Al entrar en la cama siempre hago un gesto mecánico antes de que me atrape el sueño. Es un movimiento de sonámbulo, como hecho a tientas. Al cabo de las horas lo repito, cuando logro desenredarme de los posesivos tentáculos del sopor: en medio no opongo resistencia alguna a lo inevitable, el rutinario asalto y liberación del subconsciente que bajo el embozo de la nocturnidad hace de las suyas y me revuelve los sesos, hurgando con dedos ansiosos en sus profundidades. Es el paréntesis en el que presumiblemente duermes, dejémoslo ahí para no soliviantar el celo profesional de los psiquiatras, para no ser un intruso en su orla académica.
Un instante antes de perder la conciencia sumergido en el éter del cobertor, como un ser robotizado desenchufo la radio, de un manotazo, de un tirón sin sutilezas. El run run de las noticias es mi arrorró, mi plumón de onomatopeyas cada noche. Cuando me descuido, estoy frito, anegado por el cloroformo. Pero al abrir los ojos, la actualidad sigue parpadeando, lo que no deja de ser un consuelo. Es señal (mala o buena, ese es otro cantar) de que seguimos vivos. De que afuera continua el tránsito.
Ayer, 22 de diciembre, el Día del Gordo -del sorteo navideño, como es obvio- pensé al clarear la mañana que el mundo seguiría dando vueltas, esta vez como un bombo apelotonado de bolitas numeradas.
Un periodista, como acreedor de la realidad que es, quiere las cosas en la mano, legales. Numeradas, como las fechas de almanaque. Un perista, a lo mejor no. Un procesado en el caso Malaya, tampoco. Y no sigo. Para no dar sensación de que padecemos una infección de carteristas de guante blanco.
Total que, aunque ayer empezaba todo para Mariano Rajoy y su gabinete de prebostes, el país casi entero miraba para otro lado, estaba pendiente de la fortuna, lo confiaba todo a unos cuantos décimos, cuando debiera hacerlo a un número uno.
Ese albur, los desconcertantes e impredecibles senderos del azar, ha terminando forrando a unos pocos y ha arruinado las previsiones matemáticas, otra vez. Adiós algoritmos, bye bye equivocados cómputos de probabilidades. Al final las cuentas le han salido a los que menos números hacen. La tormenta de millones ha descargado en un secarral, en mitad de los Monegros, esa patria sin hierbas.
Acostumbrados al olvido, a que hasta las nubes y los pájaros le den de lado, allí ha puesto el huevo el hado, donde sopla el Cierzo, “dime si es viento o es Cierzo” (le tomo el verso a Ángel Petisme, prestado para ulular con él).
Lo que no atinan a hacer los geógrafos, lo que es letra pequeña en el Instituto de Estadística, lo que empequeñecido en la cartografía apenas se consigna, lo que incluso a Google maps cuesta encontrar, la carambola corrige.
El 58.268 ha puesto a Grañén en el mapa, y a sus escasos dos mil habitantes en la cabecera de los informativos. Les ha tocado tanto que, ebrios de capital, se podrían dar a las excentricidades, a contrarrestar con Moet & Chandon la aridez de su tierra largamente agraviada, a humedecer el erial con el más rutilante cava como quien esparce en él burbujeante oro. Eso y lo que se propongan, pues los billetes acarician hasta el último reducto de su baturra anatomía. Que sepan disfrutarlos. Y que les cunda.
Donde menos se ha comprado es donde más ha caído. A ver qué ciencia explica esto. A eso le llaman coger cacho. Hacienda, tan tiesa, promete abrir Delegación de inmediato. Desde ahora, Las Vegas carpetovetónica tiene acento maño. Y en su nueva posición nada se antoja exagerado ni imposible.
Es lo que tiene volverse acaudalado de repente. Para ellos se acabaron las estrecheces y los titubeos de mileurista, esas angustias ya no viven allí. En este momento, si se lo proponen, podrían tapizar la mantelería con euros de 500 en la cena de Nochebuena, pero ¡ojo a lo que se vayan a echar a la boca! ¡Cuidado con los manjares que ponen encima de la mesa!
De un atracón de fajo de cheques, lo más que les puede sobrevenir, si se complica la digestión, es un eructo de banquero, calderilla de hiato, ardor de bróker. Esa, amigos, es su nueva situación contable, su acomodada sonrisa, como de rico antiguo.
Ahora bien, si lo que se les apetece -pide por esa boca– es hincarle el diente a un pulpo, sea precavido. Es feo, pero apetitoso. A la gallega, irresistible, siempre que todo esté en regla. Esa es la condición.
Todavía estaba oscuro, y era antes de que el bombo de la chiripa echase a rodar, cuando en el boletín de noticias la advertencia radiofónica nos ha puesto sobre aviso, en alerta de lo dañina que, en estos fastos gastronómicos, puede resultar la ingesta de este cefalópodo con ventosas, en caso de que no esté en buen estado. Como te agarre, apañado vas. Prepárate para la urticaria. El que avisa no es mariscador.
Pero lo que más me ha llamado la atención es la manera de contar el hecho. Resulta que la inspección pesquera de la Junta de Andalucía en Málaga ha intervenido tonelada y media de pulpo no apto para el consumo procedente del puerto de La Caleta de Vélez. Hasta ahí todo bien.
Dentro de sus obligaciones, el personal de la Delegación de Pesca, en colaboración con agentes del Seprona de la Guardia Civil, ha evitado que se comercialice un producto por no cumplir las normas sanitarias. Perfecto. De esa intoxicación se libran.
Lo que ocurre es que si se observa detenidamente el comunicado oficial, da la impresión de que en lugar de pacíficos pulpos, se ha echado el lazo a peligrosos delincuentes. Tan sólo les ha faltado colocarle los grilletes, por lo manera que está escrito, con tono de parte de comisaría.
La información distribuida por Europa Press explicaba que en el marco de esta operación “se ha incautado 14 kilogramos de pulpo de talla antirreglamentaria (…) y sin la documentación que acreditase su trazabilidad”. Es decir, que cuando las han pescado estas piezas tenían menos papeles que un pulpo. A quién se le ocurre.
Recogido por otros medios de comunicación, entre ellos las emisoras de radio, para relatar esta captura el texto también hablaba de que además se había “levantado un acta por tenencia de pulpo sin el correspondiente etiquetado que acreditase su legal procedencia”.
Nada más escuchar o leer este tipo de notas, sacas conclusiones, al menos dos: primero, es mejor que no te pongan por delante una tapita de este invertebrado aunque sea a feira, que tan rica está, en caso de que burle los preceptos sanitarios. Y segundo, no cumplirán la normativa pero, desde luego, no merecen ser tratados como vulgares malhechores.
Es significativo el trasvase de términos judiciales que son más propios de maderos a otros ámbitos. De esa contaminación (tenencia ilícita, indocumentados, incautaciones...) ya no se libran ni los pulpos. Pobrecitos. Animalitos.
Un instante antes de perder la conciencia sumergido en el éter del cobertor, como un ser robotizado desenchufo la radio, de un manotazo, de un tirón sin sutilezas. El run run de las noticias es mi arrorró, mi plumón de onomatopeyas cada noche. Cuando me descuido, estoy frito, anegado por el cloroformo. Pero al abrir los ojos, la actualidad sigue parpadeando, lo que no deja de ser un consuelo. Es señal (mala o buena, ese es otro cantar) de que seguimos vivos. De que afuera continua el tránsito.
Ayer, 22 de diciembre, el Día del Gordo -del sorteo navideño, como es obvio- pensé al clarear la mañana que el mundo seguiría dando vueltas, esta vez como un bombo apelotonado de bolitas numeradas.
Un periodista, como acreedor de la realidad que es, quiere las cosas en la mano, legales. Numeradas, como las fechas de almanaque. Un perista, a lo mejor no. Un procesado en el caso Malaya, tampoco. Y no sigo. Para no dar sensación de que padecemos una infección de carteristas de guante blanco.
Total que, aunque ayer empezaba todo para Mariano Rajoy y su gabinete de prebostes, el país casi entero miraba para otro lado, estaba pendiente de la fortuna, lo confiaba todo a unos cuantos décimos, cuando debiera hacerlo a un número uno.
Ese albur, los desconcertantes e impredecibles senderos del azar, ha terminando forrando a unos pocos y ha arruinado las previsiones matemáticas, otra vez. Adiós algoritmos, bye bye equivocados cómputos de probabilidades. Al final las cuentas le han salido a los que menos números hacen. La tormenta de millones ha descargado en un secarral, en mitad de los Monegros, esa patria sin hierbas.
Acostumbrados al olvido, a que hasta las nubes y los pájaros le den de lado, allí ha puesto el huevo el hado, donde sopla el Cierzo, “dime si es viento o es Cierzo” (le tomo el verso a Ángel Petisme, prestado para ulular con él).
Lo que no atinan a hacer los geógrafos, lo que es letra pequeña en el Instituto de Estadística, lo que empequeñecido en la cartografía apenas se consigna, lo que incluso a Google maps cuesta encontrar, la carambola corrige.
El 58.268 ha puesto a Grañén en el mapa, y a sus escasos dos mil habitantes en la cabecera de los informativos. Les ha tocado tanto que, ebrios de capital, se podrían dar a las excentricidades, a contrarrestar con Moet & Chandon la aridez de su tierra largamente agraviada, a humedecer el erial con el más rutilante cava como quien esparce en él burbujeante oro. Eso y lo que se propongan, pues los billetes acarician hasta el último reducto de su baturra anatomía. Que sepan disfrutarlos. Y que les cunda.
Donde menos se ha comprado es donde más ha caído. A ver qué ciencia explica esto. A eso le llaman coger cacho. Hacienda, tan tiesa, promete abrir Delegación de inmediato. Desde ahora, Las Vegas carpetovetónica tiene acento maño. Y en su nueva posición nada se antoja exagerado ni imposible.
Es lo que tiene volverse acaudalado de repente. Para ellos se acabaron las estrecheces y los titubeos de mileurista, esas angustias ya no viven allí. En este momento, si se lo proponen, podrían tapizar la mantelería con euros de 500 en la cena de Nochebuena, pero ¡ojo a lo que se vayan a echar a la boca! ¡Cuidado con los manjares que ponen encima de la mesa!
De un atracón de fajo de cheques, lo más que les puede sobrevenir, si se complica la digestión, es un eructo de banquero, calderilla de hiato, ardor de bróker. Esa, amigos, es su nueva situación contable, su acomodada sonrisa, como de rico antiguo.
Ahora bien, si lo que se les apetece -pide por esa boca– es hincarle el diente a un pulpo, sea precavido. Es feo, pero apetitoso. A la gallega, irresistible, siempre que todo esté en regla. Esa es la condición.
Todavía estaba oscuro, y era antes de que el bombo de la chiripa echase a rodar, cuando en el boletín de noticias la advertencia radiofónica nos ha puesto sobre aviso, en alerta de lo dañina que, en estos fastos gastronómicos, puede resultar la ingesta de este cefalópodo con ventosas, en caso de que no esté en buen estado. Como te agarre, apañado vas. Prepárate para la urticaria. El que avisa no es mariscador.
Pero lo que más me ha llamado la atención es la manera de contar el hecho. Resulta que la inspección pesquera de la Junta de Andalucía en Málaga ha intervenido tonelada y media de pulpo no apto para el consumo procedente del puerto de La Caleta de Vélez. Hasta ahí todo bien.
Dentro de sus obligaciones, el personal de la Delegación de Pesca, en colaboración con agentes del Seprona de la Guardia Civil, ha evitado que se comercialice un producto por no cumplir las normas sanitarias. Perfecto. De esa intoxicación se libran.
Lo que ocurre es que si se observa detenidamente el comunicado oficial, da la impresión de que en lugar de pacíficos pulpos, se ha echado el lazo a peligrosos delincuentes. Tan sólo les ha faltado colocarle los grilletes, por lo manera que está escrito, con tono de parte de comisaría.
La información distribuida por Europa Press explicaba que en el marco de esta operación “se ha incautado 14 kilogramos de pulpo de talla antirreglamentaria (…) y sin la documentación que acreditase su trazabilidad”. Es decir, que cuando las han pescado estas piezas tenían menos papeles que un pulpo. A quién se le ocurre.
Recogido por otros medios de comunicación, entre ellos las emisoras de radio, para relatar esta captura el texto también hablaba de que además se había “levantado un acta por tenencia de pulpo sin el correspondiente etiquetado que acreditase su legal procedencia”.
Nada más escuchar o leer este tipo de notas, sacas conclusiones, al menos dos: primero, es mejor que no te pongan por delante una tapita de este invertebrado aunque sea a feira, que tan rica está, en caso de que burle los preceptos sanitarios. Y segundo, no cumplirán la normativa pero, desde luego, no merecen ser tratados como vulgares malhechores.
Es significativo el trasvase de términos judiciales que son más propios de maderos a otros ámbitos. De esa contaminación (tenencia ilícita, indocumentados, incautaciones...) ya no se libran ni los pulpos. Pobrecitos. Animalitos.
MANUEL BELLIDO MORA