Creo que no existe afirmación más escasamente estudiada por quien la dice y que haya escuchado en mi vida, con tan poco conocimiento de nuestra propia biología y la de las demás especies animales, y si cabe con tanto y tan exagerado antropocentrismo, que aquella que dice que "el ser humano es la única especie animal del mundo que usa el lenguaje para comunicarse".
Me voy a atrever a autoinvitarme a llevar la contraria, eso sí, con conocimiento de causa, a toda aquella persona que quiera afirmar tal estupidez, propia sin duda de la más escasa cultura animal que, en consecuencia de lo poco que nos interesan ciertos aspectos de lo más profundo de nuestra esencia salvaje, podíamos tener.
El ser humano, digamos, tiene un lenguaje tan desarrollado para comunicarse con sus semejantes como el que puede tener un lobo, por ejemplo, para hacer lo mismo con otros lobos. Como el que tienen las hormigas para comunicarse con otras hormigas. Como el que tiene un delfín, que se dice que no sabe hablar pero que sin embargo sabe expresarse en lenguaje “cetáceo” como ningún humano lo haría jamás.
Nosotros tampoco sabemos “hablar el idioma” de la mayoría de los animales; por eso, a no ser que nos hayamos hecho con el famoso anillo del rey Salomón, o estudiemos concienzudamente la etología de alguna especie concreta, nunca llegaremos a imaginarnos las grandes capacidades comunicativas que tienen muchos animales para transmitirse entre sí sus intenciones, sus estados anímicos o sus intereses, tanto intra- como interespecíficamente, sin ni siquiera llegar a pronunciar una sola palabra.
La agresividad en los lobos, al igual que entre nuestros queridos perros domésticos, no es una casualidad. No está ahí por azar. Han hecho falta unos cuantos millones de años de evolución para, como ya dije anteriormente en otra de las páginas de mi Cuaderno de campo, enseñar a los lobos a no usar sus colmillos para no matar a otros lobos, sino sólo para dar caza a aquellos desgraciados animales que les sirven de para nutrir sus robustos cuerpos de 30 o 40 kilos de peso.
Creo que en este incierto mundo existen pocos desarrollos conductuales tan simples y complejos a la vez y tan eficaces como el lenguaje en las relaciones jerárquicas de los cánidos, especialmente en el lobo.
El lobo, como el hombre, es un ser social. Un ser, al fin y al cabo, obligado de alguna forma a convivir con sus congéneres, a aguantarse los unos a los otros evitando en lo posible esos roces, inevitables eso sí, que de alguna u otra forma pueden llevar, si no existe una coordinación y una “ley” que marque a cada individuo cuál es su papel en el clan familiar, a un inevitable enfrentamiento, que de no ser por estos códigos de la conducta y del lenguaje que tienen los lobos y a los que nosotros estamos llamando "jerarquía", en el mejor de los casos desembocaría quizá en la muerte de uno de los congéneres que forman parte de la disputa.
Los lobos, como estamos señalando, marcan sus funciones en base a una jerarquía rígida, pero dinámica. Dicho con otras palabras, digamos que en cada manada de lobos siempre existe un “jefe”, que es el que de alguna manera “manda” y dice a los demás lobos qué es lo que tienen que hacer y de qué manera, al que en términos etológicos se le suele llamar individuo “alfa”.
Este individuo suele ser un macho, al que le acompaña una hembra también dominante, llamada, de igual modo, "hembra alfa". Esta pareja de individuos alfa suele ser la única que puede reproducirse, dentro de las leyes lupinas, en el seno de la manada en cuestión.
Por debajo de estos individuos existen otros con menor rango, llamados “beta”. A su vez, por debajo de los lobos beta hay otro rango inferior, y así sucesivamente, hasta llegar a los lobos inferiores y más sumisos, en el último escalón, que se llamarían “omega”.
Las jerarquías de los lobos salvajes no suelen tener variaciones importantes, de forma que un individuo alfa puede permanecer en este puesto durante años. Normalmente los beta y los omega salvajes son cachorros de los mismos alfa de su manada, y si quieren escalar posiciones en su clan suelen limitarse a abandonar el seno del mismo y marcharse a otro lugar para formar una nueva manada.
Son relativamente pocos los estudios que se han hecho sobre lobos en estado salvaje, pero cuando se estudia a esta especie en cautividad, que suele ser lo habitual, las cosas cambian mucho. Los lobos cautivos se ven forzados a convivir con sus demás congéneres dentro de un cercado del que jamás pueden salir. A veces los jóvenes quieren “escaparse” para formar una nueva familia y se dan cuenta de que no pueden hacerlo, y es aquí cuando empiezan los problemas.
Los cachorros alfa latentes que quieren abandonar la manada para subir escalones jerárquicos de forma rápida no tienen más remedio, en cuanto ven su oportunidad, de retar a sus superiores para poder alcanzar estos puestos. Es por esto que en las manadas cautivas de lobos los alfa no suelen durar más de unos cuantos meses en tales puestos, mientras que en la Naturaleza esta duración suele ser de algunos años.
¿Pero cómo deciden los lobos quién es el líder? Como ya expliqué en otro artículo, mediante el más puro y natural de los enfrentamientos físicos, pero eso sí, a través de luchas siempre ritualizadas, y sobre todo, aunque hay quien no quiere aceptar esta paradoja, mediante luchas pacíficas, lo creáis o no.
¿Y cómo puede ser pacífica una lucha entre dos furiosos lobos que enseñan los colmillos y gruñen? La respuesta es simple: en cuanto uno de los dos lobos se sienta vencido, sólo tendrá que mostrar un gesto de sumisión mediante su complejo lenguaje corporal, sin decir ni una palabra ni tener que huir, lo que pondrá en marcha inmediatamente en el lobo vencedor una de las pautas inhibitorias de conducta más eficaces que ha podido crear nuestro mundo.
De esta forma, estos dos llamados feroces animales conseguirán llegar a un acuerdo sin tan siquiera hacerse daño. Y es ahora cuando me acuerdo yo de la famosa Caperucita y el lobo feroz que se comió a la abuelita, al igual que del lobo que pretendía devorar también a los tres famosos cerditos, que a tantos niños han maleducado en materia de medio ambiente; historias, como no podía ser de otra forma, escritas en un antropogenizado lenguaje humano por nuestro querido Homo sapiens, que tantas muertes inútiles ha ocasionado a su propia especie.
Creo que a estas alturas los seres humanos deberíamos aprender mucho de esos seres a los que consideramos alimañas. Tal como decía Konrad Lorenz, considerado el padre de la Etología: “¿Qué ocurre con los seres humanos? Ante todo, puedo decirles que hay muchas personas que muestran reacciones extraordinariamente agresivas cuando uno afirma que el hombre es un ser agresivo”.
Postdata: Dedicado a mi abuela Carmen. Ella simplemente ha cumplido con su papel biológico, pero lo que más duele de todo es que uno nunca quiere que una persona cumpla con esa parte del papel de la vida, mas esta es la única ley que no tiene abogado defensor.
Me voy a atrever a autoinvitarme a llevar la contraria, eso sí, con conocimiento de causa, a toda aquella persona que quiera afirmar tal estupidez, propia sin duda de la más escasa cultura animal que, en consecuencia de lo poco que nos interesan ciertos aspectos de lo más profundo de nuestra esencia salvaje, podíamos tener.
El ser humano, digamos, tiene un lenguaje tan desarrollado para comunicarse con sus semejantes como el que puede tener un lobo, por ejemplo, para hacer lo mismo con otros lobos. Como el que tienen las hormigas para comunicarse con otras hormigas. Como el que tiene un delfín, que se dice que no sabe hablar pero que sin embargo sabe expresarse en lenguaje “cetáceo” como ningún humano lo haría jamás.
Nosotros tampoco sabemos “hablar el idioma” de la mayoría de los animales; por eso, a no ser que nos hayamos hecho con el famoso anillo del rey Salomón, o estudiemos concienzudamente la etología de alguna especie concreta, nunca llegaremos a imaginarnos las grandes capacidades comunicativas que tienen muchos animales para transmitirse entre sí sus intenciones, sus estados anímicos o sus intereses, tanto intra- como interespecíficamente, sin ni siquiera llegar a pronunciar una sola palabra.
La agresividad en los lobos, al igual que entre nuestros queridos perros domésticos, no es una casualidad. No está ahí por azar. Han hecho falta unos cuantos millones de años de evolución para, como ya dije anteriormente en otra de las páginas de mi Cuaderno de campo, enseñar a los lobos a no usar sus colmillos para no matar a otros lobos, sino sólo para dar caza a aquellos desgraciados animales que les sirven de para nutrir sus robustos cuerpos de 30 o 40 kilos de peso.
Creo que en este incierto mundo existen pocos desarrollos conductuales tan simples y complejos a la vez y tan eficaces como el lenguaje en las relaciones jerárquicas de los cánidos, especialmente en el lobo.
El lobo, como el hombre, es un ser social. Un ser, al fin y al cabo, obligado de alguna forma a convivir con sus congéneres, a aguantarse los unos a los otros evitando en lo posible esos roces, inevitables eso sí, que de alguna u otra forma pueden llevar, si no existe una coordinación y una “ley” que marque a cada individuo cuál es su papel en el clan familiar, a un inevitable enfrentamiento, que de no ser por estos códigos de la conducta y del lenguaje que tienen los lobos y a los que nosotros estamos llamando "jerarquía", en el mejor de los casos desembocaría quizá en la muerte de uno de los congéneres que forman parte de la disputa.
Los lobos, como estamos señalando, marcan sus funciones en base a una jerarquía rígida, pero dinámica. Dicho con otras palabras, digamos que en cada manada de lobos siempre existe un “jefe”, que es el que de alguna manera “manda” y dice a los demás lobos qué es lo que tienen que hacer y de qué manera, al que en términos etológicos se le suele llamar individuo “alfa”.
Este individuo suele ser un macho, al que le acompaña una hembra también dominante, llamada, de igual modo, "hembra alfa". Esta pareja de individuos alfa suele ser la única que puede reproducirse, dentro de las leyes lupinas, en el seno de la manada en cuestión.
Por debajo de estos individuos existen otros con menor rango, llamados “beta”. A su vez, por debajo de los lobos beta hay otro rango inferior, y así sucesivamente, hasta llegar a los lobos inferiores y más sumisos, en el último escalón, que se llamarían “omega”.
Las jerarquías de los lobos salvajes no suelen tener variaciones importantes, de forma que un individuo alfa puede permanecer en este puesto durante años. Normalmente los beta y los omega salvajes son cachorros de los mismos alfa de su manada, y si quieren escalar posiciones en su clan suelen limitarse a abandonar el seno del mismo y marcharse a otro lugar para formar una nueva manada.
Son relativamente pocos los estudios que se han hecho sobre lobos en estado salvaje, pero cuando se estudia a esta especie en cautividad, que suele ser lo habitual, las cosas cambian mucho. Los lobos cautivos se ven forzados a convivir con sus demás congéneres dentro de un cercado del que jamás pueden salir. A veces los jóvenes quieren “escaparse” para formar una nueva familia y se dan cuenta de que no pueden hacerlo, y es aquí cuando empiezan los problemas.
Los cachorros alfa latentes que quieren abandonar la manada para subir escalones jerárquicos de forma rápida no tienen más remedio, en cuanto ven su oportunidad, de retar a sus superiores para poder alcanzar estos puestos. Es por esto que en las manadas cautivas de lobos los alfa no suelen durar más de unos cuantos meses en tales puestos, mientras que en la Naturaleza esta duración suele ser de algunos años.
¿Pero cómo deciden los lobos quién es el líder? Como ya expliqué en otro artículo, mediante el más puro y natural de los enfrentamientos físicos, pero eso sí, a través de luchas siempre ritualizadas, y sobre todo, aunque hay quien no quiere aceptar esta paradoja, mediante luchas pacíficas, lo creáis o no.
¿Y cómo puede ser pacífica una lucha entre dos furiosos lobos que enseñan los colmillos y gruñen? La respuesta es simple: en cuanto uno de los dos lobos se sienta vencido, sólo tendrá que mostrar un gesto de sumisión mediante su complejo lenguaje corporal, sin decir ni una palabra ni tener que huir, lo que pondrá en marcha inmediatamente en el lobo vencedor una de las pautas inhibitorias de conducta más eficaces que ha podido crear nuestro mundo.
De esta forma, estos dos llamados feroces animales conseguirán llegar a un acuerdo sin tan siquiera hacerse daño. Y es ahora cuando me acuerdo yo de la famosa Caperucita y el lobo feroz que se comió a la abuelita, al igual que del lobo que pretendía devorar también a los tres famosos cerditos, que a tantos niños han maleducado en materia de medio ambiente; historias, como no podía ser de otra forma, escritas en un antropogenizado lenguaje humano por nuestro querido Homo sapiens, que tantas muertes inútiles ha ocasionado a su propia especie.
Creo que a estas alturas los seres humanos deberíamos aprender mucho de esos seres a los que consideramos alimañas. Tal como decía Konrad Lorenz, considerado el padre de la Etología: “¿Qué ocurre con los seres humanos? Ante todo, puedo decirles que hay muchas personas que muestran reacciones extraordinariamente agresivas cuando uno afirma que el hombre es un ser agresivo”.
Postdata: Dedicado a mi abuela Carmen. Ella simplemente ha cumplido con su papel biológico, pero lo que más duele de todo es que uno nunca quiere que una persona cumpla con esa parte del papel de la vida, mas esta es la única ley que no tiene abogado defensor.
MANUEL CRUZ