La maquinaria magenta del “chiringuito” político que montó Rosa Díez tras no conseguir su ambición de liderar el PSOE ha desembarcado en Andalucía. Insultando, deslegitimando la autonomía y atacando a las instituciones que representan al pueblo andaluz. Disparan con cañones modernos pero su objetivo es idéntico al de los Reyes Católicos en el siglo XV: convertir las diferencias culturales, lingüísticas y territoriales en excusas para expulsar a los diversos de su patriotismo uniformador.
Los chicos magentas, a las órdenes de una Isabel la Católica con más pasado que futuro, lanzan discursos simplistas que calan en una población desinformada y presa fácil de espectáculos incendiarios. Profesionales de la polítca capaces de cualquier cosa con tal de seguir viviendo otros treinta y dos años de los salarios públicos.
Como creen ser seres mesiánicos y en posesión de la verdad absoluta, su oratoria se reduce a "los buenos" y "los malos". Los buenos son ellos: porque defienden la igualdad y la justicia para todos los ciudadanos del Estado español; la vuelta de las competencias en Educación y Sanidad; la primacía del castellano frente a las lenguas cooficiales de Cataluña, Galicia o País Vasco y una única bandera como dogma de fe incuestionable.
Los malos somos los demás: porque pensamos que no se puede cuestionar un modelo autonómico que ha permitido que Andalucía (a pesar de sus muchas sombras) haya logrado las cotas más altas de desarrollo económico, social y ético desde que nos gobernamos a nosotros mismos.
O porque somos unos antipatriotas indeseables que defendemos la igualdad y la justicia sin que tengamos que pronunciar la palabra “España” doscientas veces en un discurso. Porque creemos en un modelo de Estado en el que hablar en catalán, gallego, euskera, andaluz, extremeño, canario o asturiano sea tan respetable y legal como hablar en castellano o porque gritamos que Andalucía necesita una atención especial del Estado por ser, entre otras cosas, la Comunidad con la mayor tasa de desempleo de la Unión Europea.
Somos unos “nacionalistas periféricos” que, dentro de nada, iremos a prisión por la gracia divina del populismo magenta, igual que irán los políticos a los que se les ocurra endeudarse para construir un hospital público o un instituto para los hijos de los trabajadores.
Sé que habrá andaluces que aplaudirán el colonialismo cultural y político de estructuras políticas que se presentan a elecciones para estar en instituciones democráticas en las que no creen y que quieren eliminar.
Son los mismos andaluces que exageran las eses o abren las vocales para adecuar su habla a la uniformidad imperante; los que perpetúan los clichés; los que jalean a duquesas que sólo les interesa el “arte y la gracia de los andaluces” o que no saben qué es un olivo pero se atreven a llamar "catetos" a quienes recogen "las olivas".
Al igual que la izquierda abertzale se presenta a las elecciones generales para obtener representación en las instituciones de un Estado del que se quiere independizar, UPyD concurre a las elecciones autonómicas aunque opinan que las Comunidades Autónomas son “chiringuitos” y que “no hay economía ni vergüenza que sostenga este modelo de Estado”.
Parecidos razonables entre nacionalistas de la exclusión y de la uniformidad. Su trozo de trapo o cacho de tierra es una verdad incuestionable. Para Amaiur o UPyD únicamente hay una manera de ser español o vasco. Como si yo no pudiera sentirme europeísta, español, comprometido con la igualdad, la justicia y el internacionalismo declarándome andalucista o, lo que es lo mismo, militante de la diferencia y activista contra las desigualdades.
Quiero que Andalucía sea igual que otros territorios en desarrollo económico, en respeto a los derechos humanos, oportunidades y en dignidad. Pero no quiero ser igual a nadie en mi forma de ser, de sentir ni de expresarme. Nada es más injusto y discriminatorio que tratar dos realidades completamente diferentes de la misma manera. Universalistas, sí, pero diferentes.
Los chicos magentas, a las órdenes de una Isabel la Católica con más pasado que futuro, lanzan discursos simplistas que calan en una población desinformada y presa fácil de espectáculos incendiarios. Profesionales de la polítca capaces de cualquier cosa con tal de seguir viviendo otros treinta y dos años de los salarios públicos.
Como creen ser seres mesiánicos y en posesión de la verdad absoluta, su oratoria se reduce a "los buenos" y "los malos". Los buenos son ellos: porque defienden la igualdad y la justicia para todos los ciudadanos del Estado español; la vuelta de las competencias en Educación y Sanidad; la primacía del castellano frente a las lenguas cooficiales de Cataluña, Galicia o País Vasco y una única bandera como dogma de fe incuestionable.
Los malos somos los demás: porque pensamos que no se puede cuestionar un modelo autonómico que ha permitido que Andalucía (a pesar de sus muchas sombras) haya logrado las cotas más altas de desarrollo económico, social y ético desde que nos gobernamos a nosotros mismos.
O porque somos unos antipatriotas indeseables que defendemos la igualdad y la justicia sin que tengamos que pronunciar la palabra “España” doscientas veces en un discurso. Porque creemos en un modelo de Estado en el que hablar en catalán, gallego, euskera, andaluz, extremeño, canario o asturiano sea tan respetable y legal como hablar en castellano o porque gritamos que Andalucía necesita una atención especial del Estado por ser, entre otras cosas, la Comunidad con la mayor tasa de desempleo de la Unión Europea.
Somos unos “nacionalistas periféricos” que, dentro de nada, iremos a prisión por la gracia divina del populismo magenta, igual que irán los políticos a los que se les ocurra endeudarse para construir un hospital público o un instituto para los hijos de los trabajadores.
Sé que habrá andaluces que aplaudirán el colonialismo cultural y político de estructuras políticas que se presentan a elecciones para estar en instituciones democráticas en las que no creen y que quieren eliminar.
Son los mismos andaluces que exageran las eses o abren las vocales para adecuar su habla a la uniformidad imperante; los que perpetúan los clichés; los que jalean a duquesas que sólo les interesa el “arte y la gracia de los andaluces” o que no saben qué es un olivo pero se atreven a llamar "catetos" a quienes recogen "las olivas".
Al igual que la izquierda abertzale se presenta a las elecciones generales para obtener representación en las instituciones de un Estado del que se quiere independizar, UPyD concurre a las elecciones autonómicas aunque opinan que las Comunidades Autónomas son “chiringuitos” y que “no hay economía ni vergüenza que sostenga este modelo de Estado”.
Parecidos razonables entre nacionalistas de la exclusión y de la uniformidad. Su trozo de trapo o cacho de tierra es una verdad incuestionable. Para Amaiur o UPyD únicamente hay una manera de ser español o vasco. Como si yo no pudiera sentirme europeísta, español, comprometido con la igualdad, la justicia y el internacionalismo declarándome andalucista o, lo que es lo mismo, militante de la diferencia y activista contra las desigualdades.
Quiero que Andalucía sea igual que otros territorios en desarrollo económico, en respeto a los derechos humanos, oportunidades y en dignidad. Pero no quiero ser igual a nadie en mi forma de ser, de sentir ni de expresarme. Nada es más injusto y discriminatorio que tratar dos realidades completamente diferentes de la misma manera. Universalistas, sí, pero diferentes.
RAÚL SOLÍS