Ayer me dirigí hacia aquel árbol que tanto amaba. Él me veía acercarme con mis pasos acostumbrados. Su ramas que trepaban la niebla delataban los escondrijos del alma donde nos guarecímos. Allí guardamos las tardes persiguiendo el vuelo de los gorriones. Sus ojos me observaban con todo el amor de quien sabe que esas manos que se acercan vertieron el agua en sus raíces. Yo le vi crecer y él me vio nacer. Me vio levantar la mirada. Me vio pintar estrellas por primera vez.
Serie 'El árbol entre la niebla' || © orádea 2012
Me sentaba a sus pies en días interminables y, acunado en su sabiduría, me hablaba, con su sombra hacia mí. Me descubría los entresijos de la vida compleja. Me acerco y veo sus ojos de amor profundo y amistad.
Ojos de fidelidad y pestañas eternas. Contemplo las hojas como dedos inquietos que tañen el aire. Admiro su ramaje que tantas veces podé para que su savia crecida fuera parte de mí. Me mira acercarme y siente la paz por verme llegar.
El tiempo nos embarca en sueños y desvelos que son viajes. Los viajes nos conducen a todos los sitios donde queramos llegar. Sin embargo, tenemos tanto miedo a nuestros pasos y sus huellas que nos sentimos heridos de muerte sin haber sido alcanzados.
En ese momento es cuando tendríamos que entender que la bala que nos hiere o la flecha que se hunde en nuestro cuerpo es el miedo que tenemos: es difícil andar disparándonos en los pies.
Todo empezó de alguna manera extraña. Sin saber bien cómo. Sin entender bien el qué. Quizá la brisa de una playa esquivando los rayos cálidos del atardecer. Un trabajo. Una copa. Una falda corta y una mirada larga. La invasión en tu cuerpo. El enjambre en mis dedos. Unas gaviotas en el salón, despeinando el sudor de los cuerpos en aquel pequeño apartamento… Un charco en septiembre. La delación de un retrovisor. Una llamada. Y volver a la brisa en tu melena.
Serie 'El árbol entre la niebla' || © orádea 2012
Imaginé contigo tantos viajes. Imaginé el Canadá. La India donde encontrarnos. Imaginamos tantas veces el África herida como tantas veces soñé volver a mi nombre. Ir a Venecia o a París. Sentir la aurora boreal alumbrando el alma.
Sembrar la Tierra de pasos y trenes aunque cada día nos conformáramos con unos pocos de kilómetros. Una senda en mitad del bosque. Una flor. La noche tierna y alguna estrella y hacer del mundo una casa. Sin embargo, el día que descubrí que cada día volvía a tus brazos profundos entendí que el hogar eras tú y era yo. Así, sin darme cuenta, errado como un joven, pensé que el viaje había terminado y que ese destino estaba alcanzado.
El árbol me veía llegar manteniendo firme mis ojos dolientes. Me conoces mejor que nadie. Conoces el mohín de un parpadeo. Conoces mi dolor porque te ha dolido. Conoces mi pasado porque lo has vivido. Conoces mi futuro porque cuando ni siquiera yo confiaba en mí, tú creías en él. Así me viste llegar con un dolor profundo y mis pasos apuntando hacia tus pies.
Pero mis manos, en una suerte de traición, escondían el hacha a la espalda. Miro con desconcierto el árbol. Veo las heridas infligidas con todo el cuidado con el que se puede repartir hachazos. La savia florece tocada por la muerte.
Serie 'El árbol entre la niebla' || © orádea 2012
Supuran las lágrimas sentados en el jardín con las manos agarradas. En la terraza. En mitad del pasillo. En la cama. La savia se vierte y en ella veo mi nombre esparcido. Veo mi cuerpo y tu cuerpo. Veo mis besos. Algunos se diseminan entre la sangre. Quizá hasta ese momento estuvieran guardados en algún rincón. Algunos se perderán para siempre.
Árbol henchido de sabiduría y paz, aunque herido, me has dejado partir sin batalla. Nunca me ataste a tus ramas ni a tu jardín porque eres como un país sin fronteras. Y nunca me ataste porque has sido el viento que navega de país en país.
He bebido en tu copa. He estremecido tus ramas soplando el aire. Y no sé qué extraño amor hace que prefieras dejar volar al viento a retenerlo. Me mirabas ir y venir. Me viste jugando entre las amapolas. Me viste en la lluvia que se abría paso en la tormenta. Me esperabas en la puerta de la guarida sin una palabra, hasta verme emerger de la oscuridad y el dolor.
Serie 'El árbol entre la niebla' || © orádea 2012
El viaje es muy corto y corremos el riesgo de dejar pasar un beso o un abrazo. Hay mucho peligro de perder a alguien sin darnos cuenta. Hay mucho peligro de no llegar a ningún lado... Pero lo peor, quizá, es que corremos el riesgo de equivocarnos y que no lo podamos enmendar.
Cuando todo terminó sentí caer el árbol de repente. Lo acogí desangrado en mis manos ensangrentadas. Lo sentí llorar y aún lloro por eso. Me hubiera ahogado en tus propias lágrimas igual que tú bebiste las mías.
Notaba un escalofrío arremolinando tus deseos. Sentía la nieve en tu cuerpo de tantas veces que tuve tu frío en mis brazos y de tantas veces que te protegí de él. Quizá fueras el árbol. Quizá la vida. Quizá la tierra o quizá el bosque. Me martirizo por no haber encontrado el camino entre todos tus árboles diseminados en mi niebla.
Algún día, cuando llueva y tu corteza siga siendo la vida que te envuelve, notarás las heridas que blandieron mis manos. Andarás en otro jardín vertiendo tu sombra de nuevo y ahondando más y más tus raíces en la Tierra -porque eres la Tierra-.
Y es que, no hay nada más libre que un árbol que camina por los siglos... o los años. Los años fueron como los días en un viaje. Bien puede ser ocho días como ocho años y medio. Lo cantamos muchas veces, y eso duele.
Serie 'El árbol entre la niebla' || © orádea 2012
Te vi dormir y reír y volar y “entristecer de pronto, como un viaje”. Te he visto siempre aunque ahora, con las manos manchadas, con los viajes soñados, con el hogar desierto y con el eco de las gaviotas, entiendo la bruma que envolvía la silueta de todos tus árboles.
Ahora, con los pies heridos de bala y tus ramas navegando al viento, al son de tu ausencia y mi partida, con el dolor de mi hacha y con tus heridas ahogadas en la niebla, al fin comprendo que fuimos un lugar sin fronteras y las horas sin reloj. Me hiciste parte de tus mapas porque sencillamente, el viaje eras tú.
Serie 'El árbol entre la niebla' || © orádea 2012
Me sentaba a sus pies en días interminables y, acunado en su sabiduría, me hablaba, con su sombra hacia mí. Me descubría los entresijos de la vida compleja. Me acerco y veo sus ojos de amor profundo y amistad.
Ojos de fidelidad y pestañas eternas. Contemplo las hojas como dedos inquietos que tañen el aire. Admiro su ramaje que tantas veces podé para que su savia crecida fuera parte de mí. Me mira acercarme y siente la paz por verme llegar.
El tiempo nos embarca en sueños y desvelos que son viajes. Los viajes nos conducen a todos los sitios donde queramos llegar. Sin embargo, tenemos tanto miedo a nuestros pasos y sus huellas que nos sentimos heridos de muerte sin haber sido alcanzados.
En ese momento es cuando tendríamos que entender que la bala que nos hiere o la flecha que se hunde en nuestro cuerpo es el miedo que tenemos: es difícil andar disparándonos en los pies.
Todo empezó de alguna manera extraña. Sin saber bien cómo. Sin entender bien el qué. Quizá la brisa de una playa esquivando los rayos cálidos del atardecer. Un trabajo. Una copa. Una falda corta y una mirada larga. La invasión en tu cuerpo. El enjambre en mis dedos. Unas gaviotas en el salón, despeinando el sudor de los cuerpos en aquel pequeño apartamento… Un charco en septiembre. La delación de un retrovisor. Una llamada. Y volver a la brisa en tu melena.
Serie 'El árbol entre la niebla' || © orádea 2012
Imaginé contigo tantos viajes. Imaginé el Canadá. La India donde encontrarnos. Imaginamos tantas veces el África herida como tantas veces soñé volver a mi nombre. Ir a Venecia o a París. Sentir la aurora boreal alumbrando el alma.
Sembrar la Tierra de pasos y trenes aunque cada día nos conformáramos con unos pocos de kilómetros. Una senda en mitad del bosque. Una flor. La noche tierna y alguna estrella y hacer del mundo una casa. Sin embargo, el día que descubrí que cada día volvía a tus brazos profundos entendí que el hogar eras tú y era yo. Así, sin darme cuenta, errado como un joven, pensé que el viaje había terminado y que ese destino estaba alcanzado.
El árbol me veía llegar manteniendo firme mis ojos dolientes. Me conoces mejor que nadie. Conoces el mohín de un parpadeo. Conoces mi dolor porque te ha dolido. Conoces mi pasado porque lo has vivido. Conoces mi futuro porque cuando ni siquiera yo confiaba en mí, tú creías en él. Así me viste llegar con un dolor profundo y mis pasos apuntando hacia tus pies.
Pero mis manos, en una suerte de traición, escondían el hacha a la espalda. Miro con desconcierto el árbol. Veo las heridas infligidas con todo el cuidado con el que se puede repartir hachazos. La savia florece tocada por la muerte.
Serie 'El árbol entre la niebla' || © orádea 2012
Supuran las lágrimas sentados en el jardín con las manos agarradas. En la terraza. En mitad del pasillo. En la cama. La savia se vierte y en ella veo mi nombre esparcido. Veo mi cuerpo y tu cuerpo. Veo mis besos. Algunos se diseminan entre la sangre. Quizá hasta ese momento estuvieran guardados en algún rincón. Algunos se perderán para siempre.
Árbol henchido de sabiduría y paz, aunque herido, me has dejado partir sin batalla. Nunca me ataste a tus ramas ni a tu jardín porque eres como un país sin fronteras. Y nunca me ataste porque has sido el viento que navega de país en país.
He bebido en tu copa. He estremecido tus ramas soplando el aire. Y no sé qué extraño amor hace que prefieras dejar volar al viento a retenerlo. Me mirabas ir y venir. Me viste jugando entre las amapolas. Me viste en la lluvia que se abría paso en la tormenta. Me esperabas en la puerta de la guarida sin una palabra, hasta verme emerger de la oscuridad y el dolor.
Serie 'El árbol entre la niebla' || © orádea 2012
El viaje es muy corto y corremos el riesgo de dejar pasar un beso o un abrazo. Hay mucho peligro de perder a alguien sin darnos cuenta. Hay mucho peligro de no llegar a ningún lado... Pero lo peor, quizá, es que corremos el riesgo de equivocarnos y que no lo podamos enmendar.
Cuando todo terminó sentí caer el árbol de repente. Lo acogí desangrado en mis manos ensangrentadas. Lo sentí llorar y aún lloro por eso. Me hubiera ahogado en tus propias lágrimas igual que tú bebiste las mías.
Notaba un escalofrío arremolinando tus deseos. Sentía la nieve en tu cuerpo de tantas veces que tuve tu frío en mis brazos y de tantas veces que te protegí de él. Quizá fueras el árbol. Quizá la vida. Quizá la tierra o quizá el bosque. Me martirizo por no haber encontrado el camino entre todos tus árboles diseminados en mi niebla.
Algún día, cuando llueva y tu corteza siga siendo la vida que te envuelve, notarás las heridas que blandieron mis manos. Andarás en otro jardín vertiendo tu sombra de nuevo y ahondando más y más tus raíces en la Tierra -porque eres la Tierra-.
Y es que, no hay nada más libre que un árbol que camina por los siglos... o los años. Los años fueron como los días en un viaje. Bien puede ser ocho días como ocho años y medio. Lo cantamos muchas veces, y eso duele.
Serie 'El árbol entre la niebla' || © orádea 2012
Te vi dormir y reír y volar y “entristecer de pronto, como un viaje”. Te he visto siempre aunque ahora, con las manos manchadas, con los viajes soñados, con el hogar desierto y con el eco de las gaviotas, entiendo la bruma que envolvía la silueta de todos tus árboles.
Ahora, con los pies heridos de bala y tus ramas navegando al viento, al son de tu ausencia y mi partida, con el dolor de mi hacha y con tus heridas ahogadas en la niebla, al fin comprendo que fuimos un lugar sin fronteras y las horas sin reloj. Me hiciste parte de tus mapas porque sencillamente, el viaje eras tú.
DAVID CANTILLO