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De casta jornalera

Mi abuela Pura nació en la Extremadura de los primeros y duros años del siglo XX. Hija y nieta de jornaleros, de hombres y mujeres sin más sombra que la del olivo -en verano- ni más lumbre que la cuadra de las bestias, que estaba cerca del techo de paja en la que dormía la injusticia. La mirada altiva y desafiante del señorito jamás consiguió que la conciencia de los míos fuera durmiente. Ni yerma como las tierras en barbecho que alimentaban su hambruna.

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El señorito, noble y cristiano, trataba mejor a las bestias que a los vasallos a los que explotaba a cambio de una mísera choza, algo de pan duro, agua y paga extra de desprecio. Ese recuerdo ignominioso creció con mi abuela y la enterró. Su única venganza fue poder presumir de voto obrero una vez entrada la democracia.

Mi memoria también es jornalera. La heredé de mis abuelos, de mi madre, de mi padre y de mis pueblos: Extremadura y Andalucía. Mi venganza también es democrática. En Extremadura está mi cuna y en Andalucía, mis sueños. Dos tierras castigadas como ninguna otra por la violencia contra los más pobres de los pobres. Contra los que miman la tierra de la que nace la misma vida y han conseguido que la memoria no muera en los kilobytes insensibles de la Era Digital.

Soy hijo, nieto, bisnieto y tataranieto de gente del campo. De hombres y mujeres nobles sin tierras a su nombre. De analfabetos ilustrados. De espíritus libres. De buenas personas, trabajadoras, honradas, agradecidas y generosas con los que aún vivían en condiciones más míseras que ellos.

Soy hijo de una mujer nacida en 1943, analfabeta y hermana de cinco semianalfabetos huérfanos de padre: hijos de la España franquista que premió a la industria del norte con la mano de obra de los desheredados del sur. Soy sobrino de emigrantes. De jornaleros emigrados a la industria del norte.

Soy primo de hijos de la emigración que, pasados los años, olvidaron que aquí nació su memoria. Soy tataranieto, bisnieto, nieto e hijo del tango flamenco de Badajoz y de la jota de Guadalupe. De la nobleza de los que saben arar la tierra. Que saben cuándo es tiempo de siembra con sólo mirar la luna y transformar un cerdo en chacina para matar su hambre insaciable de justicia.

Nada me duele más que los ataques a los jornaleros. Porque son los míos. Porque sé de su sufrimiento. Porque les he curado las llagas que les brotan de las manos y los pies surcados por la dureza de la tierra. Porque los he visto llorar de hartazgo y esconderse de la infamia de los tatarabuelos, bisabuelos y abuelos de los que han cambiado los caballos por todoterrenos, pagados con subsidios millonarios que reciben a cambio de no producir.

Resucitar la memoria de mi gente es la única espada con la que los defiendo. Porque me han legado la memoria, única herencia intangible que nos hace ricos. Porque me enseñaron el valor de la dignidad y la grandeza de la libertad. Porque me enseñaron a no odiar y a sentir envidia únicamente de las almas cultas, libres, íntegras y humanas. Porque me empujaron a que estudiara para que sintiera el orgullo que ellos nunca conocieron.

Podría haber escrito un artículo dando datos categóricos de por qué es ruin culpar a los más castigados de entre los castigados; de vivir de subvenciones; de ser vagos, incapaces y sin espíritu de lucha. Sin embargo, he decidido escribir desde el corazón, que es la parte más aristocrática y categórica del ser humano si funciona pensando en los pobres.

Y declaro mi orgullo de ser de la casta jornalera, de la que aprendí a perseguir los sueños para que ningún señorito controlara mi libertad. De la que heredé un testamento vital lleno de honra, valentía, dignidad y coraje. La que reivindico siempre que un innoble señorito desprestigia la memoria de mi abuela o de mi pueblo.

Porque a mi pueblo le debo saber leer para leerle las cosas importantes a mi madre; saber mirar, de tú a tú, a aristócratas miserables. Y también le debo haber sido el primer miembro de mi casta jornalera en ir a la universidad.

Los defiendo desde el periodismo, que debería ser la herramienta a disposición de los pobres que demandan “tierra y libertad”. Y lo hago porque es el oficio que soñaba con ejercer mientras que mi abuela me transmitía su memoria para, algún día, relatar el innoble trato que le dio la muy indigna aristocracia a la muy noble casta jornalera.

RAÚL SOLÍS
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