En Educación para la Ciudadanía se enseña que los asesinados por golpistas y dictadores merecen un enterramiento digno y un juicio justo que castigue a los asesinos; que los jueces deben impartir justicia por encima de presiones o que está muy feo legislar en contra de los maricones, aunque luego se deambule por sitios de ambiente mientras tu elegante esposa presume de tener un esposo como Dios manda.
Con esa asignatura se animaba a los alumnos a ser justos, cívicos y sensibles al dolor ajeno; a respetar el ordenamiento jurídico de esta democracia nuestra en la que aún perviven rescoldos de un pasado franquista y genocida; a que no son buenas las personas que eliminan las partidas presupuestarias dedicadas a que “los negritos” no mueran de hambre o que es muy mal ser humano el que deja a la gente que menos recursos económicos tiene sin sanidad o educación públicas.
Durante los años que los alumnos españoles han cursado esta asignatura malévola que no existe en otros países, porque dan por hecho que la educación y la ciudadanía vienen aprendidas de casa, los niños han sido adoctrinados con mensajes subversivos del tipo "los derechos humanos son inalienables y universales".
Que los intereses económicos de los poderosos no pueden estar por encima de las necesidades vitales de los hombres y mujeres o que no es nada democrático que un presidente del Gobierno no acepte preguntas de los periodistas.
Se ha educado en igualdad. Sí, en igualdad entre hombres y mujeres. Y se ha incidido en que la desigualdad de género desperdicia el potencial de la otra mitad de los habitantes del planeta.
Se ha defendido que amar es siempre positivo y motivo de orgullo. Que no hay que esconder la afectividad ni esconderse en armarios oscuros para negar tu sexualidad. Que la sexualidad es una virtud que hay que aprender a disfrutarla sin poner en riesgo la salud.
Los estudiantes han sido adoctrinados en que, además de la religión católica, apostólica y romana, existen diferentes credos y que miles de personas ven antinatural creer en un Dios supraterrenal y que es de locos cuestionar la razón de la ciencia.
En los centros educativos ha habido muchas controversias, sí: se ha dicho que la controversia es saludable y normal en democracias maduras. Que lo que debe hacerles tener miedo no es la diversidad de opiniones sino el día en el que sientan miedo a perder su vida o a ser encarcelados por opinar libremente. Que los hombres y mujeres libres sólo tienen que ser leales a su conciencia y no a imperativos eclesiales.
Se ha adoctrinado a amar la libertad. A que los jóvenes vivan en un mundo plural, diverso y complicado para el que es importante estar armados de valores; que la humanidad rompe fronteras y el odio levanta murallas; que de padres heterosexuales salen hijos homosexuales; que el Estado no puede imponer ni financiar la creencia en ningún Dios mientras cierra hospitales, escuelas y casas de acogidas de mujeres maltratadas. O que la imparcialidad de "los buenos" es más temible que la soberbia de "los malos".
Que el pluralismo ideológico edifica sociedades más ricas y dinámicas que en donde sólo existen verdades sin controversia; que la obligación de los poderes públicos es ascender hasta la cima del éxito a quienes nacieron en el subsuelo.
Que las únicas religiones obligatorias e incuestionables se llaman Declaración Universal de los Derechos Humanos y Constitución Española de 1978, que prohíben la pena de muerte y dicen que "todos somos iguales ante la ley".
Los profesores han tratado de convertir a sus alumnos en seres tan cívicos como son los vecinos europeos. En recordarles que Spain is different porque hasta anteayer estuvimos gobernados por los padres y abuelos de quienes nos gobiernan hoy.
Los gobernantes que han eliminado Educación para la Ciudadanía por “adoctrinadora y antidemocrática” son los que piensan que la forma más democrática de gobernar al pueblo es como lo hicieron sus padres y abuelos: sin controversias.
Con esa asignatura se animaba a los alumnos a ser justos, cívicos y sensibles al dolor ajeno; a respetar el ordenamiento jurídico de esta democracia nuestra en la que aún perviven rescoldos de un pasado franquista y genocida; a que no son buenas las personas que eliminan las partidas presupuestarias dedicadas a que “los negritos” no mueran de hambre o que es muy mal ser humano el que deja a la gente que menos recursos económicos tiene sin sanidad o educación públicas.
Durante los años que los alumnos españoles han cursado esta asignatura malévola que no existe en otros países, porque dan por hecho que la educación y la ciudadanía vienen aprendidas de casa, los niños han sido adoctrinados con mensajes subversivos del tipo "los derechos humanos son inalienables y universales".
Que los intereses económicos de los poderosos no pueden estar por encima de las necesidades vitales de los hombres y mujeres o que no es nada democrático que un presidente del Gobierno no acepte preguntas de los periodistas.
Se ha educado en igualdad. Sí, en igualdad entre hombres y mujeres. Y se ha incidido en que la desigualdad de género desperdicia el potencial de la otra mitad de los habitantes del planeta.
Se ha defendido que amar es siempre positivo y motivo de orgullo. Que no hay que esconder la afectividad ni esconderse en armarios oscuros para negar tu sexualidad. Que la sexualidad es una virtud que hay que aprender a disfrutarla sin poner en riesgo la salud.
Los estudiantes han sido adoctrinados en que, además de la religión católica, apostólica y romana, existen diferentes credos y que miles de personas ven antinatural creer en un Dios supraterrenal y que es de locos cuestionar la razón de la ciencia.
En los centros educativos ha habido muchas controversias, sí: se ha dicho que la controversia es saludable y normal en democracias maduras. Que lo que debe hacerles tener miedo no es la diversidad de opiniones sino el día en el que sientan miedo a perder su vida o a ser encarcelados por opinar libremente. Que los hombres y mujeres libres sólo tienen que ser leales a su conciencia y no a imperativos eclesiales.
Se ha adoctrinado a amar la libertad. A que los jóvenes vivan en un mundo plural, diverso y complicado para el que es importante estar armados de valores; que la humanidad rompe fronteras y el odio levanta murallas; que de padres heterosexuales salen hijos homosexuales; que el Estado no puede imponer ni financiar la creencia en ningún Dios mientras cierra hospitales, escuelas y casas de acogidas de mujeres maltratadas. O que la imparcialidad de "los buenos" es más temible que la soberbia de "los malos".
Que el pluralismo ideológico edifica sociedades más ricas y dinámicas que en donde sólo existen verdades sin controversia; que la obligación de los poderes públicos es ascender hasta la cima del éxito a quienes nacieron en el subsuelo.
Que las únicas religiones obligatorias e incuestionables se llaman Declaración Universal de los Derechos Humanos y Constitución Española de 1978, que prohíben la pena de muerte y dicen que "todos somos iguales ante la ley".
Los profesores han tratado de convertir a sus alumnos en seres tan cívicos como son los vecinos europeos. En recordarles que Spain is different porque hasta anteayer estuvimos gobernados por los padres y abuelos de quienes nos gobiernan hoy.
Los gobernantes que han eliminado Educación para la Ciudadanía por “adoctrinadora y antidemocrática” son los que piensan que la forma más democrática de gobernar al pueblo es como lo hicieron sus padres y abuelos: sin controversias.
RAÚL SOLÍS