La nieve se rige por las mareas del frío, por las ventiscas afiladas. Otorga a la tierra miles de millones de estrellas de hielo. Teje una blanca frazada sobre los campos. Viste la falda de las montañas como una mujer de boda atraviesa el frío con la velocidad del rayo y va devastando tu piel que se hiela, se tersa y al final quiebra. Me abro paso entre los árboles que me miran con condescendencia. Mi cuerpo se sepulta con cada paso y apenas soy capaz de avanzar. El cansancio me consume pero la admiración me alienta.
Perro de 'Pirena' || © orádea 2012
Oigo sus patas percutiendo el níveo silencio que se abre paso a través del camino. No les veo pero siento como si una manada de caballos quisiera emerger entre los árboles. Un fugaz pensamiento me lleva de los Pirineos hasta Alaska.
Imagino aquellos páramos impenetrables entre Nome y Anchorage. Mil millas de nieve rotas por aquellos perros infatigables en busca de medicinas para la difteria. Por un momento reduzco a su máxima esencia el alma de lo que me ha traído. Es mi alma porque alguien puso la suya aquí… Un tal Pep: Pep Parés.
A veces me pregunto cuánto mar soy cuando me sumerjo en su sal. Me gusta pensar que soy la montaña. ¡Y de hecho lo soy! Sé que soy el entorno y que soy la gente que me rodea. Soy mis padres porque si alguna vez fui semilla, tallo y flor, fue navegando en su tierra fértil, en su jardín y bajo la sombra de sus pasos.
Etapa nocturna de 'Pirena' || © orádea 2012
Llevo en mí su savia, un esbozo de sabiduría y una pequeña cañita que guardé en el bolsillo y que pusieron en mi costado cuando el peso de la inexperiencia me podía hacer volcar. La Naturaleza me enseñó valores que hoy tejen mi piel. Es mi abrigo. Admiro a mis padres y a la montaña que ahora, a pesar del frío, de la nieve y del viento, me alienta a seguir buscando el camino.
El frío es indescriptible. Los dedos no me responden. Una vez pensé que la montaña se los iba a cobrar en pago por las lecciones de vida que me dio. Quizá una lección más. Pero no. Mis padres tampoco me cobraron ni la más pequeña gota de su sudor que fue a empapar mis raíces.
Sigo caminando. Me pesa el equipo sobre los hombros. La mochila. Llego al pie de la pista. Trato de predecir la escena y calculo tiempo y diafragma. Levanto la orejera del gorro: en la nieve todo el ruido del mundo parece disolverse.
Pas de la casa (Andorra) || © orádea 2012
Aguardo tumbado y sepultado en dos palmos de nieve. El peralte en la curva que desciende me da buen encuadre. Al fin llega la exhalación desaforada de los perros y el trineo. Lanzo una ráfaga. Galopan como si jamás hubieran corrido. Disfrutan remolcando a su dueño y mejor amigo hacia una meta que poco importa.
Pirena es una competición donde no importa la meta, solo el camino, el paisaje, el apoyo… El obturador ametralla sus gestos que pierdo de vista durante unas décimas de segundo. Los echo de menos en ese ínfimo instante, pero me conformo sabiendo que quedará en mi memoria sabiendo que pude disfrutar de su majestuosidad y nobleza en alguna esquina del Pirineo.
Tu instinto te lleva por ciertos caminos que intuyes que completarán tu alma. Pero cuando lo que imaginabas no es ni un ápice de lo que es en realidad, la emoción llega a embargarte. La primera vez que vi correr a estos animales me sobrecogió.
Empecé a entender todo lo que hay alrededor, valores que espero que jamás me falten. Pirena, en una preciosa metáfora, los metió todos en una bolsa. En su esencia, dentro de esa bolsa, están también aquellas mil millas atravesando Alaska, hace hoy casi noventa años, que dieron pie a Iditarod, la carrera que hoy lo conmemora.
Lago de Engolasters (Andorra) || © orádea 2012
La noche cae. Los perros y los mushers -los corredores de trineo- quedan en mi memoria y en el eco del mi obturador. Con mi silencio me envuelvo en el silencio absoluto de las estrellas y me convierto en noche.
Aún a pesar de las bajas temperaturas, como algo compulsivo, como una terapia, como hablar con el árbol más sabio del mundo, como la única salvación, me pierdo en la luz de la luna sobre la nieve y el lago helado ante mí. Comienzo a pintar estrellas.
La nieve cubre el silencio. Con suerte permanecerá semanas, incluso meses antes del deshielo. Su sola presencia alimenta mi alma al igual que alimentará la montaña, los prados, los ríos y los jardines. Como una madre, como un padre, procurará su cuidado para un equívoco futuro.
Lago de Engolasters (Andorra) || © orádea 2012
Vuelve a mi mente la épica travesía desde Nome, sepultada en nieve. De alguna, esa nieve que cayó noventa años atrás, aún está nutriendo lo que hoy ha alimentado mi alma. Es un proceso lento. Eterno.
Noto cómo esa nieve deshiela en mí y me alimenta. Recibo el agua vieja que me hará florecer en primavera. Vuelvo a ser montaña de nuevo en mitad de la noche. Mientras la cámara trabaja camino sobre mis pasos. Guarezco mis manos en los bolsillos.
Encuentro en mi memoria aquella caña pequeña que guardé del jardín de mis padres. Encuentro alguna gota de su sudor y siento cómo también deshiela en mí. Mis padres son la nieve que me convertirá en primavera, una y otra vez… hasta que no quede ni un solo copo.
La luna llena convierte el lago en día. Las estrellas caminan sobre mi silencio. Aún creo oír a los perros cabalgando sobre la nieve de la lejana Alaska. En la noche me convierto en noche. Soy montaña y tierra porque me rodea y me nutro de sus valores inamovibles.
Lago de Engolasters (Andorra) || © orádea 2012
Bebo de todo ello a sorbos pequeños, saboreando nieves muy distintas. Espero seguir siendo durante toda mi vida montaña y tierra y flor en el jardín. Espero no dejar nunca de aprender lecciones de vida. Espero también estar a la altura y en algún momento, para alguien, ser la nieve en deshielo.
Postdata: Si quieres ver más fotos de Pirena, entra aquí. También puedes ver el vídeo que realicé entrando aquí.
Oigo sus patas percutiendo el níveo silencio que se abre paso a través del camino. No les veo pero siento como si una manada de caballos quisiera emerger entre los árboles. Un fugaz pensamiento me lleva de los Pirineos hasta Alaska.
Imagino aquellos páramos impenetrables entre Nome y Anchorage. Mil millas de nieve rotas por aquellos perros infatigables en busca de medicinas para la difteria. Por un momento reduzco a su máxima esencia el alma de lo que me ha traído. Es mi alma porque alguien puso la suya aquí… Un tal Pep: Pep Parés.
A veces me pregunto cuánto mar soy cuando me sumerjo en su sal. Me gusta pensar que soy la montaña. ¡Y de hecho lo soy! Sé que soy el entorno y que soy la gente que me rodea. Soy mis padres porque si alguna vez fui semilla, tallo y flor, fue navegando en su tierra fértil, en su jardín y bajo la sombra de sus pasos.
Llevo en mí su savia, un esbozo de sabiduría y una pequeña cañita que guardé en el bolsillo y que pusieron en mi costado cuando el peso de la inexperiencia me podía hacer volcar. La Naturaleza me enseñó valores que hoy tejen mi piel. Es mi abrigo. Admiro a mis padres y a la montaña que ahora, a pesar del frío, de la nieve y del viento, me alienta a seguir buscando el camino.
El frío es indescriptible. Los dedos no me responden. Una vez pensé que la montaña se los iba a cobrar en pago por las lecciones de vida que me dio. Quizá una lección más. Pero no. Mis padres tampoco me cobraron ni la más pequeña gota de su sudor que fue a empapar mis raíces.
Sigo caminando. Me pesa el equipo sobre los hombros. La mochila. Llego al pie de la pista. Trato de predecir la escena y calculo tiempo y diafragma. Levanto la orejera del gorro: en la nieve todo el ruido del mundo parece disolverse.
Aguardo tumbado y sepultado en dos palmos de nieve. El peralte en la curva que desciende me da buen encuadre. Al fin llega la exhalación desaforada de los perros y el trineo. Lanzo una ráfaga. Galopan como si jamás hubieran corrido. Disfrutan remolcando a su dueño y mejor amigo hacia una meta que poco importa.
Pirena es una competición donde no importa la meta, solo el camino, el paisaje, el apoyo… El obturador ametralla sus gestos que pierdo de vista durante unas décimas de segundo. Los echo de menos en ese ínfimo instante, pero me conformo sabiendo que quedará en mi memoria sabiendo que pude disfrutar de su majestuosidad y nobleza en alguna esquina del Pirineo.
Tu instinto te lleva por ciertos caminos que intuyes que completarán tu alma. Pero cuando lo que imaginabas no es ni un ápice de lo que es en realidad, la emoción llega a embargarte. La primera vez que vi correr a estos animales me sobrecogió.
Empecé a entender todo lo que hay alrededor, valores que espero que jamás me falten. Pirena, en una preciosa metáfora, los metió todos en una bolsa. En su esencia, dentro de esa bolsa, están también aquellas mil millas atravesando Alaska, hace hoy casi noventa años, que dieron pie a Iditarod, la carrera que hoy lo conmemora.
La noche cae. Los perros y los mushers -los corredores de trineo- quedan en mi memoria y en el eco del mi obturador. Con mi silencio me envuelvo en el silencio absoluto de las estrellas y me convierto en noche.
Aún a pesar de las bajas temperaturas, como algo compulsivo, como una terapia, como hablar con el árbol más sabio del mundo, como la única salvación, me pierdo en la luz de la luna sobre la nieve y el lago helado ante mí. Comienzo a pintar estrellas.
La nieve cubre el silencio. Con suerte permanecerá semanas, incluso meses antes del deshielo. Su sola presencia alimenta mi alma al igual que alimentará la montaña, los prados, los ríos y los jardines. Como una madre, como un padre, procurará su cuidado para un equívoco futuro.
Vuelve a mi mente la épica travesía desde Nome, sepultada en nieve. De alguna, esa nieve que cayó noventa años atrás, aún está nutriendo lo que hoy ha alimentado mi alma. Es un proceso lento. Eterno.
Noto cómo esa nieve deshiela en mí y me alimenta. Recibo el agua vieja que me hará florecer en primavera. Vuelvo a ser montaña de nuevo en mitad de la noche. Mientras la cámara trabaja camino sobre mis pasos. Guarezco mis manos en los bolsillos.
Encuentro en mi memoria aquella caña pequeña que guardé del jardín de mis padres. Encuentro alguna gota de su sudor y siento cómo también deshiela en mí. Mis padres son la nieve que me convertirá en primavera, una y otra vez… hasta que no quede ni un solo copo.
La luna llena convierte el lago en día. Las estrellas caminan sobre mi silencio. Aún creo oír a los perros cabalgando sobre la nieve de la lejana Alaska. En la noche me convierto en noche. Soy montaña y tierra porque me rodea y me nutro de sus valores inamovibles.
Bebo de todo ello a sorbos pequeños, saboreando nieves muy distintas. Espero seguir siendo durante toda mi vida montaña y tierra y flor en el jardín. Espero no dejar nunca de aprender lecciones de vida. Espero también estar a la altura y en algún momento, para alguien, ser la nieve en deshielo.
Postdata: Si quieres ver más fotos de Pirena, entra aquí. También puedes ver el vídeo que realicé entrando aquí.
DAVID CANTILLO