Cuando el diablo se aburre mata moscas con el rabo. Y un príncipe de la iglesia se abandona a sus obsesiones si el sopor lo aturde. Parece que esto es lo que pasa con el obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, en los últimos tiempos. Dedicado sólo a imaginar construcciones sobrenaturales en su sillón de la Diócesis, pierde contacto con la realidad y se ofusca.
Lejos de preocuparse desde la atalaya de su púlpito por las calamidades del paro, la enfermedad, las injusticias, la inaccesibilidad a la vivienda, los desahucios, la delincuencia, las drogas, la falta de recursos o el desarraigo que aquejan a una feligresía que se enfrenta como puede a una crisis de la que no es responsable, monseñor Fernández clama contra “la incitación a la fornicación en algunas escuelas de Secundaria” como parte de “programas escolares” que se imparten en estos centros educativos.
Pero no se detiene ahí, sino que insiste en acusar a los medios de comunicación, la televisión y el cine de fomentar tales conductas. En su homilía Huid de la fornicación, el obispo de Córdoba afirma que “cuando la sexualidad está desorganizada es como una bomba de mano, que puede explotar en cualquier momento y herir al que la lleva consigo”.
No se refiere a los curas pederastas ni a los que, por normas antinaturales, practican el voto de castidad. La desorganización a la que alude es la del despertar de la sexualidad en unos jóvenes a quienes las hormonas no solo les hace brotar acné, sino también vellos, cambios orgánicos y sensaciones que deberían ser explicados y desmitificados precisamente en las escuelas como consecuencia de un desarrollo fisiológico que prepara al organismo para la edad adulta, eliminando así toda noción de pecado o culpa y, desde la normalidad, evitar conductas obsesas.
Esas conductas, algunas fuertemente traumatizadas por la represión, son las que se hallan obsesionadas con la sexualidad como fuente de todo mal en el mundo. Ya en ocasión anterior, hace justo un año, monseñor Fernández la emprendió contra las políticas de igualdad y de género del Gobierno socialista y la Unesco por convertir, según su opinión, en homosexuales a media Europa.
Por lo que se ve, la fornicación y la homosexualidad son asuntos que preocupan sobremanera al señor obispo, así como que la Mezquita sea conocida como la Catedral de Córdoba: problemas cuya gravedad mantienen en un sinvivir al rebaño que atiende sus dicterios morales.
Es como si monseñor hubiera declarado una cruzada a todo aquello que, en el ámbito de la igualdad de la mujer y la asunción de la propia sexualidad sin dogmas, escapara al férreo control de la Iglesia.
Que una persona así se arrogue la capacidad de interpretar qué es lo correcto o lo desorganizado en la biología y la psicología humana hasta el extremo de pretender imponer su criterio al resto de la sociedad, sin importarle lo que la ciencia o las normas civiles establezcan, causaría risa si no fuera por la púrpura institucional que cubre al personaje.
La Iglesia católica goza de privilegios en España que no se admiten en otros Estados de nuestro entorno. No sólo se ocupa de oficiar como guía moral de sus fieles, sino que pretende imponer su moralidad al conjunto de la población, rechazando incluso con manifestaciones y pancartas aquellas normas o actos que considera “ofensivos” a su creencia, como el aborto, el divorcio, la libertad sexual, la sedación paliativa, la investigación con embriones, etc.
En sus manos recae gran parte de la enseñanza concertada, sufragada con fondos públicos, por lo que no es baladí el rechazo y las acusaciones que blanden contra la potestad del Gobierno para establecer los programas curriculares de la enseñanza en España. Parece que para estos representantes religiosos sea preferible la ignorancia y el miedo de las personas, incluso en temas sexuales, que la formación y el conocimiento sin tabúes que caracteriza a sociedades avanzadas, cultas y libres.
Es un dispendio, de los que Rajoy achaca que no podemos permitirnos, que con dinero público se financien a organizaciones -aunque sean religiosas- que ponen en cuestión la supremacía del poder civil en la sociedad y disienten de sus medidas. No es de recibo la homilía del obispo de Córdoba porque no se ajusta a la verdad y esconde pretensiones de tutela social, no sólo moral, que escapan al ámbito de su responsabilidad. Por poner un ejemplo: eso me lo hace un hijo y lo dejo sin paga.
Lejos de preocuparse desde la atalaya de su púlpito por las calamidades del paro, la enfermedad, las injusticias, la inaccesibilidad a la vivienda, los desahucios, la delincuencia, las drogas, la falta de recursos o el desarraigo que aquejan a una feligresía que se enfrenta como puede a una crisis de la que no es responsable, monseñor Fernández clama contra “la incitación a la fornicación en algunas escuelas de Secundaria” como parte de “programas escolares” que se imparten en estos centros educativos.
Pero no se detiene ahí, sino que insiste en acusar a los medios de comunicación, la televisión y el cine de fomentar tales conductas. En su homilía Huid de la fornicación, el obispo de Córdoba afirma que “cuando la sexualidad está desorganizada es como una bomba de mano, que puede explotar en cualquier momento y herir al que la lleva consigo”.
No se refiere a los curas pederastas ni a los que, por normas antinaturales, practican el voto de castidad. La desorganización a la que alude es la del despertar de la sexualidad en unos jóvenes a quienes las hormonas no solo les hace brotar acné, sino también vellos, cambios orgánicos y sensaciones que deberían ser explicados y desmitificados precisamente en las escuelas como consecuencia de un desarrollo fisiológico que prepara al organismo para la edad adulta, eliminando así toda noción de pecado o culpa y, desde la normalidad, evitar conductas obsesas.
Esas conductas, algunas fuertemente traumatizadas por la represión, son las que se hallan obsesionadas con la sexualidad como fuente de todo mal en el mundo. Ya en ocasión anterior, hace justo un año, monseñor Fernández la emprendió contra las políticas de igualdad y de género del Gobierno socialista y la Unesco por convertir, según su opinión, en homosexuales a media Europa.
Por lo que se ve, la fornicación y la homosexualidad son asuntos que preocupan sobremanera al señor obispo, así como que la Mezquita sea conocida como la Catedral de Córdoba: problemas cuya gravedad mantienen en un sinvivir al rebaño que atiende sus dicterios morales.
Es como si monseñor hubiera declarado una cruzada a todo aquello que, en el ámbito de la igualdad de la mujer y la asunción de la propia sexualidad sin dogmas, escapara al férreo control de la Iglesia.
Que una persona así se arrogue la capacidad de interpretar qué es lo correcto o lo desorganizado en la biología y la psicología humana hasta el extremo de pretender imponer su criterio al resto de la sociedad, sin importarle lo que la ciencia o las normas civiles establezcan, causaría risa si no fuera por la púrpura institucional que cubre al personaje.
La Iglesia católica goza de privilegios en España que no se admiten en otros Estados de nuestro entorno. No sólo se ocupa de oficiar como guía moral de sus fieles, sino que pretende imponer su moralidad al conjunto de la población, rechazando incluso con manifestaciones y pancartas aquellas normas o actos que considera “ofensivos” a su creencia, como el aborto, el divorcio, la libertad sexual, la sedación paliativa, la investigación con embriones, etc.
En sus manos recae gran parte de la enseñanza concertada, sufragada con fondos públicos, por lo que no es baladí el rechazo y las acusaciones que blanden contra la potestad del Gobierno para establecer los programas curriculares de la enseñanza en España. Parece que para estos representantes religiosos sea preferible la ignorancia y el miedo de las personas, incluso en temas sexuales, que la formación y el conocimiento sin tabúes que caracteriza a sociedades avanzadas, cultas y libres.
Es un dispendio, de los que Rajoy achaca que no podemos permitirnos, que con dinero público se financien a organizaciones -aunque sean religiosas- que ponen en cuestión la supremacía del poder civil en la sociedad y disienten de sus medidas. No es de recibo la homilía del obispo de Córdoba porque no se ajusta a la verdad y esconde pretensiones de tutela social, no sólo moral, que escapan al ámbito de su responsabilidad. Por poner un ejemplo: eso me lo hace un hijo y lo dejo sin paga.
DANIEL GUERRERO