No sé desde cuándo empecé a arrastrarme por los sueños ni desde cuándo me emociona la Unión Europea y el Periodismo. Las dos cosas a la vez. No entiendo la una sin la otra, ni la otra sin la una. Como tampoco entiendo la vida sin pasión. Ni vivir sin arriesgarme. En la pasión del día a día se encuentra la felicidad más estable. Aprendí, tampoco sé cuándo, a enamorarme de los sueños. Y a caminar tras ellos para derogarlos. Como se derogan las utopías: haciéndolas realidad.
Todos los sueños cumplidos –pocos o muchos- no los hubiera podido lograr si antes no los hubiera soñado. Y transitados, porque soñar sin acción es fantasía. Soñar equivale a constancia. En el fondo de mi ser, sé que sueño porque es la única manera de seguir viviendo sin apearne de la vida. Soñar no es más que andar despierto. Resistir. Apartarnos del ruido de las vías principales para buscar rutas secundarias más silenciosas y fértiles.
Caminar sin mirar atrás. Sin miedo. Sin límites físicos ni psíquicos. Dejar lugar para la sorpresa. Para el intervalo e, incluso, para modificar el guión durante el trayecto. Siempre tiene que haber tiempo para el avituallamiento sin descolgarnos de la mochila de los sueños. Nada es imposible si existe en nuestra mente. Si lo perseguimos. Si aportamos lo mejor de nosotros para la conquista de los sueños.
El optimismo no es la enfermedad de los ingenuos. Es el arma de los soñadores. A pesar de todos los inconvenientes existentes, nada es imposible si destinamos todos nuestros recursos, energías, vitalidad e ilusión a la realización de los sueños.
No existe, ni existirá, crisis económica ni elementos de cuna que nos impidan parecernos a como nos soñamos. Ni nada produce más placer que, transitado parte del camino, comprobar que nos vamos pareciendo cada día más a como nos soñamos.
Si aprendiéramos a enamorarnos de los sueños, a depositar en estos las carencias que lastramos, a vivir por y para ellos, nos daríamos cuenta de que al perseguir los sueños estamos corriendo detrás de la libertad. De nuestra libertad. Porque los sueños son siempre una gran excusa para seguir viviendo. Para ser libres.
Todos los sueños cumplidos –pocos o muchos- no los hubiera podido lograr si antes no los hubiera soñado. Y transitados, porque soñar sin acción es fantasía. Soñar equivale a constancia. En el fondo de mi ser, sé que sueño porque es la única manera de seguir viviendo sin apearne de la vida. Soñar no es más que andar despierto. Resistir. Apartarnos del ruido de las vías principales para buscar rutas secundarias más silenciosas y fértiles.
Caminar sin mirar atrás. Sin miedo. Sin límites físicos ni psíquicos. Dejar lugar para la sorpresa. Para el intervalo e, incluso, para modificar el guión durante el trayecto. Siempre tiene que haber tiempo para el avituallamiento sin descolgarnos de la mochila de los sueños. Nada es imposible si existe en nuestra mente. Si lo perseguimos. Si aportamos lo mejor de nosotros para la conquista de los sueños.
El optimismo no es la enfermedad de los ingenuos. Es el arma de los soñadores. A pesar de todos los inconvenientes existentes, nada es imposible si destinamos todos nuestros recursos, energías, vitalidad e ilusión a la realización de los sueños.
No existe, ni existirá, crisis económica ni elementos de cuna que nos impidan parecernos a como nos soñamos. Ni nada produce más placer que, transitado parte del camino, comprobar que nos vamos pareciendo cada día más a como nos soñamos.
Si aprendiéramos a enamorarnos de los sueños, a depositar en estos las carencias que lastramos, a vivir por y para ellos, nos daríamos cuenta de que al perseguir los sueños estamos corriendo detrás de la libertad. De nuestra libertad. Porque los sueños son siempre una gran excusa para seguir viviendo. Para ser libres.
RAÚL SOLÍS