Los militantes socialistas han votado como secretario general a Alfredo Pérez Rubalcaba, un hombre "de partido", apegado al poder del aparato desde tiempos inmemoriales, defensor de un modelo de Estado centralista, monocolor y del ala más conservadora del PSOE.
Su campaña electoral para auparse a secretario general de los socialistas ha estado basada en un discurso castigador contra las diferentes realidades culturales, políticas y lingüísticas del Estado, aliñado con la pedagogía del líder que explica las cosas como si el auditorio fuera intelectualmente menor de edad.
Ha ganado el centralismo, que no es otra cosa que la defensa de un modelo de Estado uniformador que ve en la diversidad un peligro para la unidad de España. Pero también ha ganado una forma de actuar sectaria que tiene miedo al aire fresco que sacude el debate público y que no está enclaustrado en la arquitectura obsoleta de los partidos políticos tradicionales.
Con Rubalcaba ha ganado la misma generación política que es responsable de que el PSOE haya dejado de ser el faro del pensamiento progresista. Ha vencido la complicidad con los poderes financieros y la crisis identitaria de la socialdemocracia europea.
Rubalcaba ha sido llevado en volandas al liderazgo del PSOE por políticos socialistas que representan el ala más conservadora e inhabitable del partido que fundó Pablo Iglesias. Nada define mejor el futuro que representa Rubalcaba como que haya sido apoyado por Rodríguez Ibarra, Felipe González, Joaquín Almunia o por los caciques del socialismo andaluz Luis Pizarro o Francisco González Cabaña.
Los militantes socialistas han votado a un líder que apela a la “responsabilidad” cuando la ciudadanía pide “más democracia”. Un líder que defiende un modelo de partido del siglo XIX en plena Era 2.0. Rubalcaba y los suyos son cómplices de la deriva derechista que ha hecho al PSOE perder su base electoral.
Cuando los delegados de un partido político eligen como líder a la persona que lleva a sus espaldas la derrota más abrumadora que el socialismo español ha recibido en democracia, sólo pueden estar pensado en una cosa: en ellos y solo en ellos.
Los partidos no son entidades privadas, aunque lo parezca muy de vez en cuando: son instrumentos de la ciudadanía para conseguir que triunfe un modelo de sociedad determinado. El PSOE ha votado en clave interna. Obviando que fuera de las estructuras orgánicas socialistas existen muchos ciudadanos que están deseando poder votar a un Partido Socialista que merezca el voto de los progresistas españoles.
Es cierto que la socialdemocracia no solo necesita una cara nueva para despertar la confianza perdida, como tampoco es menos cierto que de lo que adolece la socialdemocracia europea es de haberse quedado sin respuestas mientras que la corriente conservadora amenaza el Estado del Bienestar y las cotas de igualdad de los europeos.
En el 38º Congreso del PSOE han ganado los miedos, las respuestas de ayer para los tiempos nuevos, la endogamia y el proceder incongruente de quienes dicen "izquierda" hasta que les toca gestionar los valores que encierra el pensamiento político progresista.
Ha vencido la España centralista que ve "peligro" y "ruptura" en donde únicamente existe "diversidad". Una diversidad que nos enriquece como Estado. Nada es más injusto que tratar dos realidades diferentes de la misma manera. No tienen las mismas necesidades los andaluces, con un 32 por ciento de paro, que el País Vasco o Navarra, con un desempleo por debajo del 14 por ciento.
El PSOE ha firmado ser el líder de la oposición durante muchos años. La socialdemocracia española es corresponsable del giro conservador de Europa. Porque Europa, que no es un ente abstracto, es la suma de 27 voluntades. Y la voluntad de los gobiernos socialistas en los consejos europeos ha sido el seguidismo a las políticas ultraconservadoras de Merkel y Sarkozy.
Pocas ideologías son tan imprescindibles como la socialdemocracia. Porque agrupa lo mejor de los dos lados del Muro de Berlín. Por esta razón, ha sido un error mayúsculo –que el PSOE pagará en las urnas- elegir a un líder gris, conservador, centralista, aliado de las élites empresariales y financieras, defensor de un modelo democrático incompatible con la espontaneidad de la sociedad de la información.
El nuevo secretario general ha sido aupado por el sector socialista que ha hecho del PSOE un lugar no apto para la disidencia ni para defender políticas progresistas. Es el representante de la militancia socialista que piensa que la democracia son ellos y que ven un peligro que los ciudadanos se entrometan en los asuntos internos de un partido que ha votado para conservar lo poco que le queda de ajuar y no para atraer al votante que espera motivos para volver a escoger la papeleta del puño y la rosa.
Su campaña electoral para auparse a secretario general de los socialistas ha estado basada en un discurso castigador contra las diferentes realidades culturales, políticas y lingüísticas del Estado, aliñado con la pedagogía del líder que explica las cosas como si el auditorio fuera intelectualmente menor de edad.
Ha ganado el centralismo, que no es otra cosa que la defensa de un modelo de Estado uniformador que ve en la diversidad un peligro para la unidad de España. Pero también ha ganado una forma de actuar sectaria que tiene miedo al aire fresco que sacude el debate público y que no está enclaustrado en la arquitectura obsoleta de los partidos políticos tradicionales.
Con Rubalcaba ha ganado la misma generación política que es responsable de que el PSOE haya dejado de ser el faro del pensamiento progresista. Ha vencido la complicidad con los poderes financieros y la crisis identitaria de la socialdemocracia europea.
Rubalcaba ha sido llevado en volandas al liderazgo del PSOE por políticos socialistas que representan el ala más conservadora e inhabitable del partido que fundó Pablo Iglesias. Nada define mejor el futuro que representa Rubalcaba como que haya sido apoyado por Rodríguez Ibarra, Felipe González, Joaquín Almunia o por los caciques del socialismo andaluz Luis Pizarro o Francisco González Cabaña.
Los militantes socialistas han votado a un líder que apela a la “responsabilidad” cuando la ciudadanía pide “más democracia”. Un líder que defiende un modelo de partido del siglo XIX en plena Era 2.0. Rubalcaba y los suyos son cómplices de la deriva derechista que ha hecho al PSOE perder su base electoral.
Cuando los delegados de un partido político eligen como líder a la persona que lleva a sus espaldas la derrota más abrumadora que el socialismo español ha recibido en democracia, sólo pueden estar pensado en una cosa: en ellos y solo en ellos.
Los partidos no son entidades privadas, aunque lo parezca muy de vez en cuando: son instrumentos de la ciudadanía para conseguir que triunfe un modelo de sociedad determinado. El PSOE ha votado en clave interna. Obviando que fuera de las estructuras orgánicas socialistas existen muchos ciudadanos que están deseando poder votar a un Partido Socialista que merezca el voto de los progresistas españoles.
Es cierto que la socialdemocracia no solo necesita una cara nueva para despertar la confianza perdida, como tampoco es menos cierto que de lo que adolece la socialdemocracia europea es de haberse quedado sin respuestas mientras que la corriente conservadora amenaza el Estado del Bienestar y las cotas de igualdad de los europeos.
En el 38º Congreso del PSOE han ganado los miedos, las respuestas de ayer para los tiempos nuevos, la endogamia y el proceder incongruente de quienes dicen "izquierda" hasta que les toca gestionar los valores que encierra el pensamiento político progresista.
Ha vencido la España centralista que ve "peligro" y "ruptura" en donde únicamente existe "diversidad". Una diversidad que nos enriquece como Estado. Nada es más injusto que tratar dos realidades diferentes de la misma manera. No tienen las mismas necesidades los andaluces, con un 32 por ciento de paro, que el País Vasco o Navarra, con un desempleo por debajo del 14 por ciento.
El PSOE ha firmado ser el líder de la oposición durante muchos años. La socialdemocracia española es corresponsable del giro conservador de Europa. Porque Europa, que no es un ente abstracto, es la suma de 27 voluntades. Y la voluntad de los gobiernos socialistas en los consejos europeos ha sido el seguidismo a las políticas ultraconservadoras de Merkel y Sarkozy.
Pocas ideologías son tan imprescindibles como la socialdemocracia. Porque agrupa lo mejor de los dos lados del Muro de Berlín. Por esta razón, ha sido un error mayúsculo –que el PSOE pagará en las urnas- elegir a un líder gris, conservador, centralista, aliado de las élites empresariales y financieras, defensor de un modelo democrático incompatible con la espontaneidad de la sociedad de la información.
El nuevo secretario general ha sido aupado por el sector socialista que ha hecho del PSOE un lugar no apto para la disidencia ni para defender políticas progresistas. Es el representante de la militancia socialista que piensa que la democracia son ellos y que ven un peligro que los ciudadanos se entrometan en los asuntos internos de un partido que ha votado para conservar lo poco que le queda de ajuar y no para atraer al votante que espera motivos para volver a escoger la papeleta del puño y la rosa.
RAÚL SOLÍS