Escribía en mi último artículo, refiriéndome al congreso de los socialistas españoles que, salvo rarísimas excepciones, los triunfadores se encargarían de “pasar a cuchillo” a los perdedores, en una expresión más de la dinámica cainista que impera en nuestros partidos políticos.
No me equivoqué, y la Ejecutiva designada por Alfredo Pérez Rubalcaba no deja lugar a dudas, laminando a todo aquel que hubiese dado su apoyo a Carmen Chacón, en una demostración de que el 38º Congreso del PSOE no lo era de ideas y proyectos –salvo cuatro propuestas puntuales que ya Rubalcaba había expuesto en la campaña electoral del 20-N- sino, simplemente, de personas, ahondando, aún más si cabe, en la crisis de identidad que vive nuestro sistema democrático y que, de seguro, habrá dejado insatisfechos a muchos socialistas.
Entre tanto cuchillo, posiblemente uno de los más dolorosos es el que el nuevo secretario general ha clavado en la espalda de José Antonio Griñán, nombrándolo presidente del PSOE, un cargo tan falto de contenido como testimonial, destinado a los políticos en retirada.
Un nombramiento que, en esta ocasión, no viene sino a marcar con caracteres fluorescentes al máximo perdedor de este congreso, no solo por apoyar desde la sombra a Chacón, sino por no obtener tan siquiera el apoyo de la militancia andaluza en su empeño por descabalgar a Rubalcaba de la dirección del partido.
Todo puede suceder el 25 de marzo próximo porque, como he repetido en muchas ocasiones, la memoria histórica, en política, es inexistente, y de lo sucedido este pasado fin de semana no habrá entonces quien se acuerde, salvo, eso sí, quienes participan de las entrañas de la vida de partido, que lucharán, desde la nueva situación creada, por colocarse en lugares de salida en las listas electorales.
No sé si serán tan ingenuos como para trasladar esas luchas intestinas a la sociedad, en unos momentos en los que la valoración del candidato del PSOE está por los suelos -su propia autoestima también-, así como las nefastas políticas desarrolladas por los socialistas en los últimos años, ERE incluidos.
Pero, si lo hacen, puede suceder que haya llegado el momento en el que los andaluces descubran mayoritariamente el verdadero talante político de quienes durante treinta años nos han gobernado, abriéndose un nuevo periodo que ofrecerá todas las interrogantes que podamos plantearnos, pero que, al menos, terminaría con una etapa de poder hegemónico que, por mucho que a algunos les duela, está en descomposición.
Frente a esta situación, un Partido Popular que, habremos de reconocerlo, está atravesando por serias dificultades para devolver a buen rumbo la nave que otros han dejado a la deriva.
Al margen de lo encontrado bajo las alfombras, que pudiera no representar una sorpresa mayúscula si tenemos en cuenta los bandazos que el Gobierno de Rodríguez Zapatero ha venido dando en los últimos años, el principal problema de Mariano Rajoy no estriba tanto en conocer las políticas de ajuste que se deben aplicar, como en hacer frente a las expectativas sociales que durante los meses previos a la campaña del 20 de noviembre el propio PP generó.
El ciudadano de a pie entiende que haya que ajustarse el cinturón, y lleva meses haciéndolo, pero a la vez demanda que su esfuerzo tengo un efecto más o menos inmediato, fundamentalmente en lo que hace referencia al mercado de trabajo.
Ahí radica la dificultad del Gobierno de Rajoy: solicitar nuevos esfuerzos cada Consejo de Ministros justificando, a la vez, que las cifras del paro continúen mes a mes o que una semana sí y otra también cierren la puerta nuevas empresas.
Un esfuerzo de comunicación, por otra parte, que ha quedado en evidencia cuando de la reforma del sistema financiero la noticia más destacada es que se baja hasta un máximo de 600.000 euros al año el sueldo de los presidentes de cajas que han contado con ayudas públicas, sin que sepamos a ciencia cierta de qué forma positiva van a afectar dicha medidas al ciudadano, y cuando la cifra aprobada levanta escozor en millones de españoles en paro o por debajo de los mil euros mensuales de salario.
La situación es complicada: muy, muy complicada. Y mientras al PSOE hemos de exigirle un ejercicio de unidad y responsabilidad porque, además, ha jugado, en gran medida, a darle forma a aquella, al Gobierno del Partido Popular hay que demandarle que concilie en la medida de lo posible los ajustes necesarios con el respeto y el apoyo a las clases más desfavorecidas, realizando, a la vez, un gran esfuerzo didáctico que traslade seguridad y confianza a la población, modulando las expectativas a la vez que corrigiendo los rechazos sociales que, en caso contrario, habrán de producirse.
No me equivoqué, y la Ejecutiva designada por Alfredo Pérez Rubalcaba no deja lugar a dudas, laminando a todo aquel que hubiese dado su apoyo a Carmen Chacón, en una demostración de que el 38º Congreso del PSOE no lo era de ideas y proyectos –salvo cuatro propuestas puntuales que ya Rubalcaba había expuesto en la campaña electoral del 20-N- sino, simplemente, de personas, ahondando, aún más si cabe, en la crisis de identidad que vive nuestro sistema democrático y que, de seguro, habrá dejado insatisfechos a muchos socialistas.
Entre tanto cuchillo, posiblemente uno de los más dolorosos es el que el nuevo secretario general ha clavado en la espalda de José Antonio Griñán, nombrándolo presidente del PSOE, un cargo tan falto de contenido como testimonial, destinado a los políticos en retirada.
Un nombramiento que, en esta ocasión, no viene sino a marcar con caracteres fluorescentes al máximo perdedor de este congreso, no solo por apoyar desde la sombra a Chacón, sino por no obtener tan siquiera el apoyo de la militancia andaluza en su empeño por descabalgar a Rubalcaba de la dirección del partido.
Todo puede suceder el 25 de marzo próximo porque, como he repetido en muchas ocasiones, la memoria histórica, en política, es inexistente, y de lo sucedido este pasado fin de semana no habrá entonces quien se acuerde, salvo, eso sí, quienes participan de las entrañas de la vida de partido, que lucharán, desde la nueva situación creada, por colocarse en lugares de salida en las listas electorales.
No sé si serán tan ingenuos como para trasladar esas luchas intestinas a la sociedad, en unos momentos en los que la valoración del candidato del PSOE está por los suelos -su propia autoestima también-, así como las nefastas políticas desarrolladas por los socialistas en los últimos años, ERE incluidos.
Pero, si lo hacen, puede suceder que haya llegado el momento en el que los andaluces descubran mayoritariamente el verdadero talante político de quienes durante treinta años nos han gobernado, abriéndose un nuevo periodo que ofrecerá todas las interrogantes que podamos plantearnos, pero que, al menos, terminaría con una etapa de poder hegemónico que, por mucho que a algunos les duela, está en descomposición.
Frente a esta situación, un Partido Popular que, habremos de reconocerlo, está atravesando por serias dificultades para devolver a buen rumbo la nave que otros han dejado a la deriva.
Al margen de lo encontrado bajo las alfombras, que pudiera no representar una sorpresa mayúscula si tenemos en cuenta los bandazos que el Gobierno de Rodríguez Zapatero ha venido dando en los últimos años, el principal problema de Mariano Rajoy no estriba tanto en conocer las políticas de ajuste que se deben aplicar, como en hacer frente a las expectativas sociales que durante los meses previos a la campaña del 20 de noviembre el propio PP generó.
El ciudadano de a pie entiende que haya que ajustarse el cinturón, y lleva meses haciéndolo, pero a la vez demanda que su esfuerzo tengo un efecto más o menos inmediato, fundamentalmente en lo que hace referencia al mercado de trabajo.
Ahí radica la dificultad del Gobierno de Rajoy: solicitar nuevos esfuerzos cada Consejo de Ministros justificando, a la vez, que las cifras del paro continúen mes a mes o que una semana sí y otra también cierren la puerta nuevas empresas.
Un esfuerzo de comunicación, por otra parte, que ha quedado en evidencia cuando de la reforma del sistema financiero la noticia más destacada es que se baja hasta un máximo de 600.000 euros al año el sueldo de los presidentes de cajas que han contado con ayudas públicas, sin que sepamos a ciencia cierta de qué forma positiva van a afectar dicha medidas al ciudadano, y cuando la cifra aprobada levanta escozor en millones de españoles en paro o por debajo de los mil euros mensuales de salario.
La situación es complicada: muy, muy complicada. Y mientras al PSOE hemos de exigirle un ejercicio de unidad y responsabilidad porque, además, ha jugado, en gran medida, a darle forma a aquella, al Gobierno del Partido Popular hay que demandarle que concilie en la medida de lo posible los ajustes necesarios con el respeto y el apoyo a las clases más desfavorecidas, realizando, a la vez, un gran esfuerzo didáctico que traslade seguridad y confianza a la población, modulando las expectativas a la vez que corrigiendo los rechazos sociales que, en caso contrario, habrán de producirse.
ENRIQUE BELLIDO