Entre quienes miran al cielo con desconsolado lamento, ay Señor, me encuentro por la calle a algunos que encadenan su pesar a la situación de abandono del patrimonio artístico de su ciudad. Ellos no lo saben, pero ¡cuánto de nuestro porvenir depende de sus lastimeras quejas, de su letanía inconsolable al ver despedazada la decaída herencia de nuestros monumentos!
Son voces de alerta de las que otros, insensibles -por no decir brutos sin remedio-, se burlan. En sus paseos cotidianos con sus observaciones veraces denuncian el acoso de esa hiedra insolente que es el abandono, que reviste de olvido todo lo que con su atrevimiento enjaula.
Es lo que dicho más directamente le ocurre, por ejemplo, al Palacio del Marqués de la Sonora, situado en pleno centro de Málaga, frente a la Iglesia en la que se bautizó Pablo Ruiz Picasso. La Ciudad del Paraíso, que tiene fama de malamadre, le da la espalda, y lo ignora, lo que a estas alturas ya ni siquiera alcanza condición de escándalo. Cuando lo es.
Este bello edificio, levantado en 1789, espera sine die su rehabilitación como hotel de cinco estrellas. Lo mandó construir Félix Solisio, un comerciante genovés vinculado a la poderosa dinastía de los Gálvez, de Macharaviaya.
Ahora, después de estar sometido a los vaivenes y trastadas de los repartos familiares, su garantía de futuro está condicionada a que prospere y se consolide en su nueva función de residencia de lujo para turistas adinerados. Eso era lo previsto y, a bombo y platillo, se anunció en su oportunidad.
Sin embargo, la crisis está posponiendo su restauración pues no acaban de comenzar las obras. Y el noble inmueble, ay, sigue muriendo. Envuelto en una de esas telas con las que se recubren los andamios, a lo que en realidad se asemeja es a un sudario. Es su mortaja en el duelo ciudadano que es la decrepitud de sus glorias. Otra querella a las escasas y desvalidas piedras nobles que van quedando. Pero no nos pongamos trágicos, que es cosa y ánimo que a poco conduce.
Pese a lo que se diga y a las dificultades que puedan sobrevenir, la adaptación para otros usos, entre ellos los hosteleros, parece una digna salida para esta clase de construcciones de valor histórico.
De esa manera se han librado de ser derruidos un buen número de monasterios, conventos, fortalezas y suntuosas residencias venidas a menos, como sus antiguos propietarios. Lugares que después de verle los dientes a la incuria, lucen felizmente recuperados. ¿Cabe un mejor destino para sitios como estos en los que se ha escenificado la Historia y que son piezas esenciales de la Cultura?
Por eso se antoja atinada y oportuna la idea de aplicar esta misma solución al Palacio de los Marqueses de Priego en Montilla. Como está, que da lástima, desde luego no puede seguir. Si lo dejamos, se caerá a pedazos. El pasado por los suelos. Oh, qué horror. Qué espantoso fin.
El que por costumbre o por casualidad pasa por allí y lo mira con detenimiento, no puede evitar la sensación de pena. A mi me ha pasado. Lo ve indefenso, y expuesto al deterioro. Lo veo, a pesar de su contundente planta de estirpe renacentista, abatido, reconcentrado en su decrepitud.
Por sus ventanas y balcones, que permanecen abiertas porque es imposible ocultarlo, se ve cómo el daño avanza en su interior, en el que a sus anchas ya sólo resiste el eco desolado de su espléndido pretérito.
Pero la operación de rescatarlo como hotel presenta bastantes complejidades. La fundamental es que la propiedad de esta vetusta residencia de traza aristocrática, aunque ahora no lo parezca por su lamentable aspecto actual, está fragmentada en cuatro partes.
A saber: la colindante con el arco de Santa Clara, que es la que está en mejores condiciones por una reciente intervención, pertenece a la familia Gómez Puig. La que se encuentra al otro lado de la primorosa pero humilde arcada, es del Ayuntamiento. Es la conocida como "casa de Teresa Enríquez", que pasó a ser dependencia municipal de modo gratuito gracias a un convenio urbanístico suscrito en la etapa de gobierno de Izquierda Unida. Era la vivienda de los administradores de los Marqueses de Priego, más tarde fue la sede de la orden Salesiana y, desde hace años, no tiene utilidad alguna. Está, como quien dice, a la espera de que se le asigne algún cometido.
En el otro extremo, en el lateral del Palacio que da a la calle Gran Capitán, existen seis pisos, todos ellos ocupados y distribuidos en dos plantas. Su construcción, en la nefasta década de los setenta (época de grandes tropelías contra el patrimonio urbanístico local) supuso la pérdida de las cubiertas originales en esa zona del histórico inmueble, y una grave alteración de ese espacio.
También por entonces, por el contorno que linda con el acceso y el atrio del cenobio franciscano de Santa Clara, se segregó una parcela para un nuevo edificio de viviendas con cocheras, lo que vino a desfigurar la fisonomía tradicional de aquel recoleto rincón.
Por último, otro de los cuerpos de las dependencias de Palacio, digamos el central, en el que se incluye la puerta principal con su blasón nobiliario, otros ornatos y la mayor parte de la equilibrada fachada, es de los Ruz Gracia.
Una de sus descendientes, la joven arquitecta Carmen Ruz Gracia, está impulsando un ambicioso y metódico proyecto para asegurar la supervivencia de este notable conjunto. Para quien lo ignore, no es cosa cualquiera, pues está catalogado como Bien de Interés Cultural (BIC) por la Junta de Andalucía, lo que en la práctica permite su protección integral. A ver si es verdad.
Se trata de una solución integral. Un plan cuidadosamente diseñado con el propósito de darle una nueva vida, recuperando sus elementos más destacados con el máximo respeto a su ordenamiento primigenio. Para ello es indispensable primero reagrupar las diferentes particiones.
En principio, casi todos los implicados están dispuestos a vender su dominio. Más complicado puede ser el proceso de desafectación de los seis pisos antes citados, aunque sus inquilinos no pondrían inconveniente, siempre que a cambio se les proporcione otro hogar en la misma zona de Montilla o se les pague la cantidad que piden por ellos.
Las sucesivas divisiones y modificaciones no solo han perjudicado la conservación, sino que lo han desconfigurado. Pero no todo está perdido. La propuesta de Carmen Ruz Gracia, basada en la planimetría de 1709 –la más antigua que se guarda- plantea una “resurrección” del palacio en toda regla, observando escrupulosamente su estilo y distribución primitivos.
Además, se pretende la recuperación de los patios y los arcos de medio punto, actualmente perdidos o tapiados. El edificio, que en su momento también fue minuciosamente estudiado por el arquitecto Arturo Ramírez Laguna, disponía además de un valioso sistema hidráulico, una obra de ingeniería de buena fábrica y relevancia.
Pero, como paso previo, a todo ello parece inaplazable una intervención de urgencia para consolidar las zonas y habitáculos más dañados. No en vano, algunos de ellos corren riesgo de derrumbarse si no se actúa a tiempo.
Hace ya algunos meses, y como anticipo con el que se mostró las intenciones ante las diversas Administraciones publicas, la autora de este proyecto registró uno anterior. Aquel se refería únicamente a la parte de la que su familia es propietaria. Contemplaba su arreglo y puesta a punto, también para uso hotelero. Tanto la comisión del Patrimonio como los organismos competentes la facultaron para seguir.
Lo que persigue ahora es aún más decisivo. Busca grupos de inversores o empresas del sector de hostelería que quieran hacer realidad la idea. Por lo pronto, ya tiene una relación de interesados.
Es verdad que el momento es delicado, pero también es patente que Montilla no dispone de un alojamiento de estas características en un emplazamiento tan destacado y accesible, a unos minutos de los principales monumentos de la ciudad, a unos metros del Castillo del Gran Capitán, de la Casa del Inca, del Teatro Garnelo y del Oratorio de San Juan Ávila, llamado a ser un centro de peregrinación para los católicos.
Todo esto, y particularmente la perspectiva de reparar tan emblemática mansión, ilusionan a Carmen Ruz. En unos días, a más tardar a principios de marzo, piensa presentar el nuevo proyecto ante el Ayuntamiento, Cultura y Turismo, con objeto de acometerlo sin demasiada demora. Cuanto antes, mejor.
Puede ser el primer paso para revitalizar un espacio urbano bello, sugerente y cargado de Historia, pero que dormita en la desidia desde hace excesivo tiempo. En su momento, ese –el Palacio y sus dependencias satélites, incluyendo Caballerizas, Molino y la Casa del Administrador de la Casa de Priego- era el centro administrativo del Marquesado, el lugar en el que se mostraba su status, su poder y su influencia a base de soberbias edificaciones.
Empezados a levantar a comienzos del siglo XVI, el Palacio y sus anexos han constituido –y, en parte, así sigue siendo- el mayor exponente de arquitectura civil de la ciudad, por sus dimensiones y significación. Renacentista en su concepción, adquirió después añadidos barrocos y platerescos. Esos son sus valores. Pero lleva años que solo acumula olvido.
Ojalá este proyecto salga adelante con las ayudas necesarias. De lo contrario, sus únicos huéspedes serían la decepción y la frustración. Una vez más.
Cuesta entender que un pueblo que ha sido capaz de movilizarse en suficiente proporción como para costear sin estrecheces una efigie de San Francisco Solano, haya asistido indiferente hasta ahora a la degradación de su más emblemática obra civil.
Es verdad que si el plan para reflotar el Palacio no saliera adelante, siempre nos quedaría el consuelo de rezarle al Patrón de Montilla. Y puestos a pedirle un milagro, lo sería si, dejado a su suerte, no termina cayéndose. El edificio.
Son voces de alerta de las que otros, insensibles -por no decir brutos sin remedio-, se burlan. En sus paseos cotidianos con sus observaciones veraces denuncian el acoso de esa hiedra insolente que es el abandono, que reviste de olvido todo lo que con su atrevimiento enjaula.
Es lo que dicho más directamente le ocurre, por ejemplo, al Palacio del Marqués de la Sonora, situado en pleno centro de Málaga, frente a la Iglesia en la que se bautizó Pablo Ruiz Picasso. La Ciudad del Paraíso, que tiene fama de malamadre, le da la espalda, y lo ignora, lo que a estas alturas ya ni siquiera alcanza condición de escándalo. Cuando lo es.
Este bello edificio, levantado en 1789, espera sine die su rehabilitación como hotel de cinco estrellas. Lo mandó construir Félix Solisio, un comerciante genovés vinculado a la poderosa dinastía de los Gálvez, de Macharaviaya.
Ahora, después de estar sometido a los vaivenes y trastadas de los repartos familiares, su garantía de futuro está condicionada a que prospere y se consolide en su nueva función de residencia de lujo para turistas adinerados. Eso era lo previsto y, a bombo y platillo, se anunció en su oportunidad.
Sin embargo, la crisis está posponiendo su restauración pues no acaban de comenzar las obras. Y el noble inmueble, ay, sigue muriendo. Envuelto en una de esas telas con las que se recubren los andamios, a lo que en realidad se asemeja es a un sudario. Es su mortaja en el duelo ciudadano que es la decrepitud de sus glorias. Otra querella a las escasas y desvalidas piedras nobles que van quedando. Pero no nos pongamos trágicos, que es cosa y ánimo que a poco conduce.
Pese a lo que se diga y a las dificultades que puedan sobrevenir, la adaptación para otros usos, entre ellos los hosteleros, parece una digna salida para esta clase de construcciones de valor histórico.
De esa manera se han librado de ser derruidos un buen número de monasterios, conventos, fortalezas y suntuosas residencias venidas a menos, como sus antiguos propietarios. Lugares que después de verle los dientes a la incuria, lucen felizmente recuperados. ¿Cabe un mejor destino para sitios como estos en los que se ha escenificado la Historia y que son piezas esenciales de la Cultura?
Por eso se antoja atinada y oportuna la idea de aplicar esta misma solución al Palacio de los Marqueses de Priego en Montilla. Como está, que da lástima, desde luego no puede seguir. Si lo dejamos, se caerá a pedazos. El pasado por los suelos. Oh, qué horror. Qué espantoso fin.
El que por costumbre o por casualidad pasa por allí y lo mira con detenimiento, no puede evitar la sensación de pena. A mi me ha pasado. Lo ve indefenso, y expuesto al deterioro. Lo veo, a pesar de su contundente planta de estirpe renacentista, abatido, reconcentrado en su decrepitud.
Por sus ventanas y balcones, que permanecen abiertas porque es imposible ocultarlo, se ve cómo el daño avanza en su interior, en el que a sus anchas ya sólo resiste el eco desolado de su espléndido pretérito.
Pero la operación de rescatarlo como hotel presenta bastantes complejidades. La fundamental es que la propiedad de esta vetusta residencia de traza aristocrática, aunque ahora no lo parezca por su lamentable aspecto actual, está fragmentada en cuatro partes.
A saber: la colindante con el arco de Santa Clara, que es la que está en mejores condiciones por una reciente intervención, pertenece a la familia Gómez Puig. La que se encuentra al otro lado de la primorosa pero humilde arcada, es del Ayuntamiento. Es la conocida como "casa de Teresa Enríquez", que pasó a ser dependencia municipal de modo gratuito gracias a un convenio urbanístico suscrito en la etapa de gobierno de Izquierda Unida. Era la vivienda de los administradores de los Marqueses de Priego, más tarde fue la sede de la orden Salesiana y, desde hace años, no tiene utilidad alguna. Está, como quien dice, a la espera de que se le asigne algún cometido.
En el otro extremo, en el lateral del Palacio que da a la calle Gran Capitán, existen seis pisos, todos ellos ocupados y distribuidos en dos plantas. Su construcción, en la nefasta década de los setenta (época de grandes tropelías contra el patrimonio urbanístico local) supuso la pérdida de las cubiertas originales en esa zona del histórico inmueble, y una grave alteración de ese espacio.
También por entonces, por el contorno que linda con el acceso y el atrio del cenobio franciscano de Santa Clara, se segregó una parcela para un nuevo edificio de viviendas con cocheras, lo que vino a desfigurar la fisonomía tradicional de aquel recoleto rincón.
Por último, otro de los cuerpos de las dependencias de Palacio, digamos el central, en el que se incluye la puerta principal con su blasón nobiliario, otros ornatos y la mayor parte de la equilibrada fachada, es de los Ruz Gracia.
Una de sus descendientes, la joven arquitecta Carmen Ruz Gracia, está impulsando un ambicioso y metódico proyecto para asegurar la supervivencia de este notable conjunto. Para quien lo ignore, no es cosa cualquiera, pues está catalogado como Bien de Interés Cultural (BIC) por la Junta de Andalucía, lo que en la práctica permite su protección integral. A ver si es verdad.
Se trata de una solución integral. Un plan cuidadosamente diseñado con el propósito de darle una nueva vida, recuperando sus elementos más destacados con el máximo respeto a su ordenamiento primigenio. Para ello es indispensable primero reagrupar las diferentes particiones.
En principio, casi todos los implicados están dispuestos a vender su dominio. Más complicado puede ser el proceso de desafectación de los seis pisos antes citados, aunque sus inquilinos no pondrían inconveniente, siempre que a cambio se les proporcione otro hogar en la misma zona de Montilla o se les pague la cantidad que piden por ellos.
Las sucesivas divisiones y modificaciones no solo han perjudicado la conservación, sino que lo han desconfigurado. Pero no todo está perdido. La propuesta de Carmen Ruz Gracia, basada en la planimetría de 1709 –la más antigua que se guarda- plantea una “resurrección” del palacio en toda regla, observando escrupulosamente su estilo y distribución primitivos.
Además, se pretende la recuperación de los patios y los arcos de medio punto, actualmente perdidos o tapiados. El edificio, que en su momento también fue minuciosamente estudiado por el arquitecto Arturo Ramírez Laguna, disponía además de un valioso sistema hidráulico, una obra de ingeniería de buena fábrica y relevancia.
Pero, como paso previo, a todo ello parece inaplazable una intervención de urgencia para consolidar las zonas y habitáculos más dañados. No en vano, algunos de ellos corren riesgo de derrumbarse si no se actúa a tiempo.
Hace ya algunos meses, y como anticipo con el que se mostró las intenciones ante las diversas Administraciones publicas, la autora de este proyecto registró uno anterior. Aquel se refería únicamente a la parte de la que su familia es propietaria. Contemplaba su arreglo y puesta a punto, también para uso hotelero. Tanto la comisión del Patrimonio como los organismos competentes la facultaron para seguir.
Lo que persigue ahora es aún más decisivo. Busca grupos de inversores o empresas del sector de hostelería que quieran hacer realidad la idea. Por lo pronto, ya tiene una relación de interesados.
Es verdad que el momento es delicado, pero también es patente que Montilla no dispone de un alojamiento de estas características en un emplazamiento tan destacado y accesible, a unos minutos de los principales monumentos de la ciudad, a unos metros del Castillo del Gran Capitán, de la Casa del Inca, del Teatro Garnelo y del Oratorio de San Juan Ávila, llamado a ser un centro de peregrinación para los católicos.
Todo esto, y particularmente la perspectiva de reparar tan emblemática mansión, ilusionan a Carmen Ruz. En unos días, a más tardar a principios de marzo, piensa presentar el nuevo proyecto ante el Ayuntamiento, Cultura y Turismo, con objeto de acometerlo sin demasiada demora. Cuanto antes, mejor.
Puede ser el primer paso para revitalizar un espacio urbano bello, sugerente y cargado de Historia, pero que dormita en la desidia desde hace excesivo tiempo. En su momento, ese –el Palacio y sus dependencias satélites, incluyendo Caballerizas, Molino y la Casa del Administrador de la Casa de Priego- era el centro administrativo del Marquesado, el lugar en el que se mostraba su status, su poder y su influencia a base de soberbias edificaciones.
Empezados a levantar a comienzos del siglo XVI, el Palacio y sus anexos han constituido –y, en parte, así sigue siendo- el mayor exponente de arquitectura civil de la ciudad, por sus dimensiones y significación. Renacentista en su concepción, adquirió después añadidos barrocos y platerescos. Esos son sus valores. Pero lleva años que solo acumula olvido.
Ojalá este proyecto salga adelante con las ayudas necesarias. De lo contrario, sus únicos huéspedes serían la decepción y la frustración. Una vez más.
Cuesta entender que un pueblo que ha sido capaz de movilizarse en suficiente proporción como para costear sin estrecheces una efigie de San Francisco Solano, haya asistido indiferente hasta ahora a la degradación de su más emblemática obra civil.
Es verdad que si el plan para reflotar el Palacio no saliera adelante, siempre nos quedaría el consuelo de rezarle al Patrón de Montilla. Y puestos a pedirle un milagro, lo sería si, dejado a su suerte, no termina cayéndose. El edificio.
MANUEL BELLIDO MORA