Esa era la actitud que siempre demandaba Mariano Rajoy al Gobierno socialista desde el Parlamento: hacer lo que debía de hacer sin complejos y como dios (en minúscula, por favor) manda. Dejarse de improvisaciones y de medias tintas que luego llevan a rectificar. Y no ha tardado mucho en hacer demostración de su “sin complejos” desde que el 20 de noviembre consiguiera acaparar un poder omnímodo en una España atemorizada y desorientada ante los negros presagios sobre su futuro. El miedo, dicen, no es buen consejero.
El Partido Popular gobierna en todas las Administraciones y dispone de todos los resortes institucionales para aplicar la política que tanto exigía al indeciso Zapatero, a quien había logrado presentar como el causante de los males que asolaban al país.
Aún ahora se utiliza el mantra de la herencia recibida para justificar las iniciativas que no consiguen resolver los problemas con la celeridad anunciada, cuando se prometía que un simple cambio de Gobierno extendería la confianza que aplacaría a los mercados.
En poco más de dos meses, el Gobierno conservador de los populares ha impuesto, sin complejos, las medidas más retrógadas que se recuerdan en democracia, con sus reformas laboral, financiera y judicial, que nos sitúan en épocas anteriores a la Transición, tal vez con el deliberado propósito de desmontar el entramado de derechos del que la sociedad se había dotado.
Sólo la Iglesia recupera, si es que acaso había disminuido, su influencia y su capacidad para imponer un modelo social, en relación con la familia, las costumbres y las libertades, que nos retrotrae a los tiempos preconstitucionales, en complicidad con el Gobierno que recuerda aquella alianza con los absolutismos más estériles que hicieron de España martillo de herejes.
En la actualidad, y sin ningún tipo de complejos, el neoliberalismo de Mariano Rajoy decide para combatir la crisis y las enormes cifras del paro una política laboral que abarata extraordinariamente el despido, posibilita discrecionalmente a los empresarios a rebajar los salarios sin necesidad de acuerdo entre las partes, no exige el permiso a la autoridad para los ERE (despidos colectivos a través de Expedientes de Regulación) y socava los convenios sectoriales como marco para la fijación de salarios.
Sin rubor y sin complejos, se legisla una reforma financiera que sanea al sector con dinero público prácticamente sin condiciones, salvo una tímida reducción de las desorbitadas retribuciones que se autoconcedían banqueros de entidades en ruina, pero con cláusulas de blindaje que se pagaban con el dinero del rescate.
Como dios manda y sin complejos, se hace una reforma de la Justicia que restringe la justicia gratuita, se da un paso atrás en la Ley del Aborto, se implanta la cadena perpetua revisable y se decide una reforma del Tribunal Constitucional y del Poder Judicial que, a juicio de Gregorio Peces-Barba, uno de los padres de la Constitución, solo satisface a los más reaccionarios del Partido Popular.
Pero, por si hubiera alguna duda de la voluntad desacomplejada con que está dispuesto actuar este Gobierno, baste contemplar la dureza policial a la hora de reprimir las primeras manifestaciones, aunque sean de chavales de Bachillerato, que tales reformas comienzan a generar en la sociedad civil.
Para la policía, los estudiantes son “el enemigo” al que hay que reprimir con contundencia. Los trabajadores, desde esa óptica de los reformistas, también serán “el enemigo” al que habría que aplacar con el empobrecimiento y el empeoramiento de sus condiciones laborales; todo el sector público sería “el enemigo” que habría que reducir y despedir a pesar de que hace viable la prestación de servicios esenciales a la comunidad; las mujeres son “el enemigo”, proclive a la relajación de costumbres y la amoralidad, al que habría que restringir el derecho al aborto y las políticas de igualdad.
En fin, para un PP sin complejos, todos los que rechazan sus medidas se convierten en peligrosos enemigos que erosionan la estabilidad de su Gobierno. De ahí la contundencia de las medidas correctoras, los ajustes y las reformas. Hay que aplicarlas antes que pierdan el miedo y retiren la confianza. Sin complejos.
El Partido Popular gobierna en todas las Administraciones y dispone de todos los resortes institucionales para aplicar la política que tanto exigía al indeciso Zapatero, a quien había logrado presentar como el causante de los males que asolaban al país.
Aún ahora se utiliza el mantra de la herencia recibida para justificar las iniciativas que no consiguen resolver los problemas con la celeridad anunciada, cuando se prometía que un simple cambio de Gobierno extendería la confianza que aplacaría a los mercados.
En poco más de dos meses, el Gobierno conservador de los populares ha impuesto, sin complejos, las medidas más retrógadas que se recuerdan en democracia, con sus reformas laboral, financiera y judicial, que nos sitúan en épocas anteriores a la Transición, tal vez con el deliberado propósito de desmontar el entramado de derechos del que la sociedad se había dotado.
Sólo la Iglesia recupera, si es que acaso había disminuido, su influencia y su capacidad para imponer un modelo social, en relación con la familia, las costumbres y las libertades, que nos retrotrae a los tiempos preconstitucionales, en complicidad con el Gobierno que recuerda aquella alianza con los absolutismos más estériles que hicieron de España martillo de herejes.
En la actualidad, y sin ningún tipo de complejos, el neoliberalismo de Mariano Rajoy decide para combatir la crisis y las enormes cifras del paro una política laboral que abarata extraordinariamente el despido, posibilita discrecionalmente a los empresarios a rebajar los salarios sin necesidad de acuerdo entre las partes, no exige el permiso a la autoridad para los ERE (despidos colectivos a través de Expedientes de Regulación) y socava los convenios sectoriales como marco para la fijación de salarios.
Sin rubor y sin complejos, se legisla una reforma financiera que sanea al sector con dinero público prácticamente sin condiciones, salvo una tímida reducción de las desorbitadas retribuciones que se autoconcedían banqueros de entidades en ruina, pero con cláusulas de blindaje que se pagaban con el dinero del rescate.
Como dios manda y sin complejos, se hace una reforma de la Justicia que restringe la justicia gratuita, se da un paso atrás en la Ley del Aborto, se implanta la cadena perpetua revisable y se decide una reforma del Tribunal Constitucional y del Poder Judicial que, a juicio de Gregorio Peces-Barba, uno de los padres de la Constitución, solo satisface a los más reaccionarios del Partido Popular.
Pero, por si hubiera alguna duda de la voluntad desacomplejada con que está dispuesto actuar este Gobierno, baste contemplar la dureza policial a la hora de reprimir las primeras manifestaciones, aunque sean de chavales de Bachillerato, que tales reformas comienzan a generar en la sociedad civil.
Para la policía, los estudiantes son “el enemigo” al que hay que reprimir con contundencia. Los trabajadores, desde esa óptica de los reformistas, también serán “el enemigo” al que habría que aplacar con el empobrecimiento y el empeoramiento de sus condiciones laborales; todo el sector público sería “el enemigo” que habría que reducir y despedir a pesar de que hace viable la prestación de servicios esenciales a la comunidad; las mujeres son “el enemigo”, proclive a la relajación de costumbres y la amoralidad, al que habría que restringir el derecho al aborto y las políticas de igualdad.
En fin, para un PP sin complejos, todos los que rechazan sus medidas se convierten en peligrosos enemigos que erosionan la estabilidad de su Gobierno. De ahí la contundencia de las medidas correctoras, los ajustes y las reformas. Hay que aplicarlas antes que pierdan el miedo y retiren la confianza. Sin complejos.
DANIEL GUERRERO