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El paseo más largo del mundo

Hace veinte minutos estaba compartiendo sudores con ella en su cama. Dos besos fríos más tarde, de nuevo caminando sin rumbo por aquella avenida. Se encendió un cigarro, era consciente de que la ciudad no podía sorprenderle. Compartía miedos con aquellos desconocidos que habitaban las calles. Sus excusas por no quedarse en ese refugio que muchos llaman "casa". Un trabajo, cada vez más difícil de encontrar, unos recados que bien pueden esperar unas horas, cualquier cosa vale.

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El recuerdo del montón de folios en blanco en su escritorio no conseguía levantarle el ánimo. Pero cualquier amago de unas líneas, por muy malas que fuesen, sería mejor que nada.

Tras dar varias vueltas borracho por el pueblo y salir a la misma plaza, admitió que estaba perdido. Se arrepintió de no haber escuchado las sabias palabras del párroco, natural del lugar, de esperarle a la salida de misa. Era un hombre de suerte, al quinto intento de llamada, el párroco le cogió el móvil. A pesar de su estado, pudo explicarle su situación para que acudiera a su rescate...

- ¡Vaya mierda! ¿Un párroco? ¿En qué estoy pensando? ¿Qué hace mi protagonista en ese pueblo? Puedo -no, mejor debo- hacerlo mejor. Veamos, busquemos un nombre... Felipe.

Periodista, casado con dos hijos. Su redactor le envía a un pueblo a escribir un reportaje para la revista de viajes para la que trabaja. Descubre un secreto sobre el pueblo y los habitantes harán todo lo posible por quitárselo de encima.

Estuvo dándole muchas vueltas a la historia de Felipe. No lo tenía fácil. La cara sonriente que dejó sola en aquel colchón empezaba hacerse un hueco en su cabeza.

- Parece sacado de un película mala de serie B. Lo que necesito es algo con gancho. Ahora están de moda los vampiros y los zombis. ¿Un pueblo de vampiros? No, John Carpenter me mataría... La mujer de Felipe llama a la Policía para anunciar su desaparición. ¿Quién mató a Felipe? ¿Por qué? ¿Una secta de vampiros? ¿Una de zombis?

Su recuerdo se hacía cada vez más fuerte. Quería pensar rápido en otro relato. Si no acababa ella con su salud mental, lo haría el redactor jefe, si la entrega no llegaba a tiempo.

- Pienso con calma… Un pianista antes de un importantísimo concierto. Un misterioso hombre le hace chantaje. El pianista le ha robado las partituras, amenaza con contarlo a la prensa. No está mal... ¿Ahora qué?

El misterioso hombre mata en una acalorada discusión al pianista. El público se mosquea por el retraso. Su mosqueo es inútil: los muertos no tocan el piano. La seguridad del teatro descubre el cadáver.

Darwin jamás estuvo tan nervioso. No estaba preparado para salir a escena aún... Muchos críticos decían de él que llegaría muy lejos si no perdía ese talento que había demostrado tener en más de una ocasión para interpretar a los grandes clásicos al piano.

Por fin llegó a casa. "A la mierda el maldito relato", pensó. El cuerpo le pedía dormir. La almohada es, en muchos casos, la mejor musa, si no contamos a los ojos marrones que muchas veces quedan esperando en alguna cama solitaria, de esas que habitan cualquier urbe.

CARLOS SERRANO
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