Está claro que frente a los problemas sociales por los que atraviesa España, frente a esas nuevas cifras de paro que dejan en evidencia al Gobierno que se va y muestran la tragedia que oficialmente viven cuatro millones y medio de españoles en edad laboral, frente a los duros ajustes que ya anuncian distintos ejecutivos autonómicos y habrá de abordar el de Mariano Rajoy, debatir sobre si Franco debe o no permanecer enterrado en su actual mausoleo carece de importancia real.
Sin embargo, y como sé que mi opinión no restará un ápice de atención a las tareas de gobierno de quienes deben dedicarse en cuerpo y alma a ellas, es por lo que voy a dejar un apunte con el que no dudo que no coincidirán algunos –o quién sabe si muchos- pero que pretende fijar mi posición, una más, desde el pensamiento liberal que defiendo.
Cierto que los muertos deben reposar en paz, como recordaba recientemente la Defensora del Pueblo, pero una cosa es eso y otra, bien distinta, que en un Estado democrático pretendamos mantener como símbolo de concordia tras la guerra civil un monumento como es el del Valle de los Caídos en el que junto a contrincantes de ambos bandos se sitúe, en lugar preeminente, a quien lideró uno de ellos perpetuándose luego en el poder durante casi cuarenta años.
Entiendo que Francisco Franco buscase, desde su singular sentido de la concordia, un símbolo que le justificase ante los españoles y la Historia y trasladase un mensaje de reconciliación, pero no deja de ser, cuanto menos paradójico, que él se situase -o lo situasen- como epicentro de una memoria en la que por ningún lugar debiera hacer acto de presencia la imagen del “vencedor” cuando, además, como bien dicen los redactores del informe, ni tan siquiera él fue un “caído” en aquella contienda.
No seré yo quien le dé importancia al hecho de que el cuerpo de Franco sea trasladado a otro enterramiento. Me da realmente igual que descanse allí, que lo haga en el cementerio de El Pardo -como parece que se había previsto antes de su muerte- o que su familia le dé destino final en otro campo santo.
Lo que sí creo es que, de permanecer en su vigente destino, este no debe mantener su actual denominación de "Valle de los Caídos", ni gozar de ningún tipo de beneficio oficial. Quedaría, por tanto, como un monumento meramente religioso, a mantener por la Iglesia, sin ningún tipo de connotación política.
Sé, también, que esa solución no será del agrado de quienes han hecho bandera de la denominada como "Memoria Histórica" porque, entre otras argumentaciones, aquella obra se realizó con fondos de todos los españoles y el trabajo de muchos de los “vencidos”.
Pero no es menos cierto que el mal denominado "Valle de los Caídos" ha dejado de ser un referente ideológico y social para la inmensa mayoría de los españoles y poner el punto de mira en él representa un ejercicio ciertamente estéril.
La reconciliación, aquella que no hubiese tenido todavía efecto, hay que buscarla en otros objetivos mucho más dinámicos y vivos que el que yace bajo una losa de más de una tonelada.
Decía antes que no sería yo quien le diese importancia a si se cambian o no los restos de Francisco Franco a otro destino, lo que no me impide reconocer que, garantizando la seguridad de los mismos, existirían ubicaciones tan dignas y menos significativas que la actual para acogerlos.
Lo que no dudo es que este asunto no deba distraer la atención del próximo Gobierno que bastante tiene con lo que tiene para mantener una concordia social que sus antecesores han puesto en peligro.
Sin embargo, y como sé que mi opinión no restará un ápice de atención a las tareas de gobierno de quienes deben dedicarse en cuerpo y alma a ellas, es por lo que voy a dejar un apunte con el que no dudo que no coincidirán algunos –o quién sabe si muchos- pero que pretende fijar mi posición, una más, desde el pensamiento liberal que defiendo.
Cierto que los muertos deben reposar en paz, como recordaba recientemente la Defensora del Pueblo, pero una cosa es eso y otra, bien distinta, que en un Estado democrático pretendamos mantener como símbolo de concordia tras la guerra civil un monumento como es el del Valle de los Caídos en el que junto a contrincantes de ambos bandos se sitúe, en lugar preeminente, a quien lideró uno de ellos perpetuándose luego en el poder durante casi cuarenta años.
Entiendo que Francisco Franco buscase, desde su singular sentido de la concordia, un símbolo que le justificase ante los españoles y la Historia y trasladase un mensaje de reconciliación, pero no deja de ser, cuanto menos paradójico, que él se situase -o lo situasen- como epicentro de una memoria en la que por ningún lugar debiera hacer acto de presencia la imagen del “vencedor” cuando, además, como bien dicen los redactores del informe, ni tan siquiera él fue un “caído” en aquella contienda.
No seré yo quien le dé importancia al hecho de que el cuerpo de Franco sea trasladado a otro enterramiento. Me da realmente igual que descanse allí, que lo haga en el cementerio de El Pardo -como parece que se había previsto antes de su muerte- o que su familia le dé destino final en otro campo santo.
Lo que sí creo es que, de permanecer en su vigente destino, este no debe mantener su actual denominación de "Valle de los Caídos", ni gozar de ningún tipo de beneficio oficial. Quedaría, por tanto, como un monumento meramente religioso, a mantener por la Iglesia, sin ningún tipo de connotación política.
Sé, también, que esa solución no será del agrado de quienes han hecho bandera de la denominada como "Memoria Histórica" porque, entre otras argumentaciones, aquella obra se realizó con fondos de todos los españoles y el trabajo de muchos de los “vencidos”.
Pero no es menos cierto que el mal denominado "Valle de los Caídos" ha dejado de ser un referente ideológico y social para la inmensa mayoría de los españoles y poner el punto de mira en él representa un ejercicio ciertamente estéril.
La reconciliación, aquella que no hubiese tenido todavía efecto, hay que buscarla en otros objetivos mucho más dinámicos y vivos que el que yace bajo una losa de más de una tonelada.
Decía antes que no sería yo quien le diese importancia a si se cambian o no los restos de Francisco Franco a otro destino, lo que no me impide reconocer que, garantizando la seguridad de los mismos, existirían ubicaciones tan dignas y menos significativas que la actual para acogerlos.
Lo que no dudo es que este asunto no deba distraer la atención del próximo Gobierno que bastante tiene con lo que tiene para mantener una concordia social que sus antecesores han puesto en peligro.
ENRIQUE BELLIDO