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Chumilla, desde la quilla

Ama quilla, ama shua, ama llulla: en Quechua, "no ser ocioso, no mentir, no robar". La quilla de un buque, formada por varias piezas, era lo primero que se colocaba sobre las gradas del astillero y formaba la columna vertebral del barco, sobre la que soportaban las costillas del mismo. Escribir para Montilla Digital en este 2011 ha supuesto para este que se balancea con los picos de las horas el estar flotando boca arriba, pestañear con un equipaje único. Es poder alcanzar las sobrecopas de las casas, arrastrar un rezo íntimo, peinarte con un repujo de plata, hacerte un postre con las tormentas.

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Queridos lectores:

Para mí, siempre queridos. Me leen a través de esta colección de cascabeles, de los colores chillones de mi propia guerra, y aún así su naturaleza mental sigue intacta, invicta. Quizás haya más paja que tabaco, no se lo discuto. Más balsas nocturnas que abundancia en los solsticios. No me sigan al pie de la letra, soy un reloj barato, un gato amarillo, un mesero que lo mismo sirve avena fría que un diccionario bilingüe.

Me conformo con que me devuelvan la mirada y no me apaguen esas retamas en combustión. Les ofrezco una armería con tirabuzones, un último carraspeo y un vino aún sin servir. Soy un frío bien adiestrado en la bajura con marañas poco elegantes. Les puedo aburrir con mi dinero pobre, pero no dejen de compartir conmigo la poesía de los bolillos en las piedras.

No les pido que escuchen el tam-tam con traje de parada. Ni que piensen en mí como recipiente callado. Vivo en mi propia chalupa, apedreado como un estornino, como un guerrilero al que se le corta la mayonesa demasido a menudo.

"Soy un chico malo, dejé caer mi fusil", reza la canción de los marines. Les pido que acudan al corredor que quieran y chismorreen en todas las estaciones del año, suban a las colinas y tírense un pedo donde antiguamente existían soberbias ruinas. Y dejen a salvo la perilla de los machetes.

No se preocupen de las miajas, de los rejones ansiosos. Sean valientes y crezcan ante las tapias. Nunca es tarde para trazar con tiza un nuevo lazo adolescente. Suavicen su atmósfera en estas fechas tan señaladas, imaginen la riviera francesa, un buen martini, partan los higos y acribillen sus problemas con el bambú de sus pedos. De ahí salen fieras y bellas voces, cuenten su historia de forma bruta, véanse con el derecho a castigar al mundo con el vuelo regular que más les apetezca. De las pistas de aterrizaje se encarga Montilla Digital.

Pido, en cada artículo, que gocen sin barajar y sean cínicos en las exequias. Dejen el estilo británico de acariciarse el bigote, no piensen en limpiar estanterías. Que sí, hombre, que se nos pegan el horno y las viejas colchas. Y el azul lechoso de los ventiladores que ya se nos cansaron.

¿Qué mas da? Desde las Batuecas, desde Torrevieja, descalzo, que sé yo, recuerdo a ese big boy que siempre quise ser, que pretendía quemar cosechas y vivía en las leyendas de las arpas, de los castillos, de los chales de viejas. Sí, me siento como un desdichado negro de la calle 45 con una gran flor blanca en la solapa. Quiero sacudir mis carnes y pensar en fogonazos, ya está.

Los fabricantes de ataúdes seguirán ocupándose de nosotros, ahora pasantes en esta barriada a veces fea, a ratos, de trompicones y amorosas caricias. Figuro en un listín... y no es un burdel, ni un cerdo entero. Alivio, amigos míos. Dejo agujeros en vez de huellas. Entiendo que pidan aspirina en vez de oro macizo. Es lo que tiene ser debutante y corista.

Es un día siguiente por la mañana, saludo a la bandera y me acuerdo de esos comedores de arroz que soñaron que el mundo estaba prohibido a la venta. Me gusta el abanico y la precipitación, el zapato de charol si es para mi sepulcro, sin medianías, sin que sean ustedes pildoritas ampulosas.

Me gusta que se arranquen muelas y raigones en los bulevares y se rodeen de hombres con cola. Que algún día me vean más bombilla que bomba, más lápiz labial que diamante mohoso.

El pasado viernes acudí a la presentación del libro del inefable Aureliano Sáinz y me traje de vuelta a casa la sonrisa de una anciana a la que le han regalado una cajita de música con jazmín amarillo.

Llegué a tiempo para emboscar con el glasé de este precipitado invierno a un tremendo caballo de ajedrez como lo es Manolo Bellido. Fabuloso Manolo, un tipo que almuerza espadas que no han matado a nadie. El caballeroso empeine que huele a contrabajo, a metal nativo. De él, podría decirse que es un brujo capaz de sacar helado de vainilla de un piano de cola. Todo un fenómeno puesto en pie para el retrato.

Juan Pablo Bellido. ¿Qué decir de él, salvo que despista a las colinas y tira de ferrocarril con dinamita talentosa? Es el ojo picante, mordedor, el andamio de los elefantes de Aníbal. Mil gracias, Juan Pablo. Has hecho de Montilla una ciudad que ya camina sobre nuevos tramos de escalera. De ahí, a las manchas de anís, a los tanques Metkava.

No quisiera despedirme de este año sin mencionar a mi abuelo, Fernando Chumilla, que atraviesa por un delicado estado de salud. Sé que saldrás de la jungla griseando las piedras y desplumando al sol.

Las sierras seguirán siendo demasiado bajas para ti. Pronto te comerás los relojes y volverás a vestir a los viejos zorros de alguaciles. Te auparás a las puntillas ligeras de los eucaliptos.

Queridos lectores, feliz año 2012. Generosidad, honradez, comprensión. Mucha salud. Que el 2012 nos deje las faldiqueras bien llenas de buenas y tangibles esperanzas.
J. DELGADO-CHUMILLA
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