Mal, muy mal les ha debido resultar a los socialistas el experimento de elegir libremente a su secretario general aquel 22 de julio del año 2000 -en el que fue designado para el cargo José Luis Rodríguez Zapatero, en confrontación con José Bono, Matilde Fernández y Rosa Díez- cuando, tras la debacle electoral del 20-N, que nada tiene que ver con la que sufriera Joaquín Almunia frente a José María Aznar, siguen postulándose como candidatos a dirigir los próximos pasos del partido tanto quien ha obtenido los peores resultados electorales de la historia -Alfredo Pérez Rubalcaba- como quien ha permitido que el feudo socialista de Cataluña pase a manos de CiU -Carmen Chacón-.
Cuando lo que debiera producirse en el seno del PSOE es un proceso de jubilación real y efectiva de multitud de “viejas glorias” que, bajo el adoctrinamiento de Alfonso Guerra -todavía sentado en un escaño del Congreso de los Diputados-, han perdido el norte de lo que representa un socialismo actual y renovado, parece que quiere volver a imponerse la cúpula del poder por encima de las bases, sin llevarse a cabo la revolución ideológica y humana que la organización política necesita.
Entiendo que el batacazo del año 2000, cuando los populares obtuvieron su primera mayoría absoluta, pudiese haber llevado a una elección inadecuada del nuevo líder, en el afán de muchos por renovar a costa de lo que fuese las estructuras.
Sin embargo, ello no debiera impedir que, en esta ocasión, se pudiesen ofrecer opciones diferentes a las oficialistas que hasta ahora conocemos -aunque sus protagonistas aún no hayan dicho "esta boca es mía"-, abriendo el partido a nuevos pensamientos y formas políticas que pudiesen garantizar la renovación ideológica y programática que a todas luces es precisa.
La cuestión estará en saber estructurar un desarrollo de Primarias que permita hacer una pormenorizada valoración de los aspirantes, intentando minimizar al máximo los riesgos que con la elección de Zapatero se asumieron, de forma que a quien se elija ofrezca las garantías suficientes no sólo para afrontar el proceso del cambio, sino para dirigir con competencia y suficiencia intelectual los destinos de nuestro país allá cuando el PSOE deba ocupar de nuevo el poder.
Rubalcaba y Chacón, Chacón y Rubalcaba, no representan sino la continuidad del actual “régimen interno” del PSOE, por mucho que entre ellos hayan pretendido marcar sus diferencias. Los electores así se lo han hecho saber hace poco más de una semana en las urnas.
A partir de ahí, los socialistas habrán de convencer, por la izquierda y por el centro, con argumentos distintos y desde diferentes sensibilidades políticas a las que hasta ahora nos habían venido gobernando.
Hace falta un PSOE fuerte, cohesionado y con trama argumental, porque ni es bueno que el PP carezca de réplica en sus políticas, ni lo es que la alternancia se establezca en la incertidumbre sobre quién deba protagonizarla, ni sobre los errores de aquellos que gobiernen. Confiemos, por tanto, que las bases quieran y sepan pronunciarse y que el poder de la orgánica deje paso a la razón de los demócratas.
Cuando lo que debiera producirse en el seno del PSOE es un proceso de jubilación real y efectiva de multitud de “viejas glorias” que, bajo el adoctrinamiento de Alfonso Guerra -todavía sentado en un escaño del Congreso de los Diputados-, han perdido el norte de lo que representa un socialismo actual y renovado, parece que quiere volver a imponerse la cúpula del poder por encima de las bases, sin llevarse a cabo la revolución ideológica y humana que la organización política necesita.
Entiendo que el batacazo del año 2000, cuando los populares obtuvieron su primera mayoría absoluta, pudiese haber llevado a una elección inadecuada del nuevo líder, en el afán de muchos por renovar a costa de lo que fuese las estructuras.
Sin embargo, ello no debiera impedir que, en esta ocasión, se pudiesen ofrecer opciones diferentes a las oficialistas que hasta ahora conocemos -aunque sus protagonistas aún no hayan dicho "esta boca es mía"-, abriendo el partido a nuevos pensamientos y formas políticas que pudiesen garantizar la renovación ideológica y programática que a todas luces es precisa.
La cuestión estará en saber estructurar un desarrollo de Primarias que permita hacer una pormenorizada valoración de los aspirantes, intentando minimizar al máximo los riesgos que con la elección de Zapatero se asumieron, de forma que a quien se elija ofrezca las garantías suficientes no sólo para afrontar el proceso del cambio, sino para dirigir con competencia y suficiencia intelectual los destinos de nuestro país allá cuando el PSOE deba ocupar de nuevo el poder.
Rubalcaba y Chacón, Chacón y Rubalcaba, no representan sino la continuidad del actual “régimen interno” del PSOE, por mucho que entre ellos hayan pretendido marcar sus diferencias. Los electores así se lo han hecho saber hace poco más de una semana en las urnas.
A partir de ahí, los socialistas habrán de convencer, por la izquierda y por el centro, con argumentos distintos y desde diferentes sensibilidades políticas a las que hasta ahora nos habían venido gobernando.
Hace falta un PSOE fuerte, cohesionado y con trama argumental, porque ni es bueno que el PP carezca de réplica en sus políticas, ni lo es que la alternancia se establezca en la incertidumbre sobre quién deba protagonizarla, ni sobre los errores de aquellos que gobiernen. Confiemos, por tanto, que las bases quieran y sepan pronunciarse y que el poder de la orgánica deje paso a la razón de los demócratas.
ENRIQUE BELLIDO