Las duras medidas aprobadas por el primer Consejo de Ministros de Rajoy han sido aún más duras de lo esperadas y, en algún caso -la subida de impuestos- inesperadas si nos atenemos a lo que fueron sus declaraciones e intenciones previas.
La razón esgrimida es que el déficit, la apabullante deuda que nos agobia, es mayor de lo declarado por el Gobierno saliente. Algo que casi todos nos barruntábamos pero que, con los datos en la mano, se ha disparado desde el seis a cerca de un 8 por ciento. Para tabular en cifras, de los 16.500 millones de euros previstos como recortes necesarios, a acercarnos a los 40.000 millones.
Me costa que la decisión de subir el IRPF ha sido la más difícil -las otras ya estaban contempladas- y se optó por ella tras una intensa valoración de las demás alternativas, entre ellas, la de la subida del IVA.
Al final se impuso la necesidad de que para obtener el dinero requerido no había otra manera viable y menos lesiva y se decidió efectuarla de manera progresiva, muy en línea, curiosamente, con las propuestas socialdemócratas: gravar las rentas del trabajo pero hacerlo “progresivamente”.
Las rentas más débiles apenas se ven afectadas y los tramos que sufren el mayor impacto son los medios, medio-altos y altos. Mantener la prestación de 400 euros a quienes han agotado el paro es incuestionable. Lo contrario sería tan atroz para los afectados como suicida socialmente.
Los españoles somos conscientes de la endiablada situación económica y de los sacrificios que nos tocan a todos. Y podemos entender el hachazo aunque tampoco pueden pretender que no nos duela.
Es también comprensible que la oposición salga en tromba a la crítica y es particularmente acerada aquella que señala una primera palabra hecha añicos y claramente violentada. La no subida de los impuestos fue una bandera electoral que ha quedado arrasada. "No ha quedado otro remedio", dicen. Y puede que cargados de datos y razones. También.
Pero, al final, y como parecía a ojo de buen cubero, cuando se ha gastado lo que no teníamos y toca pagar, siempre se tira del mismo lado. “Se han gastado el manso y la hijuela y lo vamos a tener que pagar todos”, escribí cuando el malhadado Plan E.
Así que no saque pecho el PSOE ni se rasgue vestidura alguna. Porque si en estas andamos es por cómo nos ha dejado su Gobierno. Que no clamen por la ruina, el paro y la recesión. Porque con más de cinco millones de parados -la EPA del último trimestre andará por los 5,3- y con la recesión encima -estos últimos meses ya tenemos el PIB en negativo- es como nos han dejado. Así que lo que deben es hasta de callarse. No son ellos quienes pueden dar ni una lección ni pedir explicaciones a nadie sino a ellos mismos.
Habremos, pues, de tragar esa primera rueda de molino. Que no será la última. Aunque uno espera que los próximos paquetes sean en la dirección no ya de recortar sino de trazar objetivos y abrir la línea de salida tanto en Reforma Laboral, como Financiera, como de apoyo a la creación de empresas y empleo.
Pero mientras, y quizás para que podamos entender y asumir tan amarga medicina, sería buena alguna muestra de que ellos también la catan por parte de los “médicos” que nos la recetan. Haría falta un gesto de nuestros gobernantes, un verdadero gesto de su propio sacrificio de su contención, de apretarse su cinturón y de renunciar a sus privilegios.
Tal vez el presidente, los ministros, los altos cargos, los diputados, los senadores, los presidentes autonómicos y sus consejeros, en suma, quienes nos gobiernan y nos exigen sudor y lágrimas, debieran ejemplarizar con una medida de rebaja, de quitarse algo, de prescindir de todo lujo y cualquier boato y hasta un poquito más que el resto en sus haberes y emolumentos.
Ellos deberán ver cuáles y cuánto, pero deberían hacerlo y cuanto antes. Nos ayudaría a sobrellevar mejor nuestras cuitas y a recuperar esa cada vez más perdida confianza en los políticos. Amén de que fuera poco o mucho, algo se ahorraría. Tal vez mucho más que una onza de chocolate dada la cantidad de loros, que también sería bueno ver substancialmente reducidos en su número, que se lo comen.
La razón esgrimida es que el déficit, la apabullante deuda que nos agobia, es mayor de lo declarado por el Gobierno saliente. Algo que casi todos nos barruntábamos pero que, con los datos en la mano, se ha disparado desde el seis a cerca de un 8 por ciento. Para tabular en cifras, de los 16.500 millones de euros previstos como recortes necesarios, a acercarnos a los 40.000 millones.
Me costa que la decisión de subir el IRPF ha sido la más difícil -las otras ya estaban contempladas- y se optó por ella tras una intensa valoración de las demás alternativas, entre ellas, la de la subida del IVA.
Al final se impuso la necesidad de que para obtener el dinero requerido no había otra manera viable y menos lesiva y se decidió efectuarla de manera progresiva, muy en línea, curiosamente, con las propuestas socialdemócratas: gravar las rentas del trabajo pero hacerlo “progresivamente”.
Las rentas más débiles apenas se ven afectadas y los tramos que sufren el mayor impacto son los medios, medio-altos y altos. Mantener la prestación de 400 euros a quienes han agotado el paro es incuestionable. Lo contrario sería tan atroz para los afectados como suicida socialmente.
Los españoles somos conscientes de la endiablada situación económica y de los sacrificios que nos tocan a todos. Y podemos entender el hachazo aunque tampoco pueden pretender que no nos duela.
Es también comprensible que la oposición salga en tromba a la crítica y es particularmente acerada aquella que señala una primera palabra hecha añicos y claramente violentada. La no subida de los impuestos fue una bandera electoral que ha quedado arrasada. "No ha quedado otro remedio", dicen. Y puede que cargados de datos y razones. También.
Pero, al final, y como parecía a ojo de buen cubero, cuando se ha gastado lo que no teníamos y toca pagar, siempre se tira del mismo lado. “Se han gastado el manso y la hijuela y lo vamos a tener que pagar todos”, escribí cuando el malhadado Plan E.
Así que no saque pecho el PSOE ni se rasgue vestidura alguna. Porque si en estas andamos es por cómo nos ha dejado su Gobierno. Que no clamen por la ruina, el paro y la recesión. Porque con más de cinco millones de parados -la EPA del último trimestre andará por los 5,3- y con la recesión encima -estos últimos meses ya tenemos el PIB en negativo- es como nos han dejado. Así que lo que deben es hasta de callarse. No son ellos quienes pueden dar ni una lección ni pedir explicaciones a nadie sino a ellos mismos.
Habremos, pues, de tragar esa primera rueda de molino. Que no será la última. Aunque uno espera que los próximos paquetes sean en la dirección no ya de recortar sino de trazar objetivos y abrir la línea de salida tanto en Reforma Laboral, como Financiera, como de apoyo a la creación de empresas y empleo.
Pero mientras, y quizás para que podamos entender y asumir tan amarga medicina, sería buena alguna muestra de que ellos también la catan por parte de los “médicos” que nos la recetan. Haría falta un gesto de nuestros gobernantes, un verdadero gesto de su propio sacrificio de su contención, de apretarse su cinturón y de renunciar a sus privilegios.
Tal vez el presidente, los ministros, los altos cargos, los diputados, los senadores, los presidentes autonómicos y sus consejeros, en suma, quienes nos gobiernan y nos exigen sudor y lágrimas, debieran ejemplarizar con una medida de rebaja, de quitarse algo, de prescindir de todo lujo y cualquier boato y hasta un poquito más que el resto en sus haberes y emolumentos.
Ellos deberán ver cuáles y cuánto, pero deberían hacerlo y cuanto antes. Nos ayudaría a sobrellevar mejor nuestras cuitas y a recuperar esa cada vez más perdida confianza en los políticos. Amén de que fuera poco o mucho, algo se ahorraría. Tal vez mucho más que una onza de chocolate dada la cantidad de loros, que también sería bueno ver substancialmente reducidos en su número, que se lo comen.
ANTONIO PÉREZ HENARES