Viajaba hace unos días a Polonia en vuelo desde Málaga. Alrededor de las dos de la tarde cogía un ferrocarril Avant en la estación de Córdoba que, en poco menos de una hora, nos situaba en la capital de la Costa del Sol para, en la misma estación malagueña, subirnos en un tren de Cercanías que en tres minutos nos dejaba en la terminal internacional del aeropuerto, a la espera de embarcar sólo una hora después en el avión.
Les cuento esto porque leo, este fin de semana, que el aeropuerto de Ciudad Real cerraba sus puertas el pasado sábado con la salida del último vuelo regular que unía esa ciudad con Barcelona, por medio de la compañía Vueling, aerolínea, por otra parte, subvencionada por el antiguo Gobierno de Castilla-La Mancha para mantener el trayecto.
Y sobre esta base me viene a la memoria la desdichada gestión que de lo público se ha venido haciendo a lo largo de tantos y tantos años de economía especulativa, en la que las arcas públicas se llenaban de ingresos, provenientes, la mayoría de ellos, de los impuestos que el suelo y la construcción generaban, despilfarrándose éstos en inversiones absurdas e improductivas, muchas de ellas, fruto de la mentalidad megalománica de esos faraones del siglo XX que han representado los alcaldes de nuestras ciudades, empeñados más en dejar su impronta -como si de cualquier Felipe IV se tratase- que en administrar productivamente y con visión de futuro lo que era de todos y en beneficio de todos.
Así nos encontramos ahora con unos ayuntamientos en ruina, no porque la crisis internacional se los haya llevado por delante -que mienten cuando afirman esto- sino porque cuando se tuvo no se supo administrar y hoy nos toca recoger la herencia a tanto despilfarro.
No es mejor gestor quien en años de bonanza invierte, y llegadas las vacas flacas ahorra -como vienen haciendo la inmensa mayoría de quienes han tenido y tienen tareas de gobierno en las instituciones públicas del Estado-, sino aquél que sabe invertir lo que ingresa pensando en aquellos ciclos de la economía que le exigirán a su empresa estar adaptada para los mismos.
Y lo cierto es que nuestras empresas públicas -Estado, comunidades autónomas, diputaciones y ayuntamientos- se muestran en su más impúdica y vergonzosa desnudez, generando un déficit por todos sus ángulos, impagos a proveedores, destrucción de empleo, etcétera, gracias a unos incautos que amparados en el poder de los partidos que les dan cobertura y sostén, han dilapidado -sin tener tan siquiera conocimientos técnicos e incluso intelectuales para ello- lo que -es verdad que con escaso celo- pusimos en sus manos.
De ahí que mi viaje a Polonia haya rememorado aquella absurda discusión que en Cordoba se estableció en torno a la construcción de un nuevo aeropuerto o la ampliación del ahora existente, exponente, una vez más, de lo lejos de la realidad que viven nuestros políticos, incapaces de integrar la realidad y racionalizar el futuro como forma de gestión.
De ahí que no me extrañe, en absoluto, que salte a las páginas de información que aquel vetusto avión instalado junto al Guadalquivir vaya a quedar ahora como base sobre la que se desarrolle el óxido. Por cierto, el mismo óxido que decían sus promotores que recubriría la fachada del Hotel Córdoba Palacio, generando multitud de contrastes lumínicos y que, hasta ahora, sólo ha servido para ensuciar los acerados hacia los que discurre por causa de la lluvia.
Una impotencia gestora de tanto Tutankamón suelto que todavía se mantiene en Córdoba con el Palacio de Congresos como fondo. "Pirámide", ésta, que no sé a quién servirá de enterramiento en último término cuando, una vez se cuenta con el proyecto, este carece aún de financiación para el mismo y, mucho me temo, de ideas con las que llenarlo de contenido en el futuro.
Menos mal que una vez más -y van…- se nos anuncia una inversión privada en forma de hospital. ¿Nos lo creemos? Crucemos los dedos para que no intervengan en la operación los políticos. Entre los de aquí y los de allí,. seguro que la deshacen.
Nos queda, al menos, la esperanza de que el ser humano sepa aprender de sus estados de crisis y lo que ahora es desolación, ruina y desempleo, en el futuro se transforme en, al menos, una mayor cordura política para el disfrute de la sociedad. Mucho tenemos que ver los ciudadanos en ello.
Les cuento esto porque leo, este fin de semana, que el aeropuerto de Ciudad Real cerraba sus puertas el pasado sábado con la salida del último vuelo regular que unía esa ciudad con Barcelona, por medio de la compañía Vueling, aerolínea, por otra parte, subvencionada por el antiguo Gobierno de Castilla-La Mancha para mantener el trayecto.
Y sobre esta base me viene a la memoria la desdichada gestión que de lo público se ha venido haciendo a lo largo de tantos y tantos años de economía especulativa, en la que las arcas públicas se llenaban de ingresos, provenientes, la mayoría de ellos, de los impuestos que el suelo y la construcción generaban, despilfarrándose éstos en inversiones absurdas e improductivas, muchas de ellas, fruto de la mentalidad megalománica de esos faraones del siglo XX que han representado los alcaldes de nuestras ciudades, empeñados más en dejar su impronta -como si de cualquier Felipe IV se tratase- que en administrar productivamente y con visión de futuro lo que era de todos y en beneficio de todos.
Así nos encontramos ahora con unos ayuntamientos en ruina, no porque la crisis internacional se los haya llevado por delante -que mienten cuando afirman esto- sino porque cuando se tuvo no se supo administrar y hoy nos toca recoger la herencia a tanto despilfarro.
No es mejor gestor quien en años de bonanza invierte, y llegadas las vacas flacas ahorra -como vienen haciendo la inmensa mayoría de quienes han tenido y tienen tareas de gobierno en las instituciones públicas del Estado-, sino aquél que sabe invertir lo que ingresa pensando en aquellos ciclos de la economía que le exigirán a su empresa estar adaptada para los mismos.
Y lo cierto es que nuestras empresas públicas -Estado, comunidades autónomas, diputaciones y ayuntamientos- se muestran en su más impúdica y vergonzosa desnudez, generando un déficit por todos sus ángulos, impagos a proveedores, destrucción de empleo, etcétera, gracias a unos incautos que amparados en el poder de los partidos que les dan cobertura y sostén, han dilapidado -sin tener tan siquiera conocimientos técnicos e incluso intelectuales para ello- lo que -es verdad que con escaso celo- pusimos en sus manos.
De ahí que mi viaje a Polonia haya rememorado aquella absurda discusión que en Cordoba se estableció en torno a la construcción de un nuevo aeropuerto o la ampliación del ahora existente, exponente, una vez más, de lo lejos de la realidad que viven nuestros políticos, incapaces de integrar la realidad y racionalizar el futuro como forma de gestión.
De ahí que no me extrañe, en absoluto, que salte a las páginas de información que aquel vetusto avión instalado junto al Guadalquivir vaya a quedar ahora como base sobre la que se desarrolle el óxido. Por cierto, el mismo óxido que decían sus promotores que recubriría la fachada del Hotel Córdoba Palacio, generando multitud de contrastes lumínicos y que, hasta ahora, sólo ha servido para ensuciar los acerados hacia los que discurre por causa de la lluvia.
Una impotencia gestora de tanto Tutankamón suelto que todavía se mantiene en Córdoba con el Palacio de Congresos como fondo. "Pirámide", ésta, que no sé a quién servirá de enterramiento en último término cuando, una vez se cuenta con el proyecto, este carece aún de financiación para el mismo y, mucho me temo, de ideas con las que llenarlo de contenido en el futuro.
Menos mal que una vez más -y van…- se nos anuncia una inversión privada en forma de hospital. ¿Nos lo creemos? Crucemos los dedos para que no intervengan en la operación los políticos. Entre los de aquí y los de allí,. seguro que la deshacen.
Nos queda, al menos, la esperanza de que el ser humano sepa aprender de sus estados de crisis y lo que ahora es desolación, ruina y desempleo, en el futuro se transforme en, al menos, una mayor cordura política para el disfrute de la sociedad. Mucho tenemos que ver los ciudadanos en ello.
ENRIQUE BELLIDO