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Y el Rey habló de lo "suyo"

No hizo falta llamarle por su nombre: la mención fue clara y precisa. Todos supimos de quién hablaba y, por si no nos enteramos, repitió dos veces la palabra exacta que señalaba la diana. "Ejemplaridad". La misma que había sido utilizada en el comunicado de la Casa Real para definir y afear su conducta.

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A Iñaki Urdangarin se le achacó literalmente una conducta “no ejemplar” y anteayer, el Rey, en calidad de Rey que no de suegro -que quizás también- exigía a las personas relevantes de las instituciones del Estado, y la primera es la suya, esa "conducta ejemplar", recalcando además que la exigencia iba más allá de la judicial para fijar también un listón exigible de ética.

Y para que no hubiera duda alguna de su posición, dejó la frase que será sin duda el titular esencial de su discurso en todos los medios: "la igualdad ante la ley". De su yerno, también.

La situación por la que atraviesa la Corona, por causa de los muy jugosos pero muy poco presentables negocios de su “conseguidor” pariente, había despertado la mayor expectación política y social de los últimos años.

En estos tiempos de angustia y paro, los privilegios resultan aún más hirientes y la propia imagen de la Monarquía se está viendo zarandeada por una opinión pública extremadamente sensible a tales abusos de posición y estatus.

Y el Rey no ha defraudado. Ciertamente que no. Ha marcado una inequívoca posición que es la mejor, en realidad la única, que podía elegir en su condición de Jefe del Estado y en defensa de la institución que encarna, por la que pagó altos precios personales y desde la que ha prestado servicios innegables a España.

La ley como vara igualitaria de medir pero, aun más, allá, la ejemplaridad ética como exigencia en un entorno que por lo que representa -y en ello hizo la alusión extendible a las demás instituciones de la Nación y a las fuerzas política- ha de ser espejo de lo imitable y no de lo repudiable.

Don Juan Carlos ha demostrado que mantiene intacto su olfato para percibir las emanaciones populares y por ello es también consciente de que el daño peor no se le está causando él, cuyos hechos le avalan a lo largo de varias décadas y blindan un indudable prestigio, sino a su heredero el príncipe Felipe, principal damnificado, sin tener nada que ver con ella, de esta historia.

Por ello el cierre de su mensaje lo empleó para una clara puesta en valor de la labor y comportamiento de su sucesor al que, con toda intención, contrapuso en sus virtudes y ejemplo a lo que de inicio había repudiado. El orgullo y defensa del Príncipe de Asturias como epílogo del distanciamiento exhibido ante el comportamiento de su yerno han dejado definitivamente clara la posición del Rey y de la Corona.

Para Urdangarin es el prólogo de lo que cada vez parece más inexorable y necesario, e incluso más justo, pues ello le permitirá defenderse con los instrumentos que la ley pone a su alcance: su imputación y procesamiento.

ANTONIO PÉREZ HENARES
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