El yerno del Rey es un señor que puede trabajar en muchas cosas. Es más, que debe trabajar como cada hijo de vecino. Puede hacerlo de lo que quiera y en aquello para lo que esté capacitado. De ingeniero o de fresador, de lo que le dé la gana y pueda. Pero una de las cosas de las que no puede trabajar un yerno del Rey es de conseguidor. Precisamente porque es el yerno del Rey. Y eso es lo que ha hecho Iñaki Urdangarin.
Las hermanas del Rey, doña Pilar y doña Margarita, llevan muchos años casadas con dos señores que desde siempre han trabajado en lo suyo: uno de médico y el otro, de abogado. Y no han dado que hablar por ello ni media palabra. Tienen los hombres su oficio y con él se ganan la vida. Quizás el problema es que Iñaki Urdangarin era jugador de balonmano. Y muy bueno, por cierto. Pero de vida profesional, corta. Y claro, luego viene el después.
Los negocios del yerno -no sé qué es más peligroso, si un yerno, un primo o un cuñado- están resultando venenosos para la Casa Real española. Porque más allá de su licitud y legalidad, que eso habrá de resolverlo la Justicia, está el hecho evidente de que se hacían y conseguían por “ser vos quien sois”. O sea, el yerno. Y ello no resulta ni ético ni estético. Que el tufo de favor y de tráfico de influencias tira para atrás, vamos.
Hasta ahora, la Monarquía y sus aledaños habían sido el último tabú periodístico de España. No se cuentan las frivolidades de tacones o los chismorreos de pamela. Hubo algún apunte crítico en tiempos sobre algunas amistades no muy recomendables -y que devinieron en peligrosas- de don Juan Carlos. Pero tuvo aquello corto recorrido y tupido velo.
Ahora se ha rasgado la cortina. Los negocios del Duque de Palma han calado en la conversación cotidiana de las gentes del común. Y en un tiempo de crisis, angustia y preocupación generalizada provocan rechazo y enfado. Un malestar que toca a la puerta de la institución y le urge a dar una respuesta.
La que dio hace unos días, apartarlo de los actos oficiales, puede servir, por ahora, de corafuegos. Pero la hoguera sigue encendida y me malicio que a más irá la lumbre. Si le daban los contratos a precio de oro era precisamente por ser quien era. Y por eso, lo único que no puede ser el yerno del Rey es un conseguidor.
Las hermanas del Rey, doña Pilar y doña Margarita, llevan muchos años casadas con dos señores que desde siempre han trabajado en lo suyo: uno de médico y el otro, de abogado. Y no han dado que hablar por ello ni media palabra. Tienen los hombres su oficio y con él se ganan la vida. Quizás el problema es que Iñaki Urdangarin era jugador de balonmano. Y muy bueno, por cierto. Pero de vida profesional, corta. Y claro, luego viene el después.
Los negocios del yerno -no sé qué es más peligroso, si un yerno, un primo o un cuñado- están resultando venenosos para la Casa Real española. Porque más allá de su licitud y legalidad, que eso habrá de resolverlo la Justicia, está el hecho evidente de que se hacían y conseguían por “ser vos quien sois”. O sea, el yerno. Y ello no resulta ni ético ni estético. Que el tufo de favor y de tráfico de influencias tira para atrás, vamos.
Hasta ahora, la Monarquía y sus aledaños habían sido el último tabú periodístico de España. No se cuentan las frivolidades de tacones o los chismorreos de pamela. Hubo algún apunte crítico en tiempos sobre algunas amistades no muy recomendables -y que devinieron en peligrosas- de don Juan Carlos. Pero tuvo aquello corto recorrido y tupido velo.
Ahora se ha rasgado la cortina. Los negocios del Duque de Palma han calado en la conversación cotidiana de las gentes del común. Y en un tiempo de crisis, angustia y preocupación generalizada provocan rechazo y enfado. Un malestar que toca a la puerta de la institución y le urge a dar una respuesta.
La que dio hace unos días, apartarlo de los actos oficiales, puede servir, por ahora, de corafuegos. Pero la hoguera sigue encendida y me malicio que a más irá la lumbre. Si le daban los contratos a precio de oro era precisamente por ser quien era. Y por eso, lo único que no puede ser el yerno del Rey es un conseguidor.
ANTONIO PÉREZ HENARES