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Por qué voy a votar

El domingo acudiré a votar como he venido haciendo en todas las elecciones que se han celebrado en España desde la restauración de la democracia. Y lo haré, en primer lugar, para ser consecuente conmigo mismo. Siempre he votado, salvo en sufragios municipales, a la misma opción política y movido por una clara tendencia ideológica, aunque a veces con más convencimiento que otras, pero siempre sintiendo la obligación de hacerlo.

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Con mi ejemplo y con explicaciones teóricas, he intentado transmitir a mis hijos la conveniencia de participar democráticamente en la elección de nuestros gobernantes mediante el acto de depositar un voto en la urna, procurando convencerles de que era la manera más civilizada y pacífica de ponernos de acuerdo en la forma de organizar nuestra convivencia como colectivo diverso y plural.

También he tratado de hacerles ver que, en contra de lo que pudiera parecer, no se trata de un rito banal y gratuito, cedido como un regalo, sino una conquista largamente perseguida, por la que muchos han entregado sus vidas para que en la actualidad disfrutemos de una democracia y del derecho al voto como valores imprescindibles de nuestro ordenamiento legal, reconocidos en la Constitución.

Voy a votar porque creo firmemente que es la única manera de ponernos de acuerdo para determinar el modelo de sociedad que queremos y de fijar el rumbo al que deseamos orientar nuestro país. Ningún otro procedimiento me involucra tan activamente en esa responsabilidad colectiva de elegir los derroteros de la Nación y las políticas que materializan nuestra voluntad expresada en las urnas.

Y voto para luego poder exigir el cumplimiento del compromiso asumido por los que voluntariamente pactaron conmigo a través de un programa electoral. Voto porque prefiero alinearme con aquellos que se preocupan por conocer los problemas de la sociedad de la que formo parte y las posibles soluciones que las opciones políticas consideran adecuadas para resolverlos, antes que criticar sin fundamento y de espaldas al compromiso y la participación.

Justo cuando las circunstancias son difíciles es cuando mayor debería resultar el interés de la población por las alternativas que se nos brindan para superarlas, sabiendo de antemano que la demagogia y el cinismo son recursos fáciles para confundir a un electorado ingenuo.

Por eso me guio por criterios ideológicos antes que coyunturales o propagandísticos, pues el objetivo que decide mi voto es un futuro mejor y de progreso para quienes pueden acusarnos de no haber hecho nada, un futuro en paz, bienestar y solidaridad, que combata las desigualdades y ofrezca posibilidades a quien carece de ellas, donde no exista discriminación por condición alguna ni el abandono de los más débiles.

Voy a votar porque, en realidad, recuerdo cuando no podía hacerlo y debía transigir con los dictados de quien imponía su voluntad con violencia. Voto porque es una opción de libertad y por la libertad, la que surge por decisión de la mayoría, respetando la opinión de las minorías.

Voto para preservar lo conseguido, porque estoy convencido de que, a pesar de todas las dificultades, vivimos hoy mucho mejor que nunca y disponemos de mayores y mejores resortes para combatir esas dificultades que antes. Por todo eso y otras muchas razones, voy a votar cuando mi país me pide opinión y el refrendo para unas políticas.

Y lo hago con la satisfacción de poder, afortunadamente, ejercer mi derecho al voto, que asumo como un deber. Pero, además, lo hago con el orgullo de ver a mis hijos acompañarme al colegio electoral, convencidos también de la importancia de participar en democracia. Por eso voy a votar.
DANIEL GUERRERO
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