Era lo de siempre. Claro está que las cosas cambiaron un poco respecto al año pasado. Empezaron los nervios ante la presencia femenina, el intentar quedar como el macho alfa ante el resto. Si para ello había que joder al prójimo poniéndolo en evidencia, no se dudaba. Era una guerra sin cuartel por el objetivo más hormonal de todos. Tocar pecho antes que nadie y disfrutar de los quince minutos de fama por ello.
Normalmente, el “humillado” era él. Reconocía que era un blanco fácil. Acné rebelde, pésimo jugador de fútbol, algo tímido... Y tenía la osadía de hacer reír a la gente. Tuvo claro que para sobrevivir a la adolescencia había que tomar un rol. Si no, podías darte por muerto.
En toda pandilla está el imán para las mujeres; el buen estudiante; la amiga que todo el mundo, llegada cierta edad, quiere tirarse; el macarra... Él era el gracioso, creo. No es que tuviera un show montado ni nada por el estilo. Simplemente decía tonterías que habitaban en su cabeza. Y la gente reía. Era una sensación gratificante aunque una vez le dejaron, según ella, debido a que no aguantaba su sentido del humor. Tiene que haber de todo, supongo.
Ser el blanco de las bromas para conseguir ligue le hizo más fuerte. No había manera de herirlo. Antes de recibir la primera broma, tenía preparada ya la contraofensiva. La originalidad destacaba por su ausencia.
Si no era el físico, era el peinado, o el llevar gafas. Siempre pensó que era triste que se pensara que era digno intentar echar un polvo ridiculizando a alguien a quien llamas “amigo”. Sus miembros viriles, obviamente, no pensaban igual.
Ironías de la vida, el acoso y derribo terminó cuando vieron que con el gordito gafitas era con quien más hablaban las candidatas a ser poseídas por el machote tipical spanish. Por poseer el gran superpoder de disfrutar de una conversación mirando a los ojos y no al escote.
A veces era difícil. Pero es cierto que disfrutaba hablando con ellas. Cada una era un territorio nuevo que explorar. Pasara lo que pasara, siempre salía ganando. Una gran amistad, una sonrisa que recodar, una mirada a la que dedicar unos versos... De vez en cuando, también conseguía no dormir solo.
Normalmente, el “humillado” era él. Reconocía que era un blanco fácil. Acné rebelde, pésimo jugador de fútbol, algo tímido... Y tenía la osadía de hacer reír a la gente. Tuvo claro que para sobrevivir a la adolescencia había que tomar un rol. Si no, podías darte por muerto.
En toda pandilla está el imán para las mujeres; el buen estudiante; la amiga que todo el mundo, llegada cierta edad, quiere tirarse; el macarra... Él era el gracioso, creo. No es que tuviera un show montado ni nada por el estilo. Simplemente decía tonterías que habitaban en su cabeza. Y la gente reía. Era una sensación gratificante aunque una vez le dejaron, según ella, debido a que no aguantaba su sentido del humor. Tiene que haber de todo, supongo.
Ser el blanco de las bromas para conseguir ligue le hizo más fuerte. No había manera de herirlo. Antes de recibir la primera broma, tenía preparada ya la contraofensiva. La originalidad destacaba por su ausencia.
Si no era el físico, era el peinado, o el llevar gafas. Siempre pensó que era triste que se pensara que era digno intentar echar un polvo ridiculizando a alguien a quien llamas “amigo”. Sus miembros viriles, obviamente, no pensaban igual.
Ironías de la vida, el acoso y derribo terminó cuando vieron que con el gordito gafitas era con quien más hablaban las candidatas a ser poseídas por el machote tipical spanish. Por poseer el gran superpoder de disfrutar de una conversación mirando a los ojos y no al escote.
A veces era difícil. Pero es cierto que disfrutaba hablando con ellas. Cada una era un territorio nuevo que explorar. Pasara lo que pasara, siempre salía ganando. Una gran amistad, una sonrisa que recodar, una mirada a la que dedicar unos versos... De vez en cuando, también conseguía no dormir solo.
CARLOS SERRANO