Una frase de Andy Warhol, uno de los grandes artistas del pop-art estadounidense de la década de los sesenta y setenta del siglo pasado, que se hizo muy popular fue aquella de que “en el futuro todo individuo tendrá sus quince minutos de gloria”. Para comprender el verdadero significado de la frase hay que entender que esta corriente pictórica ensalzaba los objetos cotidianos de la sociedad del consumo que estaban expuestos en las grandes superficies comerciales, es decir, los elevaba a la categoría de objetos artísticos, puesto que eran muy codiciados al divulgarse a través de los potentes medios de comunicación.
Por otro lado, Warhol, ya que también fue cineasta, convirtió en verdaderos iconos de la pintura a divas de la pantalla como Liz Taylor, Audrey Hepburn o Marilyn Monroe. De este modo, el éxito en los medios de comunicación de masas y aparecer en las pantallas parecía que era una de las grandes metas a alcanzar en una sociedad ávida de popularidad.
Así, cualquier ciudadano del siglo XX, incluso los que procedían de los estratos sociales más modestos, podía alcanzar la gloria: bastaba con darse a conocer a las masas anónimas que cotidianamente se asomaban a la realidad virtual que fabrican las pantallas.
Lo que este brillante artista no atisbó a imaginar es que nacería un medio como Internet que multiplicaría la capacidad de difusión de las imágenes que por aquellos años lo hacían, principalmente, el cine y la televisión.
Hoy, las redes sociales, caso de Facebook, nos conceden más minutos de “gloria” de los que por entonces supuestamente era posible. En la actualidad, todo el mundo se vuelca en darse a conocer y salir del “triste anonimato” en el que vivimos nuestra vida cotidiana entre millones y millones de seres que poblamos el planeta Tierra.
Visto la fulgurante difusión que han alcanzado las redes sociales, cabe preguntarse: ¿es el éxito social uno de los estímulos o motores más poderosos que mueven a los individuos a actuar? ¿Es sinónimo de plenitud y felicidad el triunfo en actividades reconocidas como lo han logrado Pau Gasol, Messi, Rafa Nadal, Cristiano Ronaldo o Mourinho? Por otro lado, ¿qué es lo que podemos entender por éxito? ¿Es para todos lo mismo?
Vamos, pues, a hacer un breve recorrido en estas líneas acerca de lo que entendemos por éxito y su relación con otros valores humanos como es el caso de la idea de felicidad.
Recordemos que en el artículo anterior dedicado a la felicidad comenzaba por un aforismo del gran psiquiatra Carlos Castilla del Pino, ya que, como dije, su obra Aflorismos es una verdadera fuente de sabiduría expresada a través de unos párrafos con los que suelo coincidir la mayoría de las veces. Es por lo que en esta segunda entrega me permito traer su aforismo número 98, que dice lo siguiente:
“No hay triunfo si no lo hay también en nuestro interior. El triunfo sólo en lo exterior, ese que uno no ha parado en medios para lograrlo, no lo es, si acaso, más que para los demás, los cuales, en cuanto puedan, le echarán en cara los medios utilizados… Sea decente, no ha que esperar demasiado para que sea rentable”.
Aquí, en esta interesante reflexión, nos encontramos que el éxito puede ser entendido desde dos vertientes: la pública, en la que el reconocimiento y la admiración social a través de la fama o ser muy popular es sinónimo de triunfo, de haber alcanzado la gloria o el estrellato; pero hay otra, la íntima, esa que podríamos decir nos encontramos todos abocados a alcanzarla, pues todos deberíamos saber qué queremos hacer en la vida y luchar por alcanzar esa meta personal, aunque creo que esto sea mucho más difícil de lograr que la primera.
Con respecto al primer significado, no tengo que alejarme mucho para poner un ejemplo, muy en la línea de la sociedad del éxito y la popularidad en la que nos movemos: en la actualidad hay una campaña de una agencia publicitaria que se promociona en grandes carteles y en la que se presenta la figura, a través de una escultura, del emperador romano Julio César, con el siguiente eslogan: “Si no te recuerdan, no importa lo bueno que seas”.
Esta campaña, lógicamente, va dirigida a las empresas o a los nombres de los productos que inundan el mercado de la sociedad de consumo en la que vivimos (¿o vivíamos?). Pero también, connotativamente, se traslada al mundo de las personas, como si todos fuéramos juzgados y reconocidos por la popularidad que hayamos adquirido con el paso del tiempo.
Y es que la palabra "éxito" puede ser entendida de diferentes modos, por lo que términos como “popularidad”, “fama”, “triunfo”, “victoria”, “logro”, “meta”, “realización”, etc., se presentan como sinónimos suyos. Y lo más curioso es que casi siempre se relacionan, de un modo u otro, con el de un ser especialmente dotado, con grandes cualidades, con la bondad y con la felicidad.
Y aunque parezca que estoy planteando algo trivial, nos podemos interrogar: ¿de nada sirven nuestras buenas acciones, nuestros actos generosos y solidarios, si no son conocidos por la gente? ¿Son unos ingenuos, por ejemplo, los voluntarios y cooperantes de Amnistía Internacional, Médicos sin Fronteras o de Greenpeace al llevar a cabo trabajos de manera anónima?
Por otro lado, ¿es el éxito, entendido como fama, popularidad o victoria lo que nos proporciona la felicidad, ya que en el fondo, y según la ideología dominante, somos seres eminentemente competitivos?
A pesar de todo, parece que la ecuación de éxito y felicidad no es tan fácil de resolver. Con relación a esto, recuerdo haber leído, hace años, en una entrevista que se la hacía a un mito erótico del cine francés, como fue Brigitte Bardot, que ante las preguntas de los periodistas de cómo vivía la fama, inteligentemente, respondió: “Cierto, he tenido éxito en la vida. Ahora lo que intento es hacer de mi vida un éxito”.
Esta especie de juego de palabras encierra bastante de sabiduría de fondo, no en vano, muchas de las estrellas que admiramos se encuentran en la tesitura de que tras la fascinación del público se oculta una fuerte sensación de vacío difícilmente de resolver. Un caso paradigmático de lo que digo sería el de la citada Marilyn Monroe, cuyo enorme éxito de público se conjugaba con un tremendo fracaso en su vida personal
Sobre esta contradicción entre lo público y lo íntimo, entre el aplauso y el fracaso personal, se habla con toda claridad en las líneas de un hermoso poema de uno de los mayores poetas españoles del siglo veinte: Jaime Gil de Biedma. En No volveré a ser joven nos dice:
“Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde / como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante. / Dejar huella quería y marcharme entre aplausos / envejecer, morir, eran tan sólo las dimensiones del teatro. / Pero ha pasado el tiempo / y la verdad desagradable asoma: envejecer, morir, es el único argumento de la obra”.
Como apunta el poeta, cuando somos jóvenes “queremos llevarnos la vida por delante”, pero a medida que transcurre el tiempo y cuando ya apenas tiene uno tiempo de cambiar el rumbo de las cosas, asoma la duda de si no es “la vida la que nos ha llevado por delante” y hemos fracasado en lo más importante.
Creo que en estos momentos viene bien traer otro aforismo de Castilla del Pino. Dice: “Saberse querido, saberse respetado cuando no se tiene poder: ése es el éxito (moral, no social), en el que se cae en la cuenta cuando ya no tiene remedio, cuando uno es presa del escepticismo del otro tipo de éxito”.
Vemos que, efectivamente, hay esas dos maneras de enfocar el éxito, y que en el personal e íntimo nos jugamos mucho, sabiendo, por otro lado, que es más complejo y difícil de alcanzar que el reconocimiento público, puesto que como decía Camilo José Cela “para el éxito sobra el talento; para la felicidad, ni basta”.
Posdata: Como no quiero dejar un aire de tristeza en este artículo, te animaría, amigo lector / amiga lectora, a que, si puedes, te des un paseo por esa bella ciudad extremeña que es Cáceres. En estos días se celebra la Expo Party Cáceres, en la que puedes ver a nuestra querida y admirada Cayetana representada por treinta artistas en las mejores versiones del pop-art, siguiendo las pautas que marcara Andy Warhol.
Porque… ¿No me diréis que no es un verdadero éxito no haber dado un palo al agua en toda la vida y, por ejemplo, tener una escultura en pleno Sevilla o haber sido nombrada Hija Adoptiva por la Junta de Andalucía? Eso sin citar todo el inmenso patrimonio que posee y parece ser que lo ha ganado con “el sudor de su frente”, tal como prescribía el mandato bíblico. ¡Esto sí que es un verdadero triunfo: que te halaguen por todos lados sabiendo únicamente dar unos pasos de sevillanas!
Por otro lado, Warhol, ya que también fue cineasta, convirtió en verdaderos iconos de la pintura a divas de la pantalla como Liz Taylor, Audrey Hepburn o Marilyn Monroe. De este modo, el éxito en los medios de comunicación de masas y aparecer en las pantallas parecía que era una de las grandes metas a alcanzar en una sociedad ávida de popularidad.
Así, cualquier ciudadano del siglo XX, incluso los que procedían de los estratos sociales más modestos, podía alcanzar la gloria: bastaba con darse a conocer a las masas anónimas que cotidianamente se asomaban a la realidad virtual que fabrican las pantallas.
Lo que este brillante artista no atisbó a imaginar es que nacería un medio como Internet que multiplicaría la capacidad de difusión de las imágenes que por aquellos años lo hacían, principalmente, el cine y la televisión.
Hoy, las redes sociales, caso de Facebook, nos conceden más minutos de “gloria” de los que por entonces supuestamente era posible. En la actualidad, todo el mundo se vuelca en darse a conocer y salir del “triste anonimato” en el que vivimos nuestra vida cotidiana entre millones y millones de seres que poblamos el planeta Tierra.
Visto la fulgurante difusión que han alcanzado las redes sociales, cabe preguntarse: ¿es el éxito social uno de los estímulos o motores más poderosos que mueven a los individuos a actuar? ¿Es sinónimo de plenitud y felicidad el triunfo en actividades reconocidas como lo han logrado Pau Gasol, Messi, Rafa Nadal, Cristiano Ronaldo o Mourinho? Por otro lado, ¿qué es lo que podemos entender por éxito? ¿Es para todos lo mismo?
Vamos, pues, a hacer un breve recorrido en estas líneas acerca de lo que entendemos por éxito y su relación con otros valores humanos como es el caso de la idea de felicidad.
Recordemos que en el artículo anterior dedicado a la felicidad comenzaba por un aforismo del gran psiquiatra Carlos Castilla del Pino, ya que, como dije, su obra Aflorismos es una verdadera fuente de sabiduría expresada a través de unos párrafos con los que suelo coincidir la mayoría de las veces. Es por lo que en esta segunda entrega me permito traer su aforismo número 98, que dice lo siguiente:
“No hay triunfo si no lo hay también en nuestro interior. El triunfo sólo en lo exterior, ese que uno no ha parado en medios para lograrlo, no lo es, si acaso, más que para los demás, los cuales, en cuanto puedan, le echarán en cara los medios utilizados… Sea decente, no ha que esperar demasiado para que sea rentable”.
Aquí, en esta interesante reflexión, nos encontramos que el éxito puede ser entendido desde dos vertientes: la pública, en la que el reconocimiento y la admiración social a través de la fama o ser muy popular es sinónimo de triunfo, de haber alcanzado la gloria o el estrellato; pero hay otra, la íntima, esa que podríamos decir nos encontramos todos abocados a alcanzarla, pues todos deberíamos saber qué queremos hacer en la vida y luchar por alcanzar esa meta personal, aunque creo que esto sea mucho más difícil de lograr que la primera.
Con respecto al primer significado, no tengo que alejarme mucho para poner un ejemplo, muy en la línea de la sociedad del éxito y la popularidad en la que nos movemos: en la actualidad hay una campaña de una agencia publicitaria que se promociona en grandes carteles y en la que se presenta la figura, a través de una escultura, del emperador romano Julio César, con el siguiente eslogan: “Si no te recuerdan, no importa lo bueno que seas”.
Esta campaña, lógicamente, va dirigida a las empresas o a los nombres de los productos que inundan el mercado de la sociedad de consumo en la que vivimos (¿o vivíamos?). Pero también, connotativamente, se traslada al mundo de las personas, como si todos fuéramos juzgados y reconocidos por la popularidad que hayamos adquirido con el paso del tiempo.
Y es que la palabra "éxito" puede ser entendida de diferentes modos, por lo que términos como “popularidad”, “fama”, “triunfo”, “victoria”, “logro”, “meta”, “realización”, etc., se presentan como sinónimos suyos. Y lo más curioso es que casi siempre se relacionan, de un modo u otro, con el de un ser especialmente dotado, con grandes cualidades, con la bondad y con la felicidad.
Y aunque parezca que estoy planteando algo trivial, nos podemos interrogar: ¿de nada sirven nuestras buenas acciones, nuestros actos generosos y solidarios, si no son conocidos por la gente? ¿Son unos ingenuos, por ejemplo, los voluntarios y cooperantes de Amnistía Internacional, Médicos sin Fronteras o de Greenpeace al llevar a cabo trabajos de manera anónima?
Por otro lado, ¿es el éxito, entendido como fama, popularidad o victoria lo que nos proporciona la felicidad, ya que en el fondo, y según la ideología dominante, somos seres eminentemente competitivos?
A pesar de todo, parece que la ecuación de éxito y felicidad no es tan fácil de resolver. Con relación a esto, recuerdo haber leído, hace años, en una entrevista que se la hacía a un mito erótico del cine francés, como fue Brigitte Bardot, que ante las preguntas de los periodistas de cómo vivía la fama, inteligentemente, respondió: “Cierto, he tenido éxito en la vida. Ahora lo que intento es hacer de mi vida un éxito”.
Esta especie de juego de palabras encierra bastante de sabiduría de fondo, no en vano, muchas de las estrellas que admiramos se encuentran en la tesitura de que tras la fascinación del público se oculta una fuerte sensación de vacío difícilmente de resolver. Un caso paradigmático de lo que digo sería el de la citada Marilyn Monroe, cuyo enorme éxito de público se conjugaba con un tremendo fracaso en su vida personal
Sobre esta contradicción entre lo público y lo íntimo, entre el aplauso y el fracaso personal, se habla con toda claridad en las líneas de un hermoso poema de uno de los mayores poetas españoles del siglo veinte: Jaime Gil de Biedma. En No volveré a ser joven nos dice:
“Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde / como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante. / Dejar huella quería y marcharme entre aplausos / envejecer, morir, eran tan sólo las dimensiones del teatro. / Pero ha pasado el tiempo / y la verdad desagradable asoma: envejecer, morir, es el único argumento de la obra”.
Como apunta el poeta, cuando somos jóvenes “queremos llevarnos la vida por delante”, pero a medida que transcurre el tiempo y cuando ya apenas tiene uno tiempo de cambiar el rumbo de las cosas, asoma la duda de si no es “la vida la que nos ha llevado por delante” y hemos fracasado en lo más importante.
Creo que en estos momentos viene bien traer otro aforismo de Castilla del Pino. Dice: “Saberse querido, saberse respetado cuando no se tiene poder: ése es el éxito (moral, no social), en el que se cae en la cuenta cuando ya no tiene remedio, cuando uno es presa del escepticismo del otro tipo de éxito”.
Vemos que, efectivamente, hay esas dos maneras de enfocar el éxito, y que en el personal e íntimo nos jugamos mucho, sabiendo, por otro lado, que es más complejo y difícil de alcanzar que el reconocimiento público, puesto que como decía Camilo José Cela “para el éxito sobra el talento; para la felicidad, ni basta”.
Posdata: Como no quiero dejar un aire de tristeza en este artículo, te animaría, amigo lector / amiga lectora, a que, si puedes, te des un paseo por esa bella ciudad extremeña que es Cáceres. En estos días se celebra la Expo Party Cáceres, en la que puedes ver a nuestra querida y admirada Cayetana representada por treinta artistas en las mejores versiones del pop-art, siguiendo las pautas que marcara Andy Warhol.
Porque… ¿No me diréis que no es un verdadero éxito no haber dado un palo al agua en toda la vida y, por ejemplo, tener una escultura en pleno Sevilla o haber sido nombrada Hija Adoptiva por la Junta de Andalucía? Eso sin citar todo el inmenso patrimonio que posee y parece ser que lo ha ganado con “el sudor de su frente”, tal como prescribía el mandato bíblico. ¡Esto sí que es un verdadero triunfo: que te halaguen por todos lados sabiendo únicamente dar unos pasos de sevillanas!
AURELIANO SÁINZ