No hay un solo periodista en España, incluidos los de Deportes con más derecho que nadie, que no le haya dado por parla o por escrito un consejo a Rajoy sobre lo que inexcusablemente, al pie de la letra y de inmediato, tiene que hacer.
Bueno, ni un tuitero, ni un facebookero ni un bloguero ni uno de los que lo comentan, ni un nick, ni un troll siquiera ha resistido a señalarle perentoriamente pauta, compañía y camino. Hasta los de la cochinera nacional, entre gruñido, polvo y regüeldo, se han puesto estupendos indicándole lo que a su prístino juicio debe acometer con urgencia para salvar al país.
El deporte nacional, la pasión española desbordada, es aconsejar a Rajoy. ¡Qué digo aconsejar! Advertir, admonizar, exigir, ordenar y conminar. En todo y de todo. Sistema de juego, alineación, amén de cuándo, cómo y dónde debe jugar. Hasta qué camiseta debe vestir. Se decía que todos los españoles llevaban una novela bajo el brazo. Ahora también llevan un gobierno. ¡Y ay de Mariano si no les hace caso!
Resulta además en suma ilustrativo que los más metidos y autoerigidos en áulicos consejeros, tal vez con aspiraciones de privanza y de valido, son aquellos que anteayer más lo vituperaban con los más duros calificativos y más feroces insultos.
No hay uno de quienes ayer vertieron contra él los peores denuestos, augurando la peor de las hecatombes con su liderazgo y participando en todas las conspiraciones, que hoy no proclame cuán imprescindible y leal han sido su ayuda y su apoyo. No osará por tanto negarles un puesto de privilegio en su mesa, a su derecha, como hijos bienamados. ¿Cómo no va a tenerles en cuenta para un cargo?
Es sabido que acudir en socorro del vencedor es costumbre muy planetariamente extendida. Pero habría al menos que exigir un mínimo decoro para no empapar todo de babas. Que es posiblemente en lo que más se esté cuidando el gallego en estos días. En no resbalarse en ellas y en procurar no ser aplastado por el tumulto de consejeros nunca nombrados y de consejos jamás pedidos.
Bueno, ni un tuitero, ni un facebookero ni un bloguero ni uno de los que lo comentan, ni un nick, ni un troll siquiera ha resistido a señalarle perentoriamente pauta, compañía y camino. Hasta los de la cochinera nacional, entre gruñido, polvo y regüeldo, se han puesto estupendos indicándole lo que a su prístino juicio debe acometer con urgencia para salvar al país.
El deporte nacional, la pasión española desbordada, es aconsejar a Rajoy. ¡Qué digo aconsejar! Advertir, admonizar, exigir, ordenar y conminar. En todo y de todo. Sistema de juego, alineación, amén de cuándo, cómo y dónde debe jugar. Hasta qué camiseta debe vestir. Se decía que todos los españoles llevaban una novela bajo el brazo. Ahora también llevan un gobierno. ¡Y ay de Mariano si no les hace caso!
Resulta además en suma ilustrativo que los más metidos y autoerigidos en áulicos consejeros, tal vez con aspiraciones de privanza y de valido, son aquellos que anteayer más lo vituperaban con los más duros calificativos y más feroces insultos.
No hay uno de quienes ayer vertieron contra él los peores denuestos, augurando la peor de las hecatombes con su liderazgo y participando en todas las conspiraciones, que hoy no proclame cuán imprescindible y leal han sido su ayuda y su apoyo. No osará por tanto negarles un puesto de privilegio en su mesa, a su derecha, como hijos bienamados. ¿Cómo no va a tenerles en cuenta para un cargo?
Es sabido que acudir en socorro del vencedor es costumbre muy planetariamente extendida. Pero habría al menos que exigir un mínimo decoro para no empapar todo de babas. Que es posiblemente en lo que más se esté cuidando el gallego en estos días. En no resbalarse en ellas y en procurar no ser aplastado por el tumulto de consejeros nunca nombrados y de consejos jamás pedidos.
ANTONIO PÉREZ HENARES