La crítica de Joseph de Maistre al pensamiento ilustrado de finales del siglo XVIII se basó en una defensa a ultranza de los valores del Antiguo Régimen. Decía el pensador que la tradición era una "razón heredada" y la legitimación del poder tenía sus bases en la "providencia divina".
Según Maistre, Montesquieu y John Locke habían descentrado a la sociedad de su orden natural. El antropocentrismo social había desplazado a la religión de su lugar. La pérdida de cohesión civil provocada por la secularización ilustrada era la causante de una revolución cuyo fin sería una vuelta al prejuicio auspiciado por una militarización forzosa del poder.
La reacción conservadora sentó las bases posteriores de los doctrinarios y su ideología se materializó a través de la restauración monárquica. Esta dialéctica entre el pensamiento conservador y el ilustrado, o dicho de otro modo, el baile entre tradición y modernidad de nuestro devenir político, han llegado inmunes al pensamiento contemporáneo.
Las finas líneas que separan los territorios de la derecha y de la izquierda siguen marcados por la línea blanca de los paradigmas de la igualdad y la secularización de ayer. El bipartidismo de los tiempos de Galdós caracterizado por el rodillo de los recién llegados sobre los salidos puede claramente extrapolarse a la derechización actual.
Con la nueva Reforma Laboral podemos revivir las miserias que vivió Ramón Vilaamil, protagonista de Miau, cuando fue cesado como empleado del Ministerio de Hacienda tras la restauración de la monarquía por la figura de Alfonso XIII.
Hoy, miles de empleados públicos podrán ser despedidos de forma barata con el objeto de “redimensionar sus plantillas”, o dicho de un modo más claro, tener más poder unilateral para limpiar las Administraciones sin los obstáculos de ayer. Es precisamente esta medida y el desmantelamiento del Estado del Bienestar lo que nos aproxima e identifica con la cruda realidad que retrató Galdós.
El homenaje a Manuel Fraga Iribarne en el Congreso del PP en Sevilla pone de manifiesto la vigencia de las teorías tradicionalistas y doctrinarias que decíamos atrás. El péndulo histórico vuelve a resucitar los puntos simbólicos que reivindicaron Louis de Bonald, Edmund Burke y Joseph de Maistre ante los objetivos conseguidos por la masa ilustrada.
En dicho congreso se estableció, en su primer día, y por mayoría de los congregados, la definición del PP como un partido inspirado en "los valores del humanismo cristiano". Una vez más, la ligadura del poder azul con la doctrina papal estigmatiza la relación histórica de la derecha con las teorías de Jacques Maritain. La sombra teológica sigue viva como imagen de marca del tradicionalismo actual.
La inevitable desigualdad ha sido el buque insignia del paradigma conservador a lo largo de la historia. La teoría clásica de Ricardo fue absorbida por los precursores del utilitarismo actual. Ya lo dijeron Stuart Mill y Jeremy Bentham: “el ser humano busca saciar su interés privado para conseguir su felicidad”.
La sociedad no es una entidad de voluntad cívica sino una suma de voluntades privadas. El mercado debe ser respetado por los gobernantes como garantía de libertad negativa en detrimento con la factura de la igualdad.
A partir de ese momento, la dialéctica entre la porción de mercado y Estado en la gestión del poder ha sido otra línea divisoria de la derecha y la izquierda contemporánea. Mientras la izquierda sigue solicitando una mayor porción de intervención en los mercados para disminuir la brecha social, la derecha, por su parte, defiende la política como una puesta en escena de condiciones favorables para que el mercado pueda desarrollar la principal de sus funciones.
El XVII Congreso del PP pone en evidencia la estética política de la derecha. El homenaje a su fundador y la consolidación del término “humanismo cristiano” como elemento definidor de sus siglas resucita, doscientos años más tarde, buena parte de la crítica de Maistre a los postulados ilustrados.
La eliminación de Educación para la Ciudadanía por el supuesto “adoctrinamiento social” pone en evidencia la vuelta a los valores doctrinarios de Cánovas del Castillo. Hoy, con la Reforma Laboral y el despido barato de los empleados públicos, podemos darle un abrazo a Stuart Mill y sentir la ira de Ramón Vilaamil.
Según Maistre, Montesquieu y John Locke habían descentrado a la sociedad de su orden natural. El antropocentrismo social había desplazado a la religión de su lugar. La pérdida de cohesión civil provocada por la secularización ilustrada era la causante de una revolución cuyo fin sería una vuelta al prejuicio auspiciado por una militarización forzosa del poder.
La reacción conservadora sentó las bases posteriores de los doctrinarios y su ideología se materializó a través de la restauración monárquica. Esta dialéctica entre el pensamiento conservador y el ilustrado, o dicho de otro modo, el baile entre tradición y modernidad de nuestro devenir político, han llegado inmunes al pensamiento contemporáneo.
Las finas líneas que separan los territorios de la derecha y de la izquierda siguen marcados por la línea blanca de los paradigmas de la igualdad y la secularización de ayer. El bipartidismo de los tiempos de Galdós caracterizado por el rodillo de los recién llegados sobre los salidos puede claramente extrapolarse a la derechización actual.
Con la nueva Reforma Laboral podemos revivir las miserias que vivió Ramón Vilaamil, protagonista de Miau, cuando fue cesado como empleado del Ministerio de Hacienda tras la restauración de la monarquía por la figura de Alfonso XIII.
Hoy, miles de empleados públicos podrán ser despedidos de forma barata con el objeto de “redimensionar sus plantillas”, o dicho de un modo más claro, tener más poder unilateral para limpiar las Administraciones sin los obstáculos de ayer. Es precisamente esta medida y el desmantelamiento del Estado del Bienestar lo que nos aproxima e identifica con la cruda realidad que retrató Galdós.
El homenaje a Manuel Fraga Iribarne en el Congreso del PP en Sevilla pone de manifiesto la vigencia de las teorías tradicionalistas y doctrinarias que decíamos atrás. El péndulo histórico vuelve a resucitar los puntos simbólicos que reivindicaron Louis de Bonald, Edmund Burke y Joseph de Maistre ante los objetivos conseguidos por la masa ilustrada.
En dicho congreso se estableció, en su primer día, y por mayoría de los congregados, la definición del PP como un partido inspirado en "los valores del humanismo cristiano". Una vez más, la ligadura del poder azul con la doctrina papal estigmatiza la relación histórica de la derecha con las teorías de Jacques Maritain. La sombra teológica sigue viva como imagen de marca del tradicionalismo actual.
La inevitable desigualdad ha sido el buque insignia del paradigma conservador a lo largo de la historia. La teoría clásica de Ricardo fue absorbida por los precursores del utilitarismo actual. Ya lo dijeron Stuart Mill y Jeremy Bentham: “el ser humano busca saciar su interés privado para conseguir su felicidad”.
La sociedad no es una entidad de voluntad cívica sino una suma de voluntades privadas. El mercado debe ser respetado por los gobernantes como garantía de libertad negativa en detrimento con la factura de la igualdad.
A partir de ese momento, la dialéctica entre la porción de mercado y Estado en la gestión del poder ha sido otra línea divisoria de la derecha y la izquierda contemporánea. Mientras la izquierda sigue solicitando una mayor porción de intervención en los mercados para disminuir la brecha social, la derecha, por su parte, defiende la política como una puesta en escena de condiciones favorables para que el mercado pueda desarrollar la principal de sus funciones.
El XVII Congreso del PP pone en evidencia la estética política de la derecha. El homenaje a su fundador y la consolidación del término “humanismo cristiano” como elemento definidor de sus siglas resucita, doscientos años más tarde, buena parte de la crítica de Maistre a los postulados ilustrados.
La eliminación de Educación para la Ciudadanía por el supuesto “adoctrinamiento social” pone en evidencia la vuelta a los valores doctrinarios de Cánovas del Castillo. Hoy, con la Reforma Laboral y el despido barato de los empleados públicos, podemos darle un abrazo a Stuart Mill y sentir la ira de Ramón Vilaamil.
ABEL ROS