Cuando en 1979 se dio a la estampa Jirones de la patria chica, su autor José Ponferrada Gómez rondaba los sesenta años. A la edad en que la mayoría pone en marcha la cuenta atrás esperando el momento de su jubilación, él iniciaba una ingente labor editorial. En ese tramo de la vida en que se notan claramente los estragos del tiempo, en que te atosigan los apremios del cansancio y la desilusión, Pepe empezaba a poner en pie el edificio de su inmarcesible sabiduría, letra sobre letra.
Mientras los demás se resignaban a las imposiciones de la decrepitud, él se encaminaba a su periodo de esplendor, a una particular edad de oro en la que, como quien se haya en la plenitud de sus recursos, creó su obra más vigorosa, por fortaleza verbal y expresiva, por su fecunda erudición.
Y lo hizo con sólidos cimientos, los del rigor y la discreción, hasta enlazar una serie de veinte tomos -algunos de ellos en colaboración con su hijo José Antonio- en los que se amalgama el profundo conocimiento de los asuntos que abordaba –todos de indudable raíz montillana– con un estilo literario muy personal, que en su limpia y enjundiosa exposición, sabía cautivar a toda clase de lectores.
Pues bien, ya en aquel primer volumen editado en Gráficas Ariza de Córdoba con un soberbio dibujo de Rafael Rodríguez Portero en la cubierta, alusivo a motivos cervantinos, uno de los capítulos estaba dedicado a Juan Colín.
En él, tras resolver un malentendido sobre la verdadera identidad de este personaje, José Ponferrada Gómez nos daba detalles fidedignos sobre este Alguacil Mayor de Montilla que, mediado el siglo XVI, adquirió una importante notoriedad por su pasión por los caballos.
Suyos eran los mejores ejemplares que con la aprobación del Consejo de Montilla eran escogidos como sementales, llegado el momento del emparejamiento para la reproducción. De la fama de aquellos corceles y de la tradición equina de parajes como Enjugalbardas y Panchía da idea el papel preponderante que los animales allí criados tuvieron en América, Flandes y otras memorables campañas.
En su siguiente libro, Vilanos sobre Montilla, publicado un año después, en esta ocasión en la Imprenta San Pablo de Córdoba, los caballos volverían a tener gran relevancia. Con un alegórico dibujo de Lorenzo Marqués en su portada, en el interior de esta obra se dedicaba un amplio capítulo al caballo de pura sangre andaluza.
Se daba noticia de las acreditadas cuadras del Inca Garcilaso, de la casa nobiliaria de los Aguilar, del Marquesado de Priego y de la familia Alvear, de donde salieron bridones legendarios, entre ellos el célebre Mudarra, con el que El Gran Capitán culminó un buen número de sus gestas militares.
El artículo, en el que se recogía el muy montillano amor por los caballos de pura sangre, del que también habló Raúl Porras Barrenechea, venía ilustrado con sendos dibujos de Rafael Aguilar y Rafael Rodríguez. Viñetas muy apropiadas con las que, en enérgicos trazos, se remarcaba que este inveterado eco de galopes y relinchos había sido decisivo en fundamentales episodios de nuestra historia.
Además eran equinos que por sus particulares características representaban un prototipo de caballo montillano, “cuya finura de remos y matices constituían una especie de distintivo racial”. De hecho, se aplicaban toda clase de cuidados y precauciones para preservar su pureza de sangre y que ésta no se viera alterada por una selección de una yegua inadecuada.
Con aquellos tratados sobre el origen de la fama de los caballos montillanos, Pepe estaba contribuyendo al afianzamiento de este legado, transmitiendo a generaciones posteriores a la suya una valiosísima información. Gracias a ella ha conseguido que aficionados actuales a las caballerías conozcan el pasado y puedan remontarse a través de él a los precursores de este arte, el de la cabalgadura.
Así lo han entendido los componentes de Montilla Ecuestre, una asociación creada para divulgar todo lo relacionado con el mundo del caballo en Montilla, su cría, doma y disfrute. Su relación con este animal, tan frecuente motivo de inspiración artística, es en realidad un modo de vida diferente.
Con él aprenden a conocer el entorno dando paseos que los llevan por caminos y linderos hasta conocer a fondo la pequeña geografía local. A lomos de este compañero y amigo gozan de una visión elevada y distinta de las cosas.
Para este colectivo cultural y recreativo, que agrupa a un centenar de jinetes, el trabajo de José Ponferrada Gómez ha sido esencial para conservar y divulgar la vinculación equina de la ciudad. Por eso lo han nombrado Socio de Honor, en agradecimiento por su valiosa aportación a la tradición ecuestre montillana.
El tributo se ha hecho efectivo en un acto íntimo, en el domicilio familiar del nonagenario escritor y periodista. Hasta allí se desplazaron Francisco Pedraza y Cecilio Espejo. Ambos, en presencia de su hijo mayor José Antonio Ponferrada, le entregaron una placa de plata para sintetizar en ella, de manera sencilla, la admiración y el respeto que les merece por su larga dedicación a la divulgación de la historia de Montilla, en particular por todo lo relacionado con los caballos.
El encuentro, cálido y emotivo, dio lugar a una agradable e interesante tertulia en la que el autor homenajeado, además de agradecer el reconocimiento, asombró a los presentes con su inagotable y fresca memoria, contando anécdotas y detalles tan deliciosas como de gran poder evocador.
Tengo la sensación de que, impresionados por la sabiduría y elocuencia del agasajado, Paco y Cecilio salieron de la casa con la certeza de que habían compartido un rato inolvidable con un auténtico caballero de las letras. Rafa Aguilar, que inmortalizó este sentido y sincero homenaje promovido por Montilla Ecuestre, puede igualmente certificar la extraordinaria categoría de este pequeño acontecimiento.
Con él, para celebrarlo, hicimos una primera parada en la Taberna el Bolero. Allí, lo que son las cosas, entre el bullicio de los parroquianos entablamos conversación con un veterinario. Es un paisano que ha ejercido este oficio durante bastantes años en Aljaraque, Huelva, una tierra donde también es patente la relevancia de los cuadrúpedos.
Él, que tiene mucho que contar sobre el comportamiento de caballos y jinetes, dio en la clave. Conocedor del uso actual de este bello equino, nos dijo que frente a quienes montan en la cabalgadura siempre hay que hacer una distinción. Una cosa son los caballeros, que aman y cuidan a sus potros. Y otra muy diferente los caballistas, esos que lo utilizan como un signo de relevancia social, exhibiéndose con ellos en ferias, romerías y saraos.
De los primeros formarían parte los integrantes de Montilla Ecuestre. A la segunda clase, los que se pavonean en su montura, pertenecería Cayetano Martínez de Irujo, el lenguaraz y ocioso hijo de la Duquesa de Alba, y todos sus lacayos.
Mientras los demás se resignaban a las imposiciones de la decrepitud, él se encaminaba a su periodo de esplendor, a una particular edad de oro en la que, como quien se haya en la plenitud de sus recursos, creó su obra más vigorosa, por fortaleza verbal y expresiva, por su fecunda erudición.
Y lo hizo con sólidos cimientos, los del rigor y la discreción, hasta enlazar una serie de veinte tomos -algunos de ellos en colaboración con su hijo José Antonio- en los que se amalgama el profundo conocimiento de los asuntos que abordaba –todos de indudable raíz montillana– con un estilo literario muy personal, que en su limpia y enjundiosa exposición, sabía cautivar a toda clase de lectores.
Pues bien, ya en aquel primer volumen editado en Gráficas Ariza de Córdoba con un soberbio dibujo de Rafael Rodríguez Portero en la cubierta, alusivo a motivos cervantinos, uno de los capítulos estaba dedicado a Juan Colín.
En él, tras resolver un malentendido sobre la verdadera identidad de este personaje, José Ponferrada Gómez nos daba detalles fidedignos sobre este Alguacil Mayor de Montilla que, mediado el siglo XVI, adquirió una importante notoriedad por su pasión por los caballos.
Suyos eran los mejores ejemplares que con la aprobación del Consejo de Montilla eran escogidos como sementales, llegado el momento del emparejamiento para la reproducción. De la fama de aquellos corceles y de la tradición equina de parajes como Enjugalbardas y Panchía da idea el papel preponderante que los animales allí criados tuvieron en América, Flandes y otras memorables campañas.
En su siguiente libro, Vilanos sobre Montilla, publicado un año después, en esta ocasión en la Imprenta San Pablo de Córdoba, los caballos volverían a tener gran relevancia. Con un alegórico dibujo de Lorenzo Marqués en su portada, en el interior de esta obra se dedicaba un amplio capítulo al caballo de pura sangre andaluza.
Se daba noticia de las acreditadas cuadras del Inca Garcilaso, de la casa nobiliaria de los Aguilar, del Marquesado de Priego y de la familia Alvear, de donde salieron bridones legendarios, entre ellos el célebre Mudarra, con el que El Gran Capitán culminó un buen número de sus gestas militares.
El artículo, en el que se recogía el muy montillano amor por los caballos de pura sangre, del que también habló Raúl Porras Barrenechea, venía ilustrado con sendos dibujos de Rafael Aguilar y Rafael Rodríguez. Viñetas muy apropiadas con las que, en enérgicos trazos, se remarcaba que este inveterado eco de galopes y relinchos había sido decisivo en fundamentales episodios de nuestra historia.
Además eran equinos que por sus particulares características representaban un prototipo de caballo montillano, “cuya finura de remos y matices constituían una especie de distintivo racial”. De hecho, se aplicaban toda clase de cuidados y precauciones para preservar su pureza de sangre y que ésta no se viera alterada por una selección de una yegua inadecuada.
Con aquellos tratados sobre el origen de la fama de los caballos montillanos, Pepe estaba contribuyendo al afianzamiento de este legado, transmitiendo a generaciones posteriores a la suya una valiosísima información. Gracias a ella ha conseguido que aficionados actuales a las caballerías conozcan el pasado y puedan remontarse a través de él a los precursores de este arte, el de la cabalgadura.
Así lo han entendido los componentes de Montilla Ecuestre, una asociación creada para divulgar todo lo relacionado con el mundo del caballo en Montilla, su cría, doma y disfrute. Su relación con este animal, tan frecuente motivo de inspiración artística, es en realidad un modo de vida diferente.
Con él aprenden a conocer el entorno dando paseos que los llevan por caminos y linderos hasta conocer a fondo la pequeña geografía local. A lomos de este compañero y amigo gozan de una visión elevada y distinta de las cosas.
Para este colectivo cultural y recreativo, que agrupa a un centenar de jinetes, el trabajo de José Ponferrada Gómez ha sido esencial para conservar y divulgar la vinculación equina de la ciudad. Por eso lo han nombrado Socio de Honor, en agradecimiento por su valiosa aportación a la tradición ecuestre montillana.
El tributo se ha hecho efectivo en un acto íntimo, en el domicilio familiar del nonagenario escritor y periodista. Hasta allí se desplazaron Francisco Pedraza y Cecilio Espejo. Ambos, en presencia de su hijo mayor José Antonio Ponferrada, le entregaron una placa de plata para sintetizar en ella, de manera sencilla, la admiración y el respeto que les merece por su larga dedicación a la divulgación de la historia de Montilla, en particular por todo lo relacionado con los caballos.
El encuentro, cálido y emotivo, dio lugar a una agradable e interesante tertulia en la que el autor homenajeado, además de agradecer el reconocimiento, asombró a los presentes con su inagotable y fresca memoria, contando anécdotas y detalles tan deliciosas como de gran poder evocador.
Tengo la sensación de que, impresionados por la sabiduría y elocuencia del agasajado, Paco y Cecilio salieron de la casa con la certeza de que habían compartido un rato inolvidable con un auténtico caballero de las letras. Rafa Aguilar, que inmortalizó este sentido y sincero homenaje promovido por Montilla Ecuestre, puede igualmente certificar la extraordinaria categoría de este pequeño acontecimiento.
Con él, para celebrarlo, hicimos una primera parada en la Taberna el Bolero. Allí, lo que son las cosas, entre el bullicio de los parroquianos entablamos conversación con un veterinario. Es un paisano que ha ejercido este oficio durante bastantes años en Aljaraque, Huelva, una tierra donde también es patente la relevancia de los cuadrúpedos.
Él, que tiene mucho que contar sobre el comportamiento de caballos y jinetes, dio en la clave. Conocedor del uso actual de este bello equino, nos dijo que frente a quienes montan en la cabalgadura siempre hay que hacer una distinción. Una cosa son los caballeros, que aman y cuidan a sus potros. Y otra muy diferente los caballistas, esos que lo utilizan como un signo de relevancia social, exhibiéndose con ellos en ferias, romerías y saraos.
De los primeros formarían parte los integrantes de Montilla Ecuestre. A la segunda clase, los que se pavonean en su montura, pertenecería Cayetano Martínez de Irujo, el lenguaraz y ocioso hijo de la Duquesa de Alba, y todos sus lacayos.
MANUEL BELLIDO MORA
FOTOGRAFÍA: RAFAGUILAR
FOTOGRAFÍA: RAFAGUILAR