Ningún noticiario abrirá con la miseria en la que cada día viven las almas que más sufren los recortes de Occidente. Ni con la verdadera crisis política, económica, alimentaria, ecológica y humanitaria que las instituciones que velan por el buen funcionamiento del capitalismo salvaje y despiadado están globalizando a países que contabilizan la mortandad infantil y las hambrunas con la misma frialdad con la que Occidente ejecuta sus políticas.
Ni un solo partido político, sindicato o jerarca católico convocará una manifestación para protestar por el desajuste del mundo al que los recortes de los países ricos condenan a los que sólo saben ser miembros pasivos de las atrocidades cometidas en los parqués bursátiles y en los consejos de dirección de las maquinarias financieras que parieron la crisis del modelo económico occidental, a costa de prestar un dinero que no tenían y especular con los ahorros de los occidentales menos pudientes.
Los pobres no forman parte del mercado y siempre estropean los atractivos y modernos diseños tipográficos de los medios de comunicación. Ni votan, ni van a misa de domingo ni serán afiliados de ningún sindicato. No son rentables salvo para los recortes en el gasto público de los gobiernos europeos que llaman “crisis económica” a lo que es una crisis de conciencia producida por la codicia de usureros sin límites que, a base de operar sin normas éticas, han puesto en jaque las economías más desarrolladas del mundo.
Nadie alzará la voz para denunciar que es tremendamente injusto e inhumano condenar a los más invisibles de entre los invisibles, que no conocen tiempo de bonanza y su crisis es perpetua, a pagar los platos rotos del casino financiero por la avaricia a la que han jugado delincuentes con corbata, con la aquiescencia de la ideología política para la que la libertad sólo está reservada para los pudientes y para el dinero que éstos poseen.
Los “negritos de África” sólo son elegantes en los cínicos rastrillos y eventos en los que se compra y se vende la caridad navideña. Donde, a base de publicidad engañosa, nos convencen de que una niña congoleña necesita de una Barbie para ser feliz cuando lo que realmente se escenifica es una demostración ostentosa de la riqueza que escupen señoras y señores que se visten con ropas fabricadas por la mismas niñas a las que van a enviar su Barbie.
Juguetes o apadrinamientos hipócritas con los que silenciar el resquicio de conciencia que aún conservan. Como si la población infantil desnutrida o comida por las moscas, con la que los famosos están encantados de fotografiarse, no tuvieran juguetes y juegos infantiles autóctonos mucho más educativos que una muñeca desalmada.
Nadie convocará una huelga general o de hambre, un pleno extraordinario, una misa en la Plaza de Colón ni ningún periódico dedicará un editorial para denunciar que los recortes de los gobiernos de España, Castilla-La Mancha, Cataluña, Galicia o Comunidad Valenciana han eliminado de facto la ya miserable ayuda a la lucha contra el hambre y la miseria en el mundo.
Nadie gritará para decir que África es en estos momentos una guerra sin cuartel en la que los dueños del planeta luchan por los “nuevos minerales” con los que diseñar y producir alta tecnología de la comunicación para la codicia de China, Estados Unidos o Europa.
Ni que muchos dictadores tercermundistas reciben los mismos tratamientos bilaterales que recibieron los dictadores de Libia, Egipto, Túnez o Siria por parte de los líderes internacionales que se sientan en el G-20 o en las cumbres europeas. Ni que en ninguno de sus planes de ajuste se acuerdan de poner coto a la codicia de los bancos que han jugado -y juegan- al póquer con los sistemas sanitarios, educativos y laborales de negritos y blanquitos.
La justicia es como la libertad: o la poseemos todos o no la poseerá nadie. Por lo que, mientras que los recortes para salir de la crisis económica en Occidente no tengan en cuenta que hay otro extremo del globo terráqueo que sufre nuestra insolidaridad e inconciencia en forma de raquitismo, paludismo, sida, desastres naturales o crisis alimentarias, seguiremos viviendo en un mundo condenado a una indefinida crisis de conciencia que debería avergonzar a quien se llama “primer mundo” por recortar sin conciencia.
Ni un solo partido político, sindicato o jerarca católico convocará una manifestación para protestar por el desajuste del mundo al que los recortes de los países ricos condenan a los que sólo saben ser miembros pasivos de las atrocidades cometidas en los parqués bursátiles y en los consejos de dirección de las maquinarias financieras que parieron la crisis del modelo económico occidental, a costa de prestar un dinero que no tenían y especular con los ahorros de los occidentales menos pudientes.
Los pobres no forman parte del mercado y siempre estropean los atractivos y modernos diseños tipográficos de los medios de comunicación. Ni votan, ni van a misa de domingo ni serán afiliados de ningún sindicato. No son rentables salvo para los recortes en el gasto público de los gobiernos europeos que llaman “crisis económica” a lo que es una crisis de conciencia producida por la codicia de usureros sin límites que, a base de operar sin normas éticas, han puesto en jaque las economías más desarrolladas del mundo.
Nadie alzará la voz para denunciar que es tremendamente injusto e inhumano condenar a los más invisibles de entre los invisibles, que no conocen tiempo de bonanza y su crisis es perpetua, a pagar los platos rotos del casino financiero por la avaricia a la que han jugado delincuentes con corbata, con la aquiescencia de la ideología política para la que la libertad sólo está reservada para los pudientes y para el dinero que éstos poseen.
Los “negritos de África” sólo son elegantes en los cínicos rastrillos y eventos en los que se compra y se vende la caridad navideña. Donde, a base de publicidad engañosa, nos convencen de que una niña congoleña necesita de una Barbie para ser feliz cuando lo que realmente se escenifica es una demostración ostentosa de la riqueza que escupen señoras y señores que se visten con ropas fabricadas por la mismas niñas a las que van a enviar su Barbie.
Juguetes o apadrinamientos hipócritas con los que silenciar el resquicio de conciencia que aún conservan. Como si la población infantil desnutrida o comida por las moscas, con la que los famosos están encantados de fotografiarse, no tuvieran juguetes y juegos infantiles autóctonos mucho más educativos que una muñeca desalmada.
Nadie convocará una huelga general o de hambre, un pleno extraordinario, una misa en la Plaza de Colón ni ningún periódico dedicará un editorial para denunciar que los recortes de los gobiernos de España, Castilla-La Mancha, Cataluña, Galicia o Comunidad Valenciana han eliminado de facto la ya miserable ayuda a la lucha contra el hambre y la miseria en el mundo.
Nadie gritará para decir que África es en estos momentos una guerra sin cuartel en la que los dueños del planeta luchan por los “nuevos minerales” con los que diseñar y producir alta tecnología de la comunicación para la codicia de China, Estados Unidos o Europa.
Ni que muchos dictadores tercermundistas reciben los mismos tratamientos bilaterales que recibieron los dictadores de Libia, Egipto, Túnez o Siria por parte de los líderes internacionales que se sientan en el G-20 o en las cumbres europeas. Ni que en ninguno de sus planes de ajuste se acuerdan de poner coto a la codicia de los bancos que han jugado -y juegan- al póquer con los sistemas sanitarios, educativos y laborales de negritos y blanquitos.
La justicia es como la libertad: o la poseemos todos o no la poseerá nadie. Por lo que, mientras que los recortes para salir de la crisis económica en Occidente no tengan en cuenta que hay otro extremo del globo terráqueo que sufre nuestra insolidaridad e inconciencia en forma de raquitismo, paludismo, sida, desastres naturales o crisis alimentarias, seguiremos viviendo en un mundo condenado a una indefinida crisis de conciencia que debería avergonzar a quien se llama “primer mundo” por recortar sin conciencia.
RAÚL SOLÍS