Pues sí, vaya chasco. Tanto tiempo esperando un cambio, una nueva forma de hacer política económica, un verdadero viento fresco, y resulta que a las primeras de cambio, van Rajoy y Montoro y nos suben el IRPF. O sea, para este viaje, no hacían falta estas alforjas.
No es para nada secreto que mi apoyo en las últimas elecciones fue para el programa económico del Partido Popular, por lo que posiblemente estoy lo suficientemente legitimado para rajar de esta, a priori, enorme traición.
De hecho, he defendido constantemente en este espacio público que una de las necesidades del empresariado español es, precisamente, la reducción de las cargas fiscales y laborales que soporta. Es obvio, por tanto, que esta primera medida del Gobierno Rajoy no me guste ni un pelo.
Otra cosa es que las razones que llevan a Cristóbal Montoro a encarecer nuestra contribución fiscal puedan tener o no justificación, cuestión que trataré de dilucidar a continuación.
Partimos de una premisa esencial: las cuentas del Estado están muy mal. Peor, incluso, de lo que parecían esperar los nuevos inquilinos del banco azul del Congreso. Aun así, hubiera sido más decente advertir a los españoles en la campaña electoral de que algunos de los sacrificios pasarían por agujerear nuestros bolsillos un poco más. Mal empieza el presidente Rajoy: dando la sensación de que nos ha mentido, de que Rubalcaba tenía razón y de que existe un programa oculto cuyo lema es "putear al españolito".
Desde luego, de lo que sí estoy convencido es de que, a pesar de la premura con que se ha tomado la decisión, al nuevo ministro de Hacienda le ha costado al menos media úlcera de estómago. Montoro es conocido -especialmente en el mundo académico- por su aversión a los impuestos o, más bien, por su incondicional apego a la Curva de Laffer, aquella que relaciona tipos de gravamen crecientes con recaudaciones impositivas decrecientes (a partir de un porcentaje de gravamen determinado).
Si alguien en España es contrario a subir los impuestos -excepción hecha del profesor Carlos Rodríguez Braun- ese es Cristobal Montoro. Lo que dice algo de la extrema urgencia de las cuentas públicas .
Otro aspecto criticable de esta primera tanda de palos, en mi opinión, es el escaso recorte que se hace de algunos gastos. Recortar un 20 por ciento las subvenciones a partidos políticos, sindicatos y organizaciones empresariales parece más un gesto de cara a la galería, un "mirad que empezamos por nosotros mismos", que una manifestación real de intenciones.
Supongo -por buscarle razones, aunque ni a mí me suenan convincentes- que necesitan más tiempo para aclarar cuánto quitar de aquí y de allá, qué empresas públicas liquidar y qué subvenciones a chorradas eliminar.
Sin embargo, una vez expuesto mi descontento con esta primera subida, no me queda más remedio que reconocer que el instrumento utilizado y la gradación de los aumentos son notablemente acertados. Dentro de lo malo, al menos no escogieron lo peor -ojo, lo que no descarta que lo hagan a corto plazo-.
Subir el IRPF implica ordeñar ls pocas vacas que quedan con algo de leche: gente con trabajo o pequeñas empresas que aún generan beneficios. A quien no se le puede pedir más esfuerzo es a los parados y a la población no activa, y por eso el Gobierno no ha tocado el IVA -insisto, lo tocarán en cuanto la actividad repunte lo más mínimo-. O sea, que no habiendo más remedio que fastidiar a alguien, al menos han fastidiado a quien todavía percibe ingresos.
Por otra parte, la gradación de la subida hace del IRPF un impuesto más progresivo. Los aumentos van desde el 0,75 por ciento para las rentas inferiores hasta el 7 por ciento para las superiores a 300.000 euros anuales.
No se dejen confundir por aquellos que dicen maliciosamente que la subida la pagarán aquellos que ganan menos de 53.000 euros: esto sólo es cierto si se tiene en cuenta la recaudación en términos absolutos, por la sencilla razón de que son muchos más contribuyentes los que ganan menos de esa cifra que los que ganan más.
O sea, el mundo al revés. Un Gobierno de supuesto corte liberal que lo primero que hsce es subir impuestos y, además, haciendo pagar más a los que más ganan. Lo que se supone que debería hacer un Ejecutivo de corte socialdemócrata, vaya. No es de extrañar, entonces, que la oposición de izquierda esté que trina. Lo que resulta, por cierto, tan lamentable como poco creíble.
En fin, esperemos equivocarnos y que este Gobierno, finalmente, acierte incluso cuando se equivoca. Si es así, al menos algo habrá cambiado realmente: los otros no acertaban ni equivocándose.
No es para nada secreto que mi apoyo en las últimas elecciones fue para el programa económico del Partido Popular, por lo que posiblemente estoy lo suficientemente legitimado para rajar de esta, a priori, enorme traición.
De hecho, he defendido constantemente en este espacio público que una de las necesidades del empresariado español es, precisamente, la reducción de las cargas fiscales y laborales que soporta. Es obvio, por tanto, que esta primera medida del Gobierno Rajoy no me guste ni un pelo.
Otra cosa es que las razones que llevan a Cristóbal Montoro a encarecer nuestra contribución fiscal puedan tener o no justificación, cuestión que trataré de dilucidar a continuación.
Partimos de una premisa esencial: las cuentas del Estado están muy mal. Peor, incluso, de lo que parecían esperar los nuevos inquilinos del banco azul del Congreso. Aun así, hubiera sido más decente advertir a los españoles en la campaña electoral de que algunos de los sacrificios pasarían por agujerear nuestros bolsillos un poco más. Mal empieza el presidente Rajoy: dando la sensación de que nos ha mentido, de que Rubalcaba tenía razón y de que existe un programa oculto cuyo lema es "putear al españolito".
Desde luego, de lo que sí estoy convencido es de que, a pesar de la premura con que se ha tomado la decisión, al nuevo ministro de Hacienda le ha costado al menos media úlcera de estómago. Montoro es conocido -especialmente en el mundo académico- por su aversión a los impuestos o, más bien, por su incondicional apego a la Curva de Laffer, aquella que relaciona tipos de gravamen crecientes con recaudaciones impositivas decrecientes (a partir de un porcentaje de gravamen determinado).
Si alguien en España es contrario a subir los impuestos -excepción hecha del profesor Carlos Rodríguez Braun- ese es Cristobal Montoro. Lo que dice algo de la extrema urgencia de las cuentas públicas .
Otro aspecto criticable de esta primera tanda de palos, en mi opinión, es el escaso recorte que se hace de algunos gastos. Recortar un 20 por ciento las subvenciones a partidos políticos, sindicatos y organizaciones empresariales parece más un gesto de cara a la galería, un "mirad que empezamos por nosotros mismos", que una manifestación real de intenciones.
Supongo -por buscarle razones, aunque ni a mí me suenan convincentes- que necesitan más tiempo para aclarar cuánto quitar de aquí y de allá, qué empresas públicas liquidar y qué subvenciones a chorradas eliminar.
Sin embargo, una vez expuesto mi descontento con esta primera subida, no me queda más remedio que reconocer que el instrumento utilizado y la gradación de los aumentos son notablemente acertados. Dentro de lo malo, al menos no escogieron lo peor -ojo, lo que no descarta que lo hagan a corto plazo-.
Subir el IRPF implica ordeñar ls pocas vacas que quedan con algo de leche: gente con trabajo o pequeñas empresas que aún generan beneficios. A quien no se le puede pedir más esfuerzo es a los parados y a la población no activa, y por eso el Gobierno no ha tocado el IVA -insisto, lo tocarán en cuanto la actividad repunte lo más mínimo-. O sea, que no habiendo más remedio que fastidiar a alguien, al menos han fastidiado a quien todavía percibe ingresos.
Por otra parte, la gradación de la subida hace del IRPF un impuesto más progresivo. Los aumentos van desde el 0,75 por ciento para las rentas inferiores hasta el 7 por ciento para las superiores a 300.000 euros anuales.
No se dejen confundir por aquellos que dicen maliciosamente que la subida la pagarán aquellos que ganan menos de 53.000 euros: esto sólo es cierto si se tiene en cuenta la recaudación en términos absolutos, por la sencilla razón de que son muchos más contribuyentes los que ganan menos de esa cifra que los que ganan más.
O sea, el mundo al revés. Un Gobierno de supuesto corte liberal que lo primero que hsce es subir impuestos y, además, haciendo pagar más a los que más ganan. Lo que se supone que debería hacer un Ejecutivo de corte socialdemócrata, vaya. No es de extrañar, entonces, que la oposición de izquierda esté que trina. Lo que resulta, por cierto, tan lamentable como poco creíble.
En fin, esperemos equivocarnos y que este Gobierno, finalmente, acierte incluso cuando se equivoca. Si es así, al menos algo habrá cambiado realmente: los otros no acertaban ni equivocándose.
MARIO J. HURTADO