte de los abusos de poder de las mayorías. La disputas internas por conseguir el sillón en la casa de Ferraz ha dejado huérfanos de voz a millones de votantes que, convencidos de la despolitización de la crisis, votaron a la rosa como la mejor opción para evitar el vuelo bajo de las gaviotas.
La involución que decíamos atrás y una oposición desacreditada son la combinación perfecta para que miles de ciudadanos afectados por las “élites tóxicas del poder” salgan a la calle para manifestar su descontento con sus elegidos.
Es precisamente el cabreo social con el poder el lubricante que une a nuestros manifestantes con los millones de ciudadanos que un año atrás perdieron su vida en diferentes plazas de corte musulmán. La #primaveravalenciana deja en las pantallas del televisor la huella crónica de una España herida que vive angustiada por la asfixia de su presente, ante la incapacidad de sus élites para poner remedio a lo irremediable.
ABEL ROS