Se han necesitado casi ocho años para que, finalmente, el liderazgo de Mariano Rajoy en el Partido Popular (PP) sea una realidad. Sí, me dirán que desde 2004 Rajoy es presidente del PP y en dos ocasiones, antes de la del 20-N, ha sido candidato a la Presidencia del Gobierno de la nación. Sin embargo, soy de los que opinan que, durante esos dos periodos legislativos, el ahora presidente del Gobierno se ha movido en el filo de la navaja, sin un apoyo sustancial sobre el que mantener su liderazgo y siempre al albur de los barones populares, que también los hay.
El hecho de que su elección se debiera a la exclusiva voluntad de su antecesor en el cargo, José María Aznar; que el Congreso de Valencia se afrontase descafeinadamente, sin debate de proyectos distintos dentro del PP, que los había -al menos así lo manifestaban algunos de sus dirigentes-; y que tanto en 2004 como en 2008 perdiese las elecciones generales, representaba una pesada carga para mantener un liderazgo interno que era cuestionado y debía someterse a las presiones de unos y otras.
Es verdad que desde 2009 el panorama cambió cuando la crisis internacional se adueñó de España y el PSOE comenzó a hacer agua por todos sus frentes a la hora de abordar la situación, ofreciendo la gran oportunidad de que el entonces principal partido de la oposición se hiciese con el Gobierno, como ya sucediera en 1996.
Una oportunidad que hubiese representado un suicidio el dejarla pasar por motivo de enfrentamientos internos, lo que ha ofrecido dos años de mayor tranquilidad al mandato orgánico de Rajoy, sabedores como lo eran en el seno del Partido Popular de que solo el desgaste de los socialistas resultaría suficiente para conseguir el triunfo electoral, como en realidad así ha sido si tenemos en cuenta la escasa concreción de Rajoy, antes del 20 de noviembre, a la hora de ofrecer propuestas con las que hacer frente a la crisis.
De ahí que no haya sido hasta esa fecha, hasta el momento en el que las urnas dieron esa importante mayoría a Rajoy, cuando el líder del PP se haya convertido precisamente en eso, en líder de su formación, con todos los poderes y la necesaria calma interna que permite trabajar sin sobresaltos.
Y es que Mariano Rajoy tenía que ganar un proceso democrático, en este caso unas generales, para consolidarse democráticamente al frente de los suyos y dotarse así de la fuerza moral suficiente para ejercer el mando de su partido. Pero es que, además, ganar ese proceso democrático le ha abierto las puertas del Boletín Oficial del Estado, con lo que ello supone de poder a la hora de realizar nombramientos y ceses, fundamentalmente en esos primeros niveles que conforman el Gobierno.
Ya poco importa que Aguirre no se las tenga muy a bien con Gallardón o éste con aquél dentro del partido. Las decisiones es Mariano quien las toma -no dudo, por su talante, que buscando siempre la ecuanimidad y el bien general-, y el resto los que las asumen, les gusten o no.
De esa manera ha conformado un Gobierno sin presiones, demostrando una enorme prudencia a la hora de hacerlo público, a la vez que ejerciendo él la potestad de elegir a quienes considera más idóneos para cada cargo, sin ningún tipo de imposiciones, por muchas indicaciones -no lo dudo- que haya recibido.
Llega ahora el momento de la verdad, aquél en el que el líder se enfrenta no ya a los suyos sino a toda una sociedad que espera de él -en esta situación más que nunca- decisiones que nos hagan salir lo más rápidamente de la crisis económica y social que padecemos.
Es el momento de adquirir verdadero liderazgo social, porque el que le brindaron las urnas era más el liderazgo nacido de la desesperación de un país en quiebra que el de quien ofrece tesis ilusionantes para llevarla a la bonanza.
Ahora, cuando definitivamente tendrá que adoptar medidas, es cuando descubriremos los verdaderos valores de Rajoy, su inteligencia a la hora de decidir cuáles y su capacidad para ponerlas en práctica logrando la complicidad del pueblo. Dos liderazgos, el político y el social, que ojalá ejerza con humildad, con templanza y con sabiduría.
El hecho de que su elección se debiera a la exclusiva voluntad de su antecesor en el cargo, José María Aznar; que el Congreso de Valencia se afrontase descafeinadamente, sin debate de proyectos distintos dentro del PP, que los había -al menos así lo manifestaban algunos de sus dirigentes-; y que tanto en 2004 como en 2008 perdiese las elecciones generales, representaba una pesada carga para mantener un liderazgo interno que era cuestionado y debía someterse a las presiones de unos y otras.
Es verdad que desde 2009 el panorama cambió cuando la crisis internacional se adueñó de España y el PSOE comenzó a hacer agua por todos sus frentes a la hora de abordar la situación, ofreciendo la gran oportunidad de que el entonces principal partido de la oposición se hiciese con el Gobierno, como ya sucediera en 1996.
Una oportunidad que hubiese representado un suicidio el dejarla pasar por motivo de enfrentamientos internos, lo que ha ofrecido dos años de mayor tranquilidad al mandato orgánico de Rajoy, sabedores como lo eran en el seno del Partido Popular de que solo el desgaste de los socialistas resultaría suficiente para conseguir el triunfo electoral, como en realidad así ha sido si tenemos en cuenta la escasa concreción de Rajoy, antes del 20 de noviembre, a la hora de ofrecer propuestas con las que hacer frente a la crisis.
De ahí que no haya sido hasta esa fecha, hasta el momento en el que las urnas dieron esa importante mayoría a Rajoy, cuando el líder del PP se haya convertido precisamente en eso, en líder de su formación, con todos los poderes y la necesaria calma interna que permite trabajar sin sobresaltos.
Y es que Mariano Rajoy tenía que ganar un proceso democrático, en este caso unas generales, para consolidarse democráticamente al frente de los suyos y dotarse así de la fuerza moral suficiente para ejercer el mando de su partido. Pero es que, además, ganar ese proceso democrático le ha abierto las puertas del Boletín Oficial del Estado, con lo que ello supone de poder a la hora de realizar nombramientos y ceses, fundamentalmente en esos primeros niveles que conforman el Gobierno.
Ya poco importa que Aguirre no se las tenga muy a bien con Gallardón o éste con aquél dentro del partido. Las decisiones es Mariano quien las toma -no dudo, por su talante, que buscando siempre la ecuanimidad y el bien general-, y el resto los que las asumen, les gusten o no.
De esa manera ha conformado un Gobierno sin presiones, demostrando una enorme prudencia a la hora de hacerlo público, a la vez que ejerciendo él la potestad de elegir a quienes considera más idóneos para cada cargo, sin ningún tipo de imposiciones, por muchas indicaciones -no lo dudo- que haya recibido.
Llega ahora el momento de la verdad, aquél en el que el líder se enfrenta no ya a los suyos sino a toda una sociedad que espera de él -en esta situación más que nunca- decisiones que nos hagan salir lo más rápidamente de la crisis económica y social que padecemos.
Es el momento de adquirir verdadero liderazgo social, porque el que le brindaron las urnas era más el liderazgo nacido de la desesperación de un país en quiebra que el de quien ofrece tesis ilusionantes para llevarla a la bonanza.
Ahora, cuando definitivamente tendrá que adoptar medidas, es cuando descubriremos los verdaderos valores de Rajoy, su inteligencia a la hora de decidir cuáles y su capacidad para ponerlas en práctica logrando la complicidad del pueblo. Dos liderazgos, el político y el social, que ojalá ejerza con humildad, con templanza y con sabiduría.
ENRIQUE BELLIDO