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Manuel Bellido Mora | Despedida y cierre

Hay números y conjunciones de éstos que ejercen una extraña y magnética influencia sobre la gente. Cifras que, por su misteriosa y oculta combinación, vaticinan Apocalipsis y hecatombes de todo tipo. Pero los publicistas, que tanto saben del subconsciente colectivo, son capaces de darle la vuelta a su significado negativo, y presentarlo como un caramelo irresistible.


Para quienes se ganan la vida haciendo anuncios, sólo es fatal una cosa: la falta de imaginación. Lo acabamos de ver recientemente al conjuro de la repetición mecánica de una cifra: el 11 en el calendario.

La Organización Nacional de Ciegos de España (ONCE), haciendo un guiño a su propia fecha de fundación, ha montado uno de sus más exitosos sorteos sobre este palíndromo, una curiosidad matemática que sólo se produce cada cien años: el 11/11/11.

La cosa, además, se puede alargar si añadimos los minutos y los segundos hasta formar una suma de cinco números 11 consecutivos. Demasiados guarismos de la misma especie juntos. Demasiados palos tentetiesos como para no sospechar, con fundamento, de ellos.

Con esta cábala la población se ha mantenido entretenida unos días, los invidentes han multiplicado sus ventas y ya hay unos cuantos inspectores de Hacienda revisando las cuentas corrientes de los afortunados, por si acaso.

Pero esto de la fijación en sortilegios mágicos no siempre da resultado, por mucha leyenda que arrastren. La realidad destroza los sueños. Y la crisis, tan puñetera, hace estallar en mil pedazos las ilusiones.

Lo saben bien los directivos del Metro de Málaga. Lo saben y les escuece. Por darle un atributo mágico al nuevo transporte subterráneo, habían dispuesto todo para que su estreno coincidiera con la fecha capicúa, redonda, compacta y evocadora de prodigios. Pero una cosa son las ideas, la estrategia de despacho y otra muy distinta la penosa situación económica que padecemos.

En la práctica, con la obra a medio terminar, poner el Metro en marcha sólo conduciría al descalabro, a la ruina. Era una temeridad contable, así que se optó por aplazar los fastos sine die, antes que descarrilase, por ruinosa, la mayor inversión del Gobierno andaluz en la capital malagueña. No está el horno para bollos, ni el tren para circular vacío.

De este modo, la operación publicitaria, largamente preparada, se derrumbó. ¡Tierra trágame! Y así fue: las ufanas previsiones se quedaron bajo tierra, en el subsuelo, la capa oculta por la que, quién sabe cuándo, alguna vez deambulará el suburbano. Espero, como decía el poeta, que más pronto que tarde.

También ese día, el 11/11/11, le reventaron la esperanza y al alegría a dos de mis compañeros de profesión. Eran los dos últimos empleados que quedaban en la emisora de Radiole en Cabra (otros cuatro -entre redactores, técnicos y comerciales- integrantes de la plantilla del Grupo Prisa en la provincia han seguido el mismo camino: el de la Oficina de Empleo, a sus años). ¿Veis como al final no era tan bueno, ni tan propicio, el cacareado día?

La directora de la Cadena SER en Córdoba escogió ese dígito del calendario para mandarlos al paro, al menos a los dos colegas de los que les hablo. Ellos, atribulados por el Expediente de Regulación de Empleo que está diezmando los recursos humanos de la compañía, lo veían venir. Y no es un cruel juego de palabras.

Unos días antes, su jefa, la que les comunicó el despido, se había puesto en contacto con ambos para transmitirle que pensaba ir personalmente a “daros una no muy buena noticia”. Les iba a cortar la cabeza laboralmente hablando, pero iba a procurar que no les doliese mucho. Hay que ver, en el fondo, lo considerados que son.

Jodidos y en la calle. Esa es ahora su situación después de un montón de años al servicio de la empresa. Los han despachado pero, al hacerlo, el medio de comunicación propietario de la licencia radiofónica en Cabra se han desenmascarado.

Es una emisora fantasma. Sus dependencias están cerradas, no hay personal en su interior, es decir que la frecuencia que se les confió como medio de expresión local está actuando como un mero repetidor. De su programación se ha borrado todo rastro de información, se han suprimido los espacios de noticias, carece de redactores y locutores. Es, simplemente, un poste, una antena exenta de vida ciudadana, que difunde, excediendo mucho por cierto la potencia permitida, una programación exclusivamente musical centralizada en Madrid.

Es decir, que una radio con licencia supeditada a la atención de las necesidades de información y comunicación de una demarcación determinada no está observando este cometido para el que fue creada. En otras palabras: está incumpliendo la normativa por la que se le autorizó a operar.

Ante estos hechos cabe preguntarse si no es ya suficiente descaro el estar infringiendo la ley de esta manera tan patente. Si acaso no se incurre así en el abuso. Es más, hay razones de peso para sostener que se está cometiendo un fraude desde hace tiempo.

La licencia se le otorgó al Grupo Prisa, a través de una de sus empresas asociadas, como una emisora de ámbito local. La Administración se decantó por ella, facilitando la entrada de un grupo nacional en una zona donde hasta entonces no tenía cobertura, frente a otros aspirantes asentados aquí, entre ellos Promi, que se quedaron con las ganas. La licencia era de alcance y contenido local, pero en la práctica casi nunca ha cumplido las funciones por las que, en teoría, se puso en servicio.

Desde 1989, año del desembarco de la radio privada en Cabra, la frecuencia concedida ha cambiado de nombre según ha convenido en cada momento. Empezó por llamarse SER Subbética; después, Cadena Dial; más tarde, Cadena Dial Córdoba Sur; y, finalmente, Radiole. Un mareo de identidades que, además de despistar al oyente, ha desembocado en un traumático cierre.

Su errática trayectoria ha ido dejando víctimas en el camino (despidos y traslados de personal, reducciones de contenidos locales) y, en general, una sensación de tomadura de pelo en la opinión pública.

Sin embargo, y aunque concurren suficientes razones para revocar la concesión de la licencia, nadie hasta ahora ha alzado la voz, de una manera severa, seria y definitiva. Después de la clausura de Radiole parece llegado el momento de hacerlo.

Es curioso. Para que se implantara la SER en Cabra se le dio toda clase de facilidades. Recibió el pláceme de las autoridades, se permitió difamar a la competencia y comportarse como un consentido.

Su camino se allanó más aún cuando, en el verano de 1991, Radio Televisión Española decidió cancelar una veintena de emisoras comarcales, entre ellas Radio Nacional de España (antigua Radio Atalaya). El nuevo escenario suponía el cambio de una radio pública con todas sus garantías e historia consolidada por una radio privada que carecía de arraigo en la zona y que, a los hechos me remito, nunca llegó a comprometerse realmente con la población.

El portazo que ahora acaba de dar es la última de sus desconsideraciones. Dicen los viejos, y tienen razón, que la Historia pone las cosas en su sitio. Además nos debería hacer reflexionar para actuar en consecuencia. La desaparición de emisiones locales de Radiole tiene un profundo significado. Es un circulo que se completa.

Al cerrarse Radio Nacional de España, Cabra y sus alrededores no perdieron sólo una emisora, se quedaron sin dos. La privada, que supuestamente vino a reemplazarla y aumentar la pluralidad informativa, también ha sucumbido ahora. No es momento de lamentaciones, sino de que alguien responda por fin a una pregunta, una sola pregunta: ¿por qué no se hizo nada para impedir la supresión del único medio de comunicación público que fue la voz de todos los pueblos?

MANUEL BELLIDO MORA
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